Termina el verano y con él las vacaciones, de las que han podido disfrutar un grupo de chicos y chicas de la Asociación Antares. Zarautz, en Gipuzkoa, fue el destino de sus aventuras. Y aquí una hermosa historia, ‘Donde nacen las olas’, que nos trae uno de los monitores, Aitor Robledo.
Fuente: Asociación Antares
31 de julio. Metro Herrera Oria, a las puertas del colegio Valdeluz. Parecía lo mismo de otras veces, pero estaba empezando algo distinto, algo nuevo. Comenzaban los 15 días, y ésta vez, nos llevarían a Zarautz. Viaje en autobús, con monitores de diferentes partes de España, con chicos de diferentes partes de Madrid; todos con las mismas ganas, nervios, e ilusión.
Cuestión de ilusión, cuestión de intención
Aquel día llegamos antes de lo previsto, descargamos las maletas y el material, distribuimos las habitaciones, y no pudimos esperar más para empezar a conocer aquel rincón que nos tenia reservados 15 días por escribir. Dimos todos juntos nuestro primer paseo, y nuestra primera visita a la playa. El sol nos miraba desde lo alto, y las olas empezaron a llegar de otra manera, con cuidado, de una manera especial; así que para algunos fue imposible resistirse, y ya metieron sus primeros pies en el mar, para otros, esos primeros pies llegaban hasta la rodilla, cadera… Era el primer día. Nuestra primera cita con Zarautz, y ya se podía intuir que nos esperaban 14 días realmente increíbles. Quizá fuera cuestión de ilusión. Quizá fuera cuestión de intención.
El albergue estaba a 10 minutos del centro, y un paso más allá, el paseo marítimo, que se extendía perfilando al mar, guardando terrazas donde tomar los refrescos que más les gusta, los mejores helados que podíamos tomar, y grandes paseos con momentos compartidos que se harían imborrables.
En Zarautz, los días empezaban a las ocho y media, cuando acababan las guardias de noche, y nos reencontrábamos con los chicos y chicas, ayudándoles a despertarse o compartiendo un despertar que había tenido lugar hacía unos minutos o alguna hora antes. Una vez vestidos y aseados, primer reencuentro del día del grupo, en el comedor, todos listos para desayunar. Zumos, vasos de leche, cereales, tostadas y galletas. Dicen que el desayuno es la comida más importante del día, y con la actividad que teníamos, quedaba más que demostrado.
Trabajando en la misma dirección
Los primeros días fueron de reconocimiento de los alrededores del albergue, centro de Zarautz, fiesta de inauguración, y los primeros talleres (de cocina, relajación, cuentos, juegos populares en la playa…). La estancia comenzaba bien, los talleres salían con relativa facilidad, y participaban chicos y chicas a los que normalmente no les suelen llamar la atención: ya estaba siendo evidente que el trabajo de los monitores era realmente bueno, cooperando en la misma dirección, y esforzándose porque salieran adelante las actividades preparadas por cualquiera de sus compañeros.
Y a los pocos días, primera excursión: a Donosti. Todos pendientes del horario del tren que nos llevaría hasta allí, recogiendo los picnics, y llegando a la estación con el tiempo en cuenta atrás. El grupo volvió a demostrarse de lo que era capaz trabajando en equipo, y saliendo nuevamente reforzado de aquello. Tras el reencuentro con dos voluntarias que viven ahí, y su recomendación, nos dirigimos a la playa de Zurriola, que se halla en el barrio de Gros, bajo la atenta mirada del Palacio de Congresos y Auditorio Kursaal, y junto al monte Ulla. Y allí pasamos el día, a los pies de nuevas olas, en una playa nueva, en el mismo mar.
Los días de después, y antes de la próxima excursión, se llenaron de actividades variadas en las que conocímos los famosos pintxos del País Vasco, un mercadillo de Navarra, cine de verano, y un circo que disfrutamos como enanos los 32 que estábamos allí, a partir de la ilusión con la que se preparó y se llevó a cabo por parte de los monitores.
Y en los próximos días dos nuevas excursiones, esta vez a zonas más cercanas a Zarautz y en las que nos acercaríamos en autobús: Getaria y Zumaya. De camino a la primera, nos comentaron en el autobús que ese mismo día se celebraba un acontecimiento que tenía lugar cada cuatro años, la representación del desembarco de Juan Sebastian Elcano, y aunque no podríamos llegar a verlo debido a la hora a la que comenzaba, al llegar a la playa, sí que vimos dicho barco, esperando con paciencia. Con la paciencia de quien da la vuelta al mundo, sin saber cuando íbamos a llegar a su encuentro.
En Zumaya nueva aventura playera, esta vez marcada por una mayor cantidad de olas, más grandes, y que hacían disfrutar más aún a los chicos y chicas que las esperaban. Olas que rompían en sus cuerpos, que desaparecían a sus pies, y les prometían que llegarían nuevas. Daba igual de dónde venían esas olas, donde nacían, o a dónde iban. Ellos sonreían, reían, y esperaban la siguiente. Ellos querían más. Sin embargo, esta vez, debido a la lluvia, con la que no habíamos coincidido hasta entonces, tuvimos que salir del agua antes de tiempo, y empezar nuestra vuelta a Zarautz. No pasaba nada, ya se había disfrutado del mismo mar en una nueva playa.
Y ya, casi sin verlo venir, junto a talleres de disfraces, de álbumes, fiesta hawaiana con collares de flores y faldas típicas, llegó la última de las excursiones: el acuario de San Sebastián. Recorrimos por dentro el mar en el que tanto disfrutábamos, viendo lo que se escondía allí abajo, a lo lejos, donde nacían las olas que les hacían sonreír, viendo toda esa vida que había allí, a pocos metros de profundidad. Y nuevamente disfrutaron de ello. Así decían con su voz, sus gestos y sus ojos. Seguían en el mar.
Have you ever seen the rain?
Ese día, antes de volver a Zarautz, un grupo bajó a darse un ultimo baño en Donosti, en la playa de la Concha, y otros, se quedaron en el paseo marítimo, a la orilla de un concierto de guitarra y voz, de un hombre que les preguntaba si habían visto llover en un día soleado (Have you ever seen the rain?, de Rod Stewart). Uno de esos momentos especiales, en los que te das cuenta de estar viviendo algo que no olvidarás nunca.
Y esa canción, esa olas de la Concha, y ese paseo por Donosti ya sabía a empezar a volver. A Zarautz, a Madrid, a nuestro día a dia. Y si tenia que ser así, solo nos quedaba acabarlo de la mejor manera posible. Nos fuimos a disfrutar de las atracciones de la feria que había montada cerca del albergue, nos fuimos en busca de souvenirs que llevar de vuelta a casa, y nos empezamos a despedir de la playa.
El último día antes del viaje, tras el desayuno, preparamos las maletas, y empezamos a volver. Último baño en el mar, fiesta de despedida, últimas canciones, bailes, y risas compartidas.
Parecía lo mismo de otras veces, pero estaba acabando algo distinto, algo nuevo. Acababan 15 días que se habían disfrutado al máximo, que nos hacían volver distintos a aquellos 32 que subimos al autobús el primer día, y que nunca volveríamos a ser iguales. Pero no teníamos por lo que estar tristes. Habíamos vivido todos juntos Zarautz, y eso sería así para siempre, y sonreiríamos, acordándonos con ayuda de los recuerdos físicos que nos llevábamos, pero también con todos los que no se ven, y que hacen sentir tan bien al ser recordados. Haciéndote sonreír. Haciendo tener ganas de volver.
..porque seguramente, las olas, sigan llegando a esa playa, buscando romper en sus cuerpos, y queriendo desaparecer a sus pies.