A Teo le interesa todo lo que no es suyo, como a cualquier  niño de 3 años, con la peculiaridad de que Teo tiene autismo y hasta hace bien poco no le interesaba absolutamente nada. Yo estoy feliz con la nueva situación, aunque nos ha costado un poco que el resto de niños del parque y sus papás entendieran su pasión por lo ajeno. Como todas las tardes desde que el buen tiempo nos acompaña, allá vamos Teo y yo calle abajo cargados con una bolsa enorme repleta de cubos, palas y rastrillos de distintos colores, moldes para hacer castillos, cacitos, coches, y un sinfín de objetos más, bueno, realmente soy yo quien lleva la bolsa en una mano, y la otra se pelea con la de mi hijo para que no se suelte y salga corriendo como una bala en cualquier dirección.

-Rrrrrrrba -dice Teo mirándome fijamente a los ojos mientras me echa los brazos y trata de escalar por mis piernas.

-No Teo, andando. Vamos al parque andando -le digo en tono serio.

Mi hijo protesta y se tira al suelo, pero finalmente accede a seguir caminando, mientras repite:

-‘Paque’ -tratando nuevamente de zafarse de mi mano.

Por fin llegamos al parque tras un largo camino, realmente son solo como200 metros, pero a mí se me hacen interminables. Teo me arranca la bolsa de la mano y la vacía inmediatamente en un único gesto, quedando todos los cachivaches desperdigados por el suelo. Mi hijo no los presta ninguna atención, a decir verdad, ni mira sus juguetes, se tira veloz hacia la pala verde brillante de uno de los niños que juega en el parque e inicia, pala en mano, un trepidante circuito de carreras entre el columpio, subidas y bajadas por el tobogán, vueltas sobre si mismo, grititos de felicidad……, los espacios abiertos y las actividades no estructuradas son todavía complicados para él (también para mí). Varios niños comienzan a imitarle en sus idas y venidas, con el consiguiente mosqueo de algunos papás, otros, sin embargo, me lanzan miradas cómplices, sabiendo que Teo es así, y que este es “SU MOMENTO” después de un día intenso con psicólogos, terapeutas y otros profesionales que nos ayudan a que Teo entienda cada vez mejor el mundo que le rodea. Todos los niños se acercan a él, le muestran coches y aviones para que Teo entre al juego, le cogen de la mano, le cierran el paso…. pero mi hijo continúa con su endiablado ritual y el resto de pequeños desiste, todos menos uno, la preciosa Sara.

Sara le sigue a todos lados cuando los demás ya se han desvanecido, Sara parece hoy la sombra de Teo. “Vaya”, pienso, ya se ha cansado Sara también. Pero la pequeña se sienta en el suelo junto a mí y continúa observando a Teo durante unos largos minutos. Por fin la niña rompe el silencio:

-¿Por qué Teo no sabe jugar?- me pregunta Sara.

La pregunta me coge por sorpresa, nunca dejarán de asombrarme los más pequeños, tan intuitivos, tan observadores, tan certeros. Otros papás meses atrás se acercaban a mi pero con comentarios muy distintos a los de la preciosa Sara: “tu hijo está muy consentido, un cachete a tiempo mejoraría su comportamiento” ó “el primero suele ser un mal educado, sabrás hacerlo mejor con el segundo”, y otra serie de advertencias y consejos que he preferido olvidar.

-No lo sé Sara. No sé porque Teo no sabe jugar -le contesto.

-¿Tú crees que puede aprender?- sigue Sara.

-No lo sé, creo que sí, pero se necesita a alguien que quiera enseñarle.

Sara sonríe de oreja a oreja.

-Pues ya que he averiguado que lo que le pasa a Teo es que no sabe jugar, yo me voy a encargar de enseñarle – dice Sara.

-Pero Sara, Teo va a tardar mucho en aprender, tendrás que insistir todos los días – le digo.

Sara me mira moviendo afirmativamente la cabeza.

-Pues hasta septiembre no empieza el cole, seguramente sea tiempo suficiente – y se lanza nuevamente a por Teo.

Ahora cuando Sara habla a Teo le coge por las  manitas o le sujeta la cabeza para que le atienda. Sara le da a elegir entre jugar con su muñeca o con las palas y el cubo. Teo no decide nada, así es que Sara elige por él. Le obliga a sentarse en el suelo con ella y empiezan cada uno con una pala a llenar el cubo. Sara hace un castillo que Teo pisa sin piedad, Sara se enfada, aunque unos segundos después, le dice que no pasa nada y que van a hacer más castillos para que juntos puedan destruirlos. Yo les miro feliz desde mi situación privilegiada en el suelo, llenan el cubo, Sara le da la vuelta para hacer un castillo, y luego contiene a Teo unos segundos para que sean los dos los que pisen la construcción. Una voz me saca de uno de los momentos más felices que he vivido en los últimos meses, es la mamá de Sara, ya se marchan. Sara se pone de pie, recoge el cubo y las palas y le pide un beso a Teo. Teo se lo da y pone su cara para que Sara se lo devuelva, tal y como le hemos enseñado.

-Adiós mamá de Teo, – me dice Sara.

Pero yo ya no veo a Sara, mis ojos están inundados por la emoción, mis piernas tiemblan, solo me quedan fuerzas para coger a Teo y abrazarlo fuerte. ¿Encontraremos mas “Saras” en nuestro camino? ¿Qué pasa cuando crecemos que nos convertimos en individuos totalmente diferentes a “Sara”? ¿Habrá más “Saras” cuando Teo sea adulto que le ayuden a integrarse en la sociedad? Ojala, espero que sí, con que Teo se cruce con un par de “Saras” a lo largo de su vida, será más que suficiente para que se convierta en un hombre feliz en sociedad.

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