«El poder curativo de los abrazos»
Autora: María Álvarez Menéndez
Empiezo definiendo qué es para mí un “conocimiento empírico”:
Es aquel basado en la experiencia y, en último término, en la percepción, pues nos dice qué es lo que existe y cuáles son sus características, pero no nos dice que algo deba ser necesario así y no de otra forma. Es decir, abordas un conocimiento desde la continua repetición de hechos sin tener un claro referente científico.
Y estaréis pensando y preguntando: “¿por qué María nos suelta tal afirmación?”.
Doy por supuesto que las personas que acceden a este escrito lo hacen porque, de un modo u otro, están vinculadas al Autismo; bien son madres o abuelas, hermanos o tíos, o simplemente amigos de alguien con Trastorno de Espectro Autista (TEA).
M hija mayor se llama Julia y tiene Autismo no oral. En marzo cumplió 16 años, por lo que, mi experiencia sobre este síndrome es larga en el tiempo e intensa en experiencia.
Hoy quiero hablar del “poder sanador” de los abrazos. Pero, no un abrazo suave y ligero…no, no…un abrazo de “luchador de sumo”, un abrazo que aplaque es decir que consiga mitigar, sosegar, suavizar, en este caso, una excitación del ánimo y de la fuerza de Julia.
Hace, más o menos, una hora, Julia tuvo un proceso de “autolesión” muy agresiva. A diferencia de las personas que no tienen autismo, mi hija se agrede a sí misma en un intento desesperado de gritar lo que, en ese momento, le hace daño, bien física o mentalmente. Al no tener desarrollado un lenguaje oral, el modo que tiene de dar “rienda suelta” a sus sensaciones negativas es mediante mordiscos, cabezazos, puñetazos que se infringe ella misma.
Pues bien, ¿qué hice para tranquilizarla, estando echada en su cama, chillando, mientras se mordía el brazo derecho (tiene una enorme cicatriz que lo atestigua) al tiempo que golpeaba reiteradamente su cabeza con el puño?…Me puse sobre ella y con mis dos brazos, fuertemente, la rodeé durante unos minutos hasta conseguir que dejase de llorar, chillar y golpear su cabeza contra la pared. Para los que no me conocéis personalmente deciros que soy “pequeña” tanto en altura como en peso, pero tengo mucha fuerza, debido a que mis músculos ganan por “goleada” a la grasa. Así que, con quince centímetros y veinte kilos menos soy capaz de “noquear” a mi hija y puedo asegurar con la certeza que da la experiencia que el poder curativo de los abrazos es real. Es más, existe una práctica conocida como “abrazoterapia” según la cuál, al rodear con nuestros brazos a una persona, su cerebro “fabrica” hormonas tan beneficiosas como la oxitocina, la serotonina y la dopamina por lo que resulta fácilmente entendible la razón por la que experimentamos una maravillosa sesnsación de bienestar, sedación, armonía y plenitud en el momento del abrazo.
Recuperemos el poder terapéutico del abrazo por qué: ¿no es maravilloso abrazar a una persona querida?…es gratis y gratificante.
Julia, ahora mismo, está feliz en su habitación, saltando en su “súper pelota” y viendo, en inglés, el vídeo de “Toy Store”…escucho sus carcajadas y me siento bien…ambas nos sentimos bien.
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