Raquel García desde Murcia nos propone con su relato una entrañable amistad entre Ángela, una niña de ocho años, y Luna, una yegua inconformista.

Ángela y Luna : La verdadera amistad.

Ángela una niña con autismo de 8 años vive la asombrosa experiencia de conectar con Luna,
una yegua rebelde que no encontraba sentido a su vida.

Su amistad despierta en ambas una luz, una esperanza que las llena de amor. Juntas hallarán el
más grande de los tesoros de la vida.

Mi nombre es Luna, soy una yegua que lleva trabajando, mucho tiempo con niños con
autismo. Quiero compartir con vosotros la experiencia que transformó mi vida por completo.
Yo nací en un prestigioso Club de hípica, lo tenía todo, fama, lujos, caprichos. Pero me sentía
vacía, siempre lo mismo. A ver quien lucia la mejor melena, quien corría más, quien hacia los
mejores tiempos. Todo eso de repente me dejó de interesar. Me encontraba triste, enfadada.
No quería seguir esas absurdas normas sin sentido.

Mi rebeldía pronto me pasó factura y mis dueños me vendieron a una granja.
El primer verano en la granja, me sentía bien, libre, nadie me decía lo que tenía que hacer.
Disfrutaba de una vida, alejada de las apariencias, de las prisas.

Una tarde de verano apareció Ángela, la sobrina de mis nuevos dueños. Percibí que era
diferente, su mirada era profunda y me cautivó desde el primer momento.
Sentí curiosidad por aquel ser, tan frágil y misterioso.

Siempre se quedaba mirándome pero no se acercaba. Un día decidí, tomar la iniciativa y muy
despacito me acerqué a ella.

Conforme me iba acercando, note algo dentro de mí que despertaba, era una sensación nueva,
diferente, que me hacia vibrar ,ver con el corazón, lo que era realmente belleza ,Ángela.

Me presente con una bonita sonrisa, soy Luna, pero Ángela, no me respondió.
No quería hablar conmigo, pensé. No lo entendía. Igual me quede junto a ella. Contándole
anécdotas del Club de hípica, de las competiciones, de mis antiguas compañeras que se
burlaban de mí, por no seguir esas normas, ajenas a lo que me dictaba mi interior. Una tarde,
Ángela empezó acariciarme, fue increíble. Estaba escuchándome, me entendía.
Conforme pasaban los días, Ángela brillaba más, sus ojos relucían al verme y su sonrisa
desprendía felicidad. Yo seguía narrando mis diferentes aventuras, algunas graciosas, otras
tristes, mientras ella me miraba y entendía todo lo que le iba expresando. Era mágico.

Llego el momento, en el que la vi preparada para cabalgar, pensé que eso nos uniría todavía
más. Quizás, le haría hablar, la liberaría de su pequeño mundo cerrado y silencioso. La miré a
los ojos con ternura y le pregunté, ¿confías en mí?. Me arrodille frente a ella y se subió con
valentía abriéndome su inmensa alma.
Cabalgamos toda la tarde, disfrutando del precioso paraje que nos rodeaba. Así transcurrieron
los días y el verano llegaba a su fin.
Las dos sabíamos que siempre estaríamos juntas aunque no nos viéramos se había producido,
había nacido entre nosotras la verdadera amistad.
En su despedida, Ángela me dedicó una mirada llena de esperanza y con voz suave y delicada
susurró mi nombre.

En ese mismo instante entendí mi misión, mi pasión, poder ayudar a los niños como Ángela,
diferentes, especiales, pero mágicos pues estando con ellos conectamos con el amor, la
esperanza, la luz que ilumina nuestras poderosas almas. Cada niño que ayudo, me acerca más,
me despierta más a ese amor que surgió con Ángela, mi pequeño ángel que me enseño, el más
grande tesoro de la vida, la verdadera amistad.

Raquel García Fernández

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