Llévame a tu lado

Autora: Aroa Moreno

 

Quiero contaros la historia de Rafael y María. Una historia que me hizo ver lo grande que es el corazón humano.

El curso comenzó un año más y yo me incorporé como profesora en un nuevo colegio. Ese año me tocó hacerme cargo de la clase de los niños de 4 años. Las clases comenzaron con normalidad, tuve la suerte de que el grupo era bueno. Los niños eran obedientes y tenía entre ellos a una pequeña maravillosa. Ella era María, una niña inteligente y espabilada que tenía un brillo especial en los ojos. Era mi alumna destacada, mi favorita, aunque esté mal decirlo. Siempre tan risueña.

En contrapunto estaba Rafael. Un niño inquieto, que no hablaba a menos que se le preguntara directamente por algo. Que jugaba solo y que no se relacionaba con ningún otro compañero. Comencé a ver ciertas actitudes en él que me hicieron sospechar que podía ser autista, y me extrañó que no hubiese un informe acerca de ese tema. Un día decidí tener una reunión  con los padres de Rafael para hablar del pequeño y exponerles mi inquietud. Ellos me contaron que en casa era exactamente igual, que no se relacionaba y que muchas veces les ignoraba. Lo acusaban a una personalidad introvertida. Por desgracia lo que ellos pensaban que era algo pasajero resultó ser Autismo. Los padres se lo tomaron bastante mal, y yo decidí que ayudar a Rafael sería mi reto personal. Volqué todas mis fuerzas en conseguir que el pequeño aprendiera a relacionarse.

Los estímulos que normalmente utilizaba no funcionaban con él, hasta que llegó a su vida el estímulo correcto. Todos necesitamos uno. María, mi alumna predilecta, se fijó en Rafael, no sé muy bien por qué. Quizá porque Rafael era un chico especialmente guapo, o porque siempre estaba solo, quién sabe qué fue lo que llevó a esa niña tan brillante a pasar su tiempo con él. Comencé a observar desde la distancia como se comportaban.

Ella le enseñó a jugar, de una forma delicada y cariñosa. Le explicaba con palabras dulces cómo tenía que coger los juguetes. Al principio Rafael era testarudo y no le hacía caso, pero María lejos de enfadarse o desistir, meneaba su media melena castaña y volvía a enseñarle. Verles pasear por el patio era algo mágico. María agarraba la mano de Rafael y le acompañaba en su recorrido, compartiendo sus galletas de dinosaurios con él.

Los progresos de Rafael eran increíbles. Se sentaba en su sitio, no jugaba a destiempo y obedecía a las órdenes simples. En su mirada se podía advertir adoración cuando fijaba los ojos en María. Cuando estaban juntos flotaba serenidad en el aire. Me sentí feliz de tener a esa niña tan increíble en mi clase.

Pero un día María se puso muy enferma y tuvo que dejar de venir a clase. Ese fue el momento en el que fui realmente consciente del vínculo que existía entre ellos dos. El primer día Rafael llegó al aula y se sentó en su sitio a esperar la llegada de María. Llegada que no se produjo. Al ver su mirada fija en el suelo y su ceño algo fruncido me acerqué a él para intentar explicarle que María no iba a poder venir en unos días, y que tenía que esperar a su vuelta. Durante el resto del día apenas se movió y tuvo la mirada perdida.

Los días siguientes fueron peor. Volvió a su comportamiento errático, pero esta vez más explosivo y anárquico que cuando llegó al colegio. Tiraba las cosas al suelo, gritaba y desoía todas las órdenes que se le daban.

Llegó un momento en el que no sabía qué hacer para calmarle y como último recurso decidí intentar hablar con él aludiendo a María.

  • Rafael, escúchame un momento, solo un momento. Tengo un mensaje para ti de parte de María.

En ese momento pareció que algo se conectaba de nuevo en su cerebro y se quedó quieto, sin mirarme a la cara, pero quieto.

  • María me ha dicho que te echa mucho de menos y le he contado que te estás portando mal en clase. Rafael, María se ha puesto muy triste. – vi que me estaba escuchando, así que aproveché para continuar. – me ha pedido que te diga que se está poniendo buena y que no tardará en venir al cole, pero que mientras ella esté malita tienes que portarte bien. Que te va a traer galletas de dinosaurio, pero tienes que ser bueno y hacer las cosas que hacías con ella. ¿Vale?

Rafael se quedó impasible, ni un gesto, ni un movimiento, ni un  parpadeo fuera de lugar. Por un momento tuve la sensación de que mis palabras habían quedado en el aire, pero decidí no presionarle más y dejé que pasase el día.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando al día siguiente fui testigo de lo que me gusta denominar como algo mágico. Mágico, porque el ser humano en ocasiones puede llegar a hacer magia  y sinceramente, no creo en los milagros. Rafael llegó al aula con su mochila al hombro, la depositó en el lugar correspondiente y se sentó en su sitio. Pero no quedó ahí la cosa, sino que además jugó con sus juguetes habituales y paseó por el patio como solía hacer con María. Y así continuó haciéndolo durante los diecisiete días que María faltó a clase.

El día que la pequeña se incorporó a la rutina se respiró algo especial en el ambiente. Rafael estaba sentado en su sitio, esperando el comienzo de la clase, cuando María entró meneando su melena, aunque algo más delgada por culpa de la enfermedad que había pasado seguía emanando ese halo de brillantez. Cuando se sentó a su lado pude ver que algo en lo más profundo de la mirada de Rafael se iluminaba y brillaba como una estrella fugaz. María sacó de su mochila un paquete de galletas de dinosaurios y se la dio, a lo que Rafael correspondió con algo que jamás hubiese imaginado. La abrazó. Fue un abrazo de amor sincero, de alegría contenida y silenciosa. Por primera vez en todo el tiempo que llevaba con Rafael en mi clase vi como reaccionaba a un estímulo por voluntad propia.

Al recordar aquel momento no puedo evitar que se me escape una lágrima, porque tuve la suerte de presenciar algo que muchas veces decimos, pero pocas veces vemos. El amor mueve montañas.

Para mi María y Rafael han llevado a cabo la historia de amor más sincera que he visto en mi vida. Y si eso lo han conseguido dos niños de 4 años… imaginad lo que podemos conseguir nosotros.

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