Paula Guijarro Pazmiño, vicepresidenta de la Asociación de Padres de Alumnos con discapacidad de Alcobendas (APAMA) es su madre, que relata su historia y la de su hija.

Fuente: cuv3.com

Hace poco en mi casa había una pared donde tenía dibujados muñecos de cuando Alicia tenía dos años y medio, y puso su nombre. Yo no quería borrarlo porque tenía la esperanza de que posiblemente algún día volvería esa niña. Hasta que un día le dije a su padre: ‘quiero que tapes esa pared y la pongas roja, tan roja que no podamos ver ni una raya de lo que fue’”.

Paula Guijarro Pazmiño, vicepresidenta de la Asociación de Padres de Alumnos con discapacidad de Alcobendas (APAMA) y representante del Instituto de Pisco-Pediatría Dr. Quintero Lumbreras en la  Federación de Autismo de Madrid, hoy sabe que esa niña, su hija, nunca volverá.

“Quiero que tapes esa pared y la pongas roja, tan roja que no podamos ver ni una raya de lo que fue”

Alicia se desarrolló hasta los 2 años y medio y a partir de esa edad perdió todas sus facultades de comunicación. “Fue degenerando, degenerando… hasta que se fue. Fue como si le hubieran robado el alma… que tontería ¿eh?”, confiesa su madre forzando una pequeña sonrisa.

Paula recuerda a la Alicia de entonces como un sueño: “Era monísima, encantadora, graciosa, cantaba, bailaba -hace una pausa para coger aire- hasta ella sola se quitó el biberón y el pañal” pero lo tenía que aceptar: “Estuve yendo durante 4 meses alpsicólogo hasta que un día no podía más y le pregunté: ¿Mi hija va a volver? Y me contestó: No y le dije: Vale, entonces nos tomaremos un café pero no voy a venir más”. Solo se repetía a sí misma “quiero que me duela tanto que me cure”.

“Fue degenerando, degenerando… hasta que se fue. Fue como si le hubieran robado el alma”

Ordenaba los peluches

Una tarde Alicia se tumbó en el suelo y se quedó ahí durante horas, sin hacer nada. Tenía los ojos abiertos pero estaba ida, ni siquiera respondía a su nombre. Su madre la llevó al pediatra y desde entonces nada fue igual. “Fue duro verla irse -confiesa Paula mientras busca con la vista a su hija, de pie en la esquina de la sala canturreando una canción- y a veces cuando veo su sonrisa recuerdo a esa niña de hace años, pero ahora creo que Alicia siempre fue así”.

Alicia fue desarrollando cosas tan imperceptibles que sus padres no se daban cuenta: ordenaba los peluches por tallas, siempre por tamaños, le ponía nombre a los muñecos y los repetía una y otra vez… “tenía cosas que tú como padre no te das cuenta, pero que eran patrones autistas”, asegura ahora Paula.

“Tenía cosas que tu como padre no te das cuenta, pero que eran patrones autistas”

Un espíritu libre

Alicia ya tiene 13 años y es como una Heidi suelta en plenos Alpes Suizostarareando melodías que solo ella sabe, pero su madre está segura de que es absolutamente feliz. “A veces dicen que ellos no entienden el sentimiento pero yo eso no lo concibo. Una de las crueldades al darnos el diagnóstico fue cuando nos dijeron que Alicia no iba a tener gestos de cariño y de amor con sus padres. A mí me resultaba imposible vivir sin que mi hija me diese un abrazo… y cuando pasan los años y ves que lo único que hacen es comerte a besos… Creo que para dar ciertos diagnósticos antes deben pararse y mirar al niño”.

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