Luis Eduardo Pérez nos remite desde Guatemala y fuera de concurso este emotivo relato sobre el día a día de su hijo Ismael

Algunas personas que no me conocen del todo, dicen que yo no me porto bien, que soy un problema para seguir instrucciones y que las reglas del juego jamás las comprenderé. Sonrío dulcemente y creo que no han entendido que la regla más clara que tengo es ser feliz al participar; lo sabe papá, lo sabe mamá, por eso me alientan a seguir, con todo el amor que profesan por mí y por mis maneras; vivir es urgente, divertirse intensivo y aunque soy sólo un niño sé entregar por completo todos mis talentos, por eso en ocasiones me resulta imposible quedarme quieto.


Murmuran que no soy normal y al escuchar eso me alegro, veo su normalidad y aunque la respeto creo que siempre tiene muy pocos sueños; por las mañanas, cuando no tengo que ir al colegio, soy el mejor arquitecto, fabricando muros de juguete que mamá por la tarde destruirá permitiéndome con ello, al día siguiente, tener más cuidado en los detalles y corregir los errores de cálculo o de precisión que pueda cometer al crear.

Por las tardes cuando vuelvo del colegio, después de la siesta, busco a papá y él es el mejor en los videojuegos, pero siempre me deja ganar. Cuando el tiempo transcurre entre saltos, un poco exagerados, que doy cuando me emociono, todo es felicidad; pero cuando papá dice que es momento de dejarlo, que mañana volveremos a jugar, me impaciento, le aruño, le muerdo, a veces sé que le hago enojar y no verse muy cuerdo. Pero al final de todo mamá siempre vendrá para rescatarnos del mal rollo; y sabrá abrazarme y explicarme que llegó el momento de descansar. Y así como en el deporte del boxeo, luego del mal rato que pasamos con papá, sabremos resolverlo, con un beso y un te quiero; sin rencores, ni complejos, a nuestro modo, aunque nadie pueda entenderlo y sigan diciendo, algunas personas que no me conocen del todo, que yo me porto mal.

Ya aprendí a gritar ¡Gol! cuando papá mira el futbol, a pintar en las paredes tal y como mamá pinta sobre superficies de texturas varias; no me importan demasiado los goles, pero pateo un pequeño balón por toda la casa y sin detenerme en busca de que se equilibre un poco el ambiente; no me importan demasiado los diseños al pintar, pero todos los personajes de las caricaturas que yo veo, lucen bien cuando dibujo sus retratos en las paredes de mi cuarto y también cuando con plastilina los voy creando y hago sentir muy orgullosa a mí mamá.

Esas mismas personas que no me conocen del todo, dicen que papá y mamá deberían imponerme muchos más límites; pero papá y mamá creen que los límites necesarios para mí son los que me guíen a respetar a los demás y a respetarme; que al crear no hay límite que valga, puesto que no existirían millones de obras maravillosas, en todo arte, de no ser por la falta de límites y de miedos que tuvieron sus creadores al lograrlas.

Soy tan increíble, tan duro y tan sensible, apasionado por las cosas que me encantan y desentendido de lo que no me resulta prioritario; tengo un corazón tan grande para amar y para aceptar que aunque hay otros que no piensan y no sienten como yo, tienen derecho a una vida feliz sin la obligación de intentar encajar como condición.

Digo frases en castellano y en inglés, me encanta cantar y bailar; una vez mi terapeuta de lenguaje dijo que aprender frases en dos idiomas distintos me iba a confundir; es bueno contar con papá y con mamá, con su desobediencia a ciertas reglas, de lo contrario yo no podría expresar tantas cosas que siento, que necesito y que descubro; al final de cuentas, qué más da en qué idioma lo diga, si el idioma que a cabalidad con papá y mamá entendemos, es el del amor que siempre nos tendremos.
Seré el mejor en todo cuanto me decida a practicar, deporte o diversión, arte e imaginación, si soy feliz al participar; es tan bonito ver que cada vez hay más personas rodeándome que comprenden mi forma de ser, mi forma de sentir y de mover, sin voltear a verme raro, sin alejar, de mí, sus sentimientos más humanos.

Y quizás algún día el mundo aprenda a girar como giro yo, sin marearme, quizás algún día el mundo aprenda a moverse como me muevo yo, con alegría; a enojarse como yo me enojo, con toda la rabia encendida, misma que se me olvidará enseguida. Quizás algún día el mundo aprenda a reírse como me río yo, hasta con las encías, quizás algún día el mundo aprenda a amar como amo yo, con sinceridad y sin mentiras; sin fingir lo que en el momento no sentía. Quizás algún día el mundo juegue al futbol como juego yo, sin preocuparse tanto por los goles, por las anotaciones, y disfrutando más de reducir su ansiedad; así como yo procuro controlar mi propia ansiedad, con la que me bendijo Dios y que recorre todo mi cuerpo, cuando muchas ideas, sonidos e información, vienen a mí al mismo tiempo.
Una tarde de estas iré nuevamente al parque, con papá y con mamá, volveré a jugar al baloncesto con un balón que jamás encestaré, por simples cuestiones de estatura y del viento; pero ellos no me dirán que lo deje de intentar, ellos me han enseñado que lo imposible es solamente algo más…

Messieral | messieral.com “Dedicado con todo mi amor a mi hijo Luis Santiago Ismael”

LUIS EDUARDO PÉREZ

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