José Miguel llegó al mundo como cualquier otro niño, no hubo dificultades en el parto y su desarrollo en los doce primeros meses no parecía fuera de lo normal. Incluso aprendió sus primeras palabras: ¡mamá! ¡papá!. Sin embargo, al pasar los doce meses, se empezó a atisbar en él algo fuera de lo normal. Dejó de decir palabra alguna, y parecía como si su mirada estuviera vacía, como si se hubiera ido a otro lugar. Ese lugar era la caverna.

Al principio, José Miguel andaba algo perdido en esa gran caverna, se sentía sólo. Ya no veía la cara de aquellas personas que tanto tiempo pasaban antes con él. Lo único que podía percibir eran intensos ruidos que parecían llegar de un lugar lejano y una serie de sombras que se reflejaban en las paredes de la caverna.

Poco a poco, se fue dando cuenta de que esas sombras eran las que emitían los ruidos lejanos y que además parecía que intentaban decirle algo. Veía como se dirigían a él, aunque no lograba entender que es lo que querían de él.

Lentamente, José Miguel empezaba a entender que una de las sombras hacía exactamente lo mismo que él hiciera, como si fuera su fiel reflejo, y empezó a sentirse mejor, sentía que siempre tenía un fiel acompañante. Incluso llegó a aprender a jugar con esa sombra, realizando movimientos repetitivos y viendo como la sombra lo imitaba sin interrupción. Aún así, todavía había ciertas cosas que le inquietaban. Una era el no saber cómo dirigirse a las otras sombras para comunicarles sus deseos o sus intereses, y otra era no saber entender lo que las sombras le querían decir. A veces, las sombras se pasaban mucho tiempo hablando, pero hablaban demasiado rápido y con demasiadas connotaciones en las palabras como para que José Miguel pudiera entender lo que decían. Además, no sabía diferenciar cuando las palabras se dirigían a él y cuando no. Otras veces, las sombras lo conducían a hacer cosas que a él no le gustaban, pero a su pesar, no sabía cómo comunicarles su rechazo hacia una u otra determinada actividad, por lo que empezaron a darle brotes de ansiedad y de frustración, hasta el punto de que se autoagredía a sí mismo.

Pero un día, de repente, las sombras ya no eran las mismas, sino otras. José Miguel empezaba a extrañar a aquellas antiguas sombras que tanto tiempo habían convivido con él, pues aunque no supiera interactuar con ellas, siempre las había querido como su familia.

Estas nuevas sombras actuaban de forma diferente. José Miguel se dio cuenta de que siempre repetían una misma secuencia temporal de actuación en determinadas acciones como ir a comer, ir al lavabo, ir a jugar, ir a dormir, etc., y esto ocasionó que pudiera predecir con facilidad que era lo que debía hacer cada día y en cada momento, eliminando así la continua ansiedad que le provocaba enfrentarse a nuevas situaciones.

Asimismo, José Miguel también empezaba a sentir que las sombras le hablaban más despacio y con palabras más sencillas que antes, que utilizaban una serie de signos con las manos para referirse siempre a determinadas acciones básicas como comer o beber, y que también utilizaban una serie de imágenes pegadas con velcro en un tablón para poder expresar las necesidades o intereses que cada uno tenía en cada momento. Así, por ejemplo, José Miguel aprendió que cada vez que quería montar en columpio, que era una de sus mayores aficiones, debía despegar la imagen del columpio del tablón y enseñársela a alguna de las sombras mayores, quién, si en ese momento era posible, le llevaría a jugar en el columpio.

En un principio, no fue fácil asimilar todas estas posibilidades de comunicación, pero viendo diariamente a otras sombras que realizaban continuamente estos procedimientos y con la repetición diaria de cada uno de los estímulos gracias a la ayuda de aquellas sombras mayores, José Miguel empezó a aprender a utilizarlos, y así, a tener una mayor autonomía, a la vez que comunicación, lo que provocó que se sintiera más feliz, y que tuviera muchos menos episodios de frustración interna.

Tras un tiempo, José Miguel volvió a ver a aquellas antiguas sombras con las que siempre había estado. Se sintió feliz de reencontrarse con ellas. Pero aun fue mayor su alegría cuando vio que algo en ellas había cambiado. Ahora, para su sorpresa, se comportaban con él como lo hacían aquellas sombras que tanto le habían ayudado, y eso permitía que pudiera superar algunas barreras comunicativas que anteriormente parecían infranqueables. Ahora, podía establecer una conexión mayor y más satisfactoria con aquellas sombras.

Ahora, dentro de aquella solitaria caverna, José Miguel parecía haber encontrado su particular forma de felicidad.

Manuel Alejandro Muñoz Caracuel

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