Fuente: Aspau

Autora: Paula Kluth. Adaptado de: «Vas a adorar a este niño»: Enseñando alumnos con autismo en el salón inclusivo, Baltimore: Brookes Publishing, 2003. Traducción: Angela Couret

A veces los alumnos con autismo no tienen éxito en la escuela porque se sienten incómodos, inseguros o inclusive temerosos en su entorno escolar.

El ofrecer al alumno un entorno de aprendizaje apropiado podría ser un factor tan importante para el éxito como cualquier estrategia de enseñanza o herramienta educativa.

Los alumnos con autismo tendrán mayor aptitud para aprender en lugares donde pueden relajarse y sentirse seguros. Para crear entornos que faciliten el aprendizaje para los alumnos con autismo y sus compañeros sin discapacidad, los maestros necesitan examinar cómo organizar los espacios de su salón. Específicamente, deben tomar en consideración los sonidos, los olores, la iluminación y las opciones de asientos en su salón.

Los Sonidos

Algunos alumnos con autismo no solo batallan con sonidos que para la mayoría de nosotros resultan irritantes (por ejemplo, las alarmas de los carros, la lija sobre madera), sino que también pueden reaccionar negativamente a sonidos que la mayoría de nosotros ignoramos o no notamos (por ejemplo, el sonido de un ventilador en movimiento). También podrían tener reacciones negativas ante sonidos que la mayoría encontramos agradables, y no reaccionar ante sonidos como golpes en la puerta o el sonido de una sirena.

Los maestros pueden ayudar a los alumnos a lidiar con los sonidos conversando con las familias sobre cuáles sonidos son más difíciles para el alumno. Por ejemplo, si los maestros conocen el temor que le ocasionan los sonidos de las aspiradoras y los equipos eléctricos, lo pensarían dos veces antes de matricularlo en un taller de carpintería y se asegurarían de mantenerlo alejado del sacapuntas o la engrapadora eléctrica.

Otras ideas para ayudar a los alumnos a lidiar con los sonidos:

  • Una vez descubierto un sonido perturbador, podría mantenerse al alumno lo más alejado posible de la fuente del mismo.
  • Experimente con unos tapones o con audífonos en los oídos durante ciertas actividades o en algunas partes del colegio (por ejemplo, en el gimnasio).
  • Reduzca los sonidos en el salón. Instalando alfombras se pueden reducir los efectos de eco u otros sonidos. Con frecuencia se pueden encontrar retazos en tiendas especializadas. Algunos maestros pican una pelota de tennis a la mitad y las colocan debajo de las patas de las silla o de las mesas; esta adaptación amortigua los sonidos que resultan al mover los muebles (Grandin, 1998).
  • ¿Podría modificarse el sonido? Por ejemplo, si un alumno se encoje al oir el ruido de los aplausos, los compañeros podrían inventar otro método de demostrar su emoción en celebraciones o asambleas. Si a un alumno le molesta el sonido de los pitos, el maestro de educación física podría utilizar un megáfono, una campana, un timbre, cierta música, o una señal de la mano para iniciar y detener las actividades.
  • Prepare al alumno para el sonido. Si el maestro sabe que el timbre del colegio va a sonar, se puede hacer una señal para que el alumno se tape los oídos o simplemente decirle «prepárate».
  • Permítale a los alumnos escuchar música suave utilizando audífonos en entornos ruidosos o caóticos o ponga música suave (por ejemplo, música clásica) para todos los alumnos ocasionalmente.
  • Muchos alumnos tienen formas efectivas de lidiar con sonidos problemáticos. Algunos alumnos, por ejemplo, se concentran en un objeto o hacen garabatos en el papel cuando le molestan los sonidos.

Preste atención a estas estrategias y de ser posible, evite interferirlas. Si bien los mecanismos compensatorios del alumno posiblemente no sean evidentes para todos, los maestros deben estar abiertos ante la posibilidad de que agitar las manos o sonar los dedos puede ayudar al alumno.

Es importante recordar que el alumno puede encontrar algunos sonidos muy útiles y agradables y que se podrían aprovechar para apoyarlo. Algunos alumnos sienten que los sonidos de la naturaleza los calman (por ejemplo, el agua corriendo). Si estos sonidos se identifican, podrán aprovecharse para apoyar al alumno a lo largo del día. El alumno que disfruta del sonido del agua, por ejemplo, podría escuchar un CD de la naturaleza.

La música también puede utilizarse como herramienta de enseñanza y como una adaptación curricular para apoyar el aprendizaje de alumnos con autismo. Muchos alumnos con autismo afirman que encuentran desahogo y alegría en la música.

Wendy Lawson, una señora con autismo, comenta su relación con la música en esta forma:  «Ciertas canciones y la música o una voz de timbre agradable pueden aliviar temporalmente momentos de temor y de ansiedad. Ud. me verá canturreando, silbando o inclusive hablando en voz alta intentando disipar una confusión o inquietud debido a algún cambio. Esta estrategia me permite pensar y calmarme«. (Lawson, 1998, p. 4)

Los Olores

Mientras que una persona sin autismo puede asociar unos pocos olores – polvo de tiza, mantequilla de maní, creyones nuevos – con la escuela, otras personas con autismo pueden asociar docenas o hasta cientos de olores con la escuela. Un alumno con un sistema sensorial exacerbado puede registrar varios olores diferentes en breves segundos (los zapatos mojados de un compañero, el merengue de una torta, el olor húmedo del casillero, el aserrín sucio en la caja de un ratoncito, la gelatina que la maestra se pone en el cabello, y el olor de un tubo de pega que acaban de abrir al otro lado del salón…).

Entre los olores del colegio que pueden molestar a los alumnos con autismo se encuentran los productos de cuidado personal que los maestros u otros alumnos utilizan (por ejemplo, perfume), pinturas u otros productos para actividades artísticas, productos escolares (por ejemplo, la tiza), productos de limpieza, los olores de las mascotas del salón, y de las plantas. Los maestros pueden tomar algunas precauciones y minimizar el impacto de estos olores que con frecuencia resultan problemáticos para alumnos con autismo. Si el alumno es muy sensible a estos olores, los maestros y otros profesionales que trabajen en el salón deben evitar al máximo posible:

  • utilizar productos con olores fuertes.
  • Los olores de los alimentos pueden resultar extremadamente perturbadores para algunos alumnos con autismo.
  • En salones que tienen un olor fuerte (por ejemplo, el salón de arte, la cafetería, el laboratorio de ciencia), puede asignarse al alumno un pupitre cerca de una puerta o de una ventana abierta. O el alumno podría utilizar un pequeño ventilador personal para minimizar el impacto del olor.

Sin embargo, el hecho de que un olor sea fuerte no significa necesariamente que el alumno con autismo reaccionará en una forma negativa. De hecho, muchos olores pueden resultar agradables e inclusive reconfortantes para los alumnos. Si se llegan a identificar estos olores agradables, podrán utilizarse para apoyar al alumno con autismo. Por ejemplo, conocí a un joven que se calmaba con el olor a menta. Su maestra tenía siempre caramelos de menta en su escritorio en caso que su alumno necesitara relajarse.

La Iluminación 

Algunas personas con autismo tienen una asombrosa sensibilidad a la luz. Liane Holliday Willey (1999), una señora con síndrome de Asperger, describe esa sensibilidad como «imposible de tolerar» en ocasiones  las luces fuertes, el sol de mediodía, el reflejo de las luces, las luces intermitentes, las luces fluorescentes; cada una de ellas parecía quemar mis ojos… se me comprimía la cabeza, se me revolvía el estómago, y se me acelaraba el pulso hasta encontrar una zona segura.

La iluminación fluorescente, la más común en los salones, puede impactar el aprendizaje, el comportamiento y el nivel de comfort de los alumnos con autismo. Para determinar si la luz fluorescente resulta problemática para los alumnos en su salón, el maestro podría apagar la luz de arriba durante algunos días para ver si este cambio impacta al alumno. Si la iluminación no parece afectarlo, puede experimentar otras formas de utilizar las luces:

  • De ser posible, intente bajar la intensidad de la luz.
  • En salones con varias ventanas, procure trabajar con la luz natural durante parte del día.
  • Utilice una iluminación que proyecte hacia arriba, en lugar de hacia abajo.
  • Experimente con diferentes tipos de luz. Encienda las luces de adelante, pero no las de atrás o encienda secciones alternativas de luz. En una ocasión un maestro colgó luces blancas festivas alrededor de su pizarra y puso lucecitas nocturnas en los enchufes para fomentar una sensación de calma y tranquilidad en su salón.
  • Pruebe con diferentes colores de luz, experimente con una lámpara rosada o amarilla en una esquina del salón.
  • Cambie los bombillos fluorescentes por otros incandescentes.
  • Algunos alumnos encuentran los lentes de sol útiles. Podría utilizar esos lentes a la hora del recreo o inclusive adentro (especialmente cerca de las luces fluorescentes). Una gorra de beisbol también podría ayudar a los alumnos a evitar la exposición directa a la luz.
  • Cambie de lugar el asiento del alumno. En ocasiones el problema no radica en la luz en sí, sino en el reflejo de la luz en una pared u otra superficie.
  • Los bombillos fluorescentes tienden a parpadear con mayor frecuencia a medida que pasa el tiempo. Si debe utilizarse luz fluorescente, deben instalarse los bombillos más nuevos posible.
  • Algunos alumnos tienen particular dificultad para trabajar con papel blanco debajo de la luz fluorescente. Posiblemente les moleste el resplandor del papel. Es posible que utilizando acetatos de colores pueda minimizarse o eliminarse el resplandor.
  • Algunos alumnos se distraen más por el sonido que por el aspecto de la luz fluorescente. En esos casos, el alumno podría usar tapones en los oídos mientras estudia. O el alumno puede aliviarse sencillamente alejándose de las luces y el sonido.

Asignación de pupitres

Para algunos alumnos resulta crítico para su aprendizaje tener muebles cómodos en el salón. Uno de mis antiguos alumnos no podía sentarse en su pupitre por más de unos pocos minutos pero podía sentarse en un Puff durante 40 minutos seguidos. Pronto compramos varios Puff para el colegio (unos para la biblioteca, otros para el salón de música, otros para los pasillos) para que ese alumno pudiera sentirse cómodo a lo largo del día y para que todos los alumnos pudieran disfrutar de un cambio de asiento ocasionalmente.

No todos los alumnos con autismo necesitarán o disfrutarán la sensación de un Puff. En la mayoría de los casos, encontrar el asiento apropiado es cuestión de ensayo y error. Otra de mis antiguas alumnas, Kelly, no se lograba acomodar bien en su pupitre metálico. Tampoco respondió bien a las Puff, al sillón que teníamos al fondo del aula o a los almohadones en el área de descanso del salón. Luego de experimentar con muchas sillas, materiales y estrategias diferentes, finalmente descubrimos que Kelly podía permanecer sentada por más de una hora atándole un cojín forrado con cuentas de madera (similar al que utilizan con frecuencia los taxistas) al respaldar de su silla.

Contar con una pequeña variedad de asientos en el salón podría mejorar la experiencia educativa para todos los alumnos. Entre los asientos que podrían resultarle atractivos a los alumnos, con y sin autismo:

  • Sillones o mecedoras, sillas de extensión, viejos asientos de autos.
  • Cojines para sentarse (del tipo que se sujetan a la silla).
  • Un almohadón para leer (de esos que tienen brazos y que sostienen al usuario).
  • Una colchoneta de ejercicios (se pueden confeccionar colchonetas individuales a muy bajo costo cosiendo periódicos dentro de dos hojas de vinil) o almohadones para el piso (también pueden hacerse fácilmente con relleno y retazos de tela).
  • Sofás, butacas o banquitos.
  • Fisio-Pelotas (pelotas que se utilizan para ejercicios y gimnasia)

Algunos maestros modifican el entorno de su salón colocando en un área un retazo de alfombra. O colocando algunas butacas en un lugar especial del salón. En una oportunidad yo enseñé con una maestra de Kindergarten que trajo al salón una bañera antigua, de esas que tienen patas, y la llenó con almohadones de colores. Otra maestra de bachillerato, con un salón muy pequeño, reunió los escritorios en grupos de 4 y así despejó casi la mitad del salón para crear un espacio comunitario. En ese espacio colocó una mesita pequeña, dos butacas, un viejo equipo de sonido y un enorme banquito para los pies. Los maestros con alumos más pequeños podrían acomodar un espacio en el salón con almohadas, retazos de alfombras y juguetes de peluche.

Algunos alumnos (con y sin autismo) podrían sentarse en el suelo parte del tiempo. Los alummnos que prefieran sentarse en el piso o en una silla sin respaldo pueden utilizar tablillas (clipboards) o un “escritorio portátil”, de esos que se colocan sobre las piernas. Estos escritorios portátiles consisten de una plataforma rígida sobre un cojín, usualmente relleno con unas peloticas suaves. Algunos alumnos prefieren que la plataforma descanse sobre un relleno más sólido y consistente. Es posible lograrlo vaciando el contenido del almohadón y rellenándolo con arena u otro material similar.

También es posible que algún alumno desee permanecer de pie durante parte del día, en lugar de permanecer sentado. Se les podría proporcionar un atril y un escritorio al fondo del salón para que alterne entre los dos, según sea necesario.

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