La miro, sonríe, sonrío. Sus preciosos ojos negros, dulces y profundos también sonríen.

Elena tiene magia en cada poro de su piel morena y esa magia va inundando tu alma hasta sentir que le perteneces. Conocer a Elena significa conocer la bondad, la sencillez y la nobleza; significa que a partir de ese momento vas a ser mejor persona.

Alguien me dijo una vez que los niños y niñas diagnosticados de trastorno autista no tienen sentimientos, no te miran ni te ven, no se emocionan; …ni sienten, ni padecen…

-?Dios mío, que falsedad!- exclamo para mis adentros al tiempo que visualizo a …mi princesita de ojos negros… abrazándome, sonriendo, emocionándose cuando viene su mami a recogerla. Veo como el amor que Elena ha dado a mi familia y a mí nos ha emocionado, nos ha hecho sentir y padecer. Su mirada de profundos ojos negros ha iluminado nuestras vidas.

Soy consciente de que la vida de Elena no será fácil, y no por ella, sino por la sociedad.

El secreto está en tener las ganas y la ilusión de comprender, de saber; el mundo está

lleno de personas diferentes, y el valorar las diferencias como algo positivo es el paso fundamental para hacer la vida fácil a personitas tan especiales como Elena.

Da pasitos lentos pero seguros. Avanza a centímetros, no a kilómetros.., ?Que valiosos esos centímetros!, ?Cuánto esfuerzo, cuanta lucha!; hacer el doble para conseguir la mitad.

Pero Elena no está sola, ni lo estará, hay una fuerza de sentimientos que flotan en ese aire que compartimos con la pequeña. Sentimientos recíprocos que nos ayudan a ella y al resto a luchar por hacer del mundo, un mundo perfecto. Un mundo sin diferencias, igual para todos. En realidad el mundo perfecto que queremos para Elena es justo ese al que tiene derecho, al que todo ser humano tiene derecho.

Observar a Elena es algo que me maravilla; saca un mundo de su chistera mágica, un juego de la nada, se entusiasma con el objeto más insignificante, vuela en el columpio balancín, nada como un pececillo. Y, sobre todo, mira y requetemira con pasión las libretas que preparamos juntas con todas esas cosas que a ella tanto le gustan.

Convierte las pequeñas cosas en oro, diamantes y otras piedras preciosas. El pan tostado con aceite es el manjar de un Rey, el plástico que precinta su cuento es pan de oro, los Tweenies son Mozart y sus cancioncillas son un perfecto concierto en Viena, ir a la piscina es ir a un balneario exclusivo en la isla de la Toja…

La felicidad tiene múltiples caras y aunque Elena no dice …soy feliz…, en sus gestos, sonidos y actitudes ésta se deja ver. Las personas que formamos parte de su vida la ayudamos a construir, cada día, un trocito de un caminito al que llamaremos …de las Hadas…y que está compuesto, entre otras muchas cosas, de felicidad.

 El caminito de las Hadas

Hay un caminito por el que pasan todos aquellos niños y niñas que son especiales y no lo saben. Sólo sus hadas madrinas son conscientes de ello. Cada vez que se disponen a recorrerlo, las Hadas del Caminito aparecen, dan la mano al pequeño y le guían.

Nuestra pequeña Elena recorre ese caminito a diario. Al principio no quería ir por él pero ahí estaba el Hada Sensibilidad que le ofreció una hoja con unos dibujos que le explicaban cada uno de los pasos que daría por el caminito. Elena sintió una inmensa tranquilidad pues vio claro en su mente el recorrido.

El caminito se desviaba hacia un edificio de vivos colores en el que jugaban un montón de niños y niñas muy ruidosos. Elena se asusto, el ruido en sus sensibles oídos era insoportable… Pero el Hada Firmeza supo qué hacer para que sus oídos no fuesen tan sensibles y que los numerosos estímulos de aquellos inquietos niños no causasen en nuestra pequeña rechazo. Elena vio ese edificio y a sus ruidosos inquilinos con otros ojos y ahora le encanta ir.

A veces Elena se caía, se hacía daño y aunque no lloraba, algunas Hadas mostraban una gran tristeza pues creían que no podría levantarse. De nuevo otra de las hadas, el Hada Voluntad, acostumbrada a los tropiezos, dio a Elena herramientas para seguir en el caminito manteniendo el equilibrio.

Y no solo la protegían las Hadas, también ciertos duendecillos traviesos daban la manita a la niña y así le hacían compañía en sus largos paseos por el caminito. Un duendecillo rubio de mofletes sonrosados se convirtió en el mejor amigo de Elena. Cuando caminaban juntos, la pequeña mostraba al duendecillo todo lo aprendido y ambos reían sin parar. El duendecillo de mofletes sonrosados se extrañaba de la comunicación que ambos tenían pues le habían dicho que la pequeña no se enteraba de nada

-¡Que mentirosos- pensó el duendecillo.

El caminito es muy, muy largo, pero a nuestra pequeña Elena no se lo parece. Ahora que lo conoce, disfruta de cada momento. En ocasiones está cansada y se sienta a descansar, otras, busca la mano de una de las Hadas pues necesita su ayuda, pero lo mejor de todo es cuando nos lanza una mirada llena de gratitud con sus preciosos, dulces y profundos ojos negros.

 

 

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