MAMÁ, QUIERO SER ARTISTA
Autora : Carmen Sacristán
Cuento que érase una vez un niño precioso que no hablaba, que corría sin parar y que tenía a bien desvestirse en unos segundos cualquier ropa o calzado que sus padres le vistieran. Tantas veces se desvestía que su padre en algunas ocasiones le decía: ”¡Ven aquí, artista, que te visto otra vez! ¡Pareces un autista, todo el día el día desnudo y a tu rollo!”. Era un niño riquísimo, contento, feliz, y lo que emanaba de su rostro travieso era una sonrisa perpetua y radiante.
Cuento que con el paso del tiempo, sus padres se dieron cuenta de que algo no estaba bien y buscaron a qué era debida la extraña diferencia que tenía su niño. Buscaron ayuda especializada, pero no encontraron explicación a las extrañas costumbres y la especial forma de aprender de su niño. Tenía ya 10 años cuando les dieron un diagnóstico: “Autismo”. ¿Autista? ¿Artista? Sí, artista, porque entre otras muchas cosas buenas y no tan buenas tenía una extraña habilidad para hacer teatro… y contar chistes. Cuando contaba chistes también los hacía especiales, pues si los personajes del chiste eran dos iniciaba el chiste mirando a la derecha para hacer un personaje y se cambiaba a la izquierda para hacer el otro personaje, de forma que verle actuar era muy divertido. Hoy sabemos lo que es ponerse literalmente en el lugar del otro… bueno, del uno y del otro.
El niño crecía y crecía y el autismo se difuminaba sutilmente, pero nunca dejó de estar presente. En la adolescencia, en una conversación con su madre, una conversación muy profunda, el niño le dijo muy serio que él no quería cambiar, que no quería dejar de ser autista, que esa era su esencia y así quería ser. “Mamá, quiero ser autista”.
Cuento que con su autismo, aquel niño estudió informática de un tirón. Pero él quería más, quería aprender más cosas, y pensando en sus puntos fuertes decidió ser artista y comenzó a estudiar teatro.
Así que un día de hace no mucho tiempo, el joven cogió su autismo y su maleta y se fue a la capital y se independizó para estudiar teatro. ¿Cómo imaginar lo que con su empeño el chico podría conseguir? La situación no era fácil, luchar con su corpachón de oso, su torpeza psicomotriz, modelar su ya dulce y acariciadora voz, cantar, relacionarse con el grupo de compañeros… Lo de ponerse en el lugar del personaje o en el lugar del otro ya lo tenía aprendido de antes. El chico seguía tan contento, muy contento, más contento. A veces está tan contento, es tan natural, que no se le nota la “u” del autismo: la “U” del “autista” se trasforma en una “R” y pasa a ser “artista”. Pero no solo aprende y hace teatro, sino que se esfuerza y afana por enseñar teatro a otros chicos que, como él, tienen autismo.
¿Autismo o artismo? ¡Qué más da si la “U” puede ser una “R” o la “R” puede ser una “U”…! Solo es cuestión de mirar con buenos ojos a las personas porque todos tenemos “R” de artistas y “U” de autistas. Curiosamente, este chico tiene ambas y además la capacidad de trasformar la “U” en “R”, pero sin que por ello la “U” deje de ser “U”, porque así se siente bien.
Y colorín colorado este cuento no ha acabado, porque solo ha empezado, y continuará…
Autora: Carmen Sacristán Barrio
18 de agosto de 2014