Gatear y sentarse,  para la mayoría de los bebés,  aprenderlo es algo natural que no conlleva mucho esfuerzo,  a mí me tomó un año entero lograrlo luego de incómodas «terapias» para corregir mi «pie equino».

Caminar… era algo que se miraba de lejos… pero de nuevo las agotadoras «terapias» lograron en mí dar uno,  dos,  veinte y !treinta pasos! que contó mamá un día con la sonrisa más grande que he visto.  Eso me animó mucho y también el poder seguirla a todas partes, sentirme ir de un lado a otro emocionado por ser cada día mas veloz… Allí supe que caminar era algo genial, y que casi ocho meses de espera y entrenamiento dieron un resultado maravilloso.

Saltar… fue un nuevo reto.  ¿Cómo hago para que salte? le preguntaba mamá al «terapeuta» una y otra vez… así fue que descubrí un buen día que ella me hacía brincar en su cama porque tenía mejor bote,  ¡qué suerte!  A ningún niño que conozca le permitían hacerlo. Me daba un poco de nervios pero así fue que cumplidos cinco años empecé a despedirme del suelo por unos instantes y, aunque los demás llegaban más alto, yo, ¡lo había logrado!

Hablar… lo llevo muy bien,  los balbuceos lentos del comienzo se han convertido en palabras cada vez mejor pronunciadas,  seguro que para cuando logre hacerlo de modo que todos entiendan,  les contaré cosas que no se esperan… sí,  para esto también debo seguir entrenándome…

Y así,  entre una y otra aburrida «terapia» fui creciendo,  aprendiendo,  lanzando libros y rompecabezas al suelo para tener luego que levantarlos, «arriba, abajo» ¿cómo te llamas? Vamos a compartir (noooo compartir no, esto último aún me cuesta mucho) «lanza la pelota así», «mírame a los ojos», «canta esta canción», «aprende esta frase: Amo a mi mamá» repítela, escríbela, de nuevo, un poco más…

Resistirme no es una opción,  luego de todo este tiempo ya son parte de mí,  «terapias» que tanto me disgustaban, y hoy, a mis casi diez años,  me han dado esta especie de «superpoderes» que otros niños con mis capacidades no han logrado desarrollar por no asistir a las pesadas y maravillosas «terapias».

Y, ¿cómo aprendí a amar?… Cuando no podía caminar ella me cargó hasta otras ciudades.  Cuando supe caminar y debía saltar charcos ella sujetó mi mano para impulsarme,  aunque casi siempre terminaba ensuciándola,  y cuando ahora que se correr me protege de los coches al cruzar,  ya que aún no entiendo bien lo de mirar a ambos lados… y,  a pesar de todo,  lo hace divertido y me premia cuando lo hago bien.

¿Cómo no amarla?,  ¿cómo no amar a quien te lleva a lugares donde crecen tus habilidades?  Ella sabe que yo «Amo a mi mamá”,  lo leo,  escribo y siento.  Lo sabe porque la arropo cuando se acuesta y cuando está triste,   y,  aunque no entiendo los por qué,  sonrío grande para ella porque he notado que cuando lo hago sus ojos brillan más.  Sabe que la amo porque justo ahora que estoy dormido, puede sentirme y escribir con sus manos lo que siente mi corazón.

Aprendí a amar… también gracias a tantas terapias,  porque me hicieron ver que ella nunca renunciará…
Amo a mi mamá… Me enseñaron a leerlo y escribirlo… en cambio,  yo,  aprendí a sentirlo… Te amo mamá.

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