Hoy se levantó el día nublado. Las nubes de este principio de verano están llenas de agua, son grises y van muy deprisa, como enormes bolas de algodón color acero que el aire empuja sin control. Hace un viento enorme, que entra silbando por las rendijas de los cristales dando la impresión de que nuestro pequeño piso se ha convertido en un tren que no para de correr por los raíles invisibles del cielo.

Mi niño tiene miedo, está inquieto, agitado… he observado que en estos días en que cambia el tiempo, todo su cuerpo acusa el cambio y está asustado. Sus balanceos se hacen más rápidos, más compulsivos… en la cama, en el sofá, incluso estando de pié sus movimientos no paran, como si quisiera acompañar al aire en este ir y venir sin metas aparentes.

Siete años de cuerpecito moreno, de ojos enormes y mirada profunda que cautiva a todo el que se cruza con él, pelo negro y fuerte, sonrisa encantadora que deja entrever dos paletas ideales… algunas veces, cada vez más a menudo, habla y dice cosas de importancia… sobre todo referidas a comida: “paguetis”, “bocaíllo de chorizo”, “galletas puki” (cookies), “arro banco huevo fito”… la comida es su pasión y su devoción primera, después de yo, que soy su “mamuchis”.

A veces lo entretengo contándole historias que le apasionan acerca de cosas que de repente se queda mirando… por ejemplo hace días, estando en la cocina, miraba un calendario que tengo colgado en la pared, que tiene una imagen de la sagrada familia… y le digo “mira, ésa es la virgen María, ése es el niño Jesús, y ése es San…” y dice él “sanjacobos…” ¡Todo, por supuesto, relacionado con la comida!

A veces, como pasa hoy, la agitación es tanta que ni siquiera basta una chuche o algo que le guste de comer para paliar esta desazón que no tiene principio ni fin, ni causa aparente, y que yo achaco simplemente a la meteorología que, para mí, altera la estabilidad de este pequeño ser que vive conmigo desde hace un año y a quien me he acostumbrado de tal modo que hoy ya no concibo la vida sin él.

En algunos momentos el miedo le puede, y además del balanceo compulsivo con gran cantidad de diferentes emisiones de ruídos,  se tapa la cara con las manitas, se dá tortazos, grita, se araña… así que, le digo: “venga, vamos a hacer un paquete”… son palabras mágicas, pues él sabe que es comienzo de un ritual que le proporciona seguridad. Lo cojo de la mano y vamos a la habitación donde guardamos la ropa de cama, y abriendo un arcón de debajo del colchón, sacamos un edredón, una colcha de colores y una cortina finita de color blanco.

Cargados con semejante equipaje, nos venimos al cuarto de estar a preparar el paquete, expectativa que a él ya le ha supuesto un poco de tranquilidad, que no está nada de mal. A continuación le digo que se suba al sofá, y él obediente como no he conocido otro niño igual, se sube encogiéndose como una pelota, en cuclillas y sin zapatos. Ya cesa el balanceo y comienza la calma, ya que todo este proceso nos lleva un rato de tranquilidad que a veces consiste en sesenta minutos, cosa que no es “moco de pavo” cuando se nos presenta un día así.

Comenzamos a hacer el “paquete”. Primero lo envuelvo con la cortina, remetiéndole bién los bordes del visillo entre brazos, piernas y cabeza con la superficie del sofá. Siempre me sorprende lo quieto que se está, es como si un halo de magia se instalara entre la cortina y él, de modo que una barrera de calma se apoderara del espacio donde hacemos el “paquete”, en donde no entran nubes, miedos, vientos, inseguridades, ansiedades… de pronto solo hay calma, reflejada de una auténtica y maravillosa quietud.

A continuación, encima de este primer paquete, ponemos el edredón, remetiéndolo igual, bién por debajo de él, que quede bien ajustado… después igual con la colcha de colores… hasta que él se sienta bien “envuelto”… le suelo dar algunos “meneos”, como si fuera un paquete real, para comprobar que queda bien remetido… él incluso, si ve que hay alguna parte del paquete que no está muy ajustada, me lo hace ver, levantando la pierna, el brazo o el cuerpo un poco de ese lado, para que lo remeta…

 

Este proceso de “construcción del paquete” va acompañado de frases cortas muy llenas de significado, tales como: “ahora se van a enterar las nubes”, “se va a ir todo el miedo dentro de este paquete”, “se acabó el aire”, “este paquete lo vamos a mandar a otro sitio”, “enseguida avisamos al transporte, y que se lo lleven”… Son palabras que le hacen comprender que existe un antes y un después, que algo que había hasta ahora con nosotros, se va a acabar… El miedo se va a ir.

 

Fuera del paquete dejamos la inseguridad, la angustia, la falta de estructura de su pequeño mundo tan desconocido y amenazante… dentro del paquete solo hay calma, oscuridad, silencio… es un nuevo útero materno protector, construido encima de un bastidor de madera y forespán, tapizado de azul… a salvo de sus miedos…Siempre me sorprendo del efecto calmante que supone este corte, entre el antes y el después del juego, que a veces es tan necesario para solucionar una situación angustiosa en la que no se cómo actuar.

 

Tenemos ya el paquete encima del sofá, con él dentro bien remetido, y saco los cojines de los sillones, y los  pongo encima, haciendo presión… él se siente realmente protegido y cobijado… y entonces… entonces ¡¡¡llamamos al transporte!!!: “señorita, por favor, ¿pueden venir a buscar un paquete que tenemos preparado?”… “señorita… oiga… oiga por favor… ¿vienen a buscar un paquete con el camión del transporteeeeeee???? ¡Señoritaaaaaaaa! …

 

Y él se troncha… desde el fondo del paquete oigo su risa… sabe que jugamos a no tener miedo y, mientras mis comentarios acerca de la señorita, el paquete, el camión, lo que tardan en venir, etc., suenan por la casa, aprovecho para  quitar el polvo, pasar la escoba o sacudir los sillones eliminando algún que otro pelo de la perra… y al final él se acaba quedando dormido en medio de esa oscuridad y fantástica seguridad que le proporciona el envoltorio…

 

Este ritual es otro de nuestros maravillosos juegos que nos ayudan a conocernos y querernos cada día más y que suponen un escalón en la construcción de ese andamiaje que estamos creando entre los dos para dar una sólida estructura a la vida de “mi pajarito”.

 

Carmen Díaz.   Salamanca 6 de Julio de 2012

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