Después de dos semanas hospitalizada, esperando una cesárea, mi hija nació un 7 de marzo para que todo el mundo pudiera recordar siempre que su nacimiento se produjo justo el día anterior a la celebración del día de la mujer trabajadora. Hasta ese año no falté nunca a las manifestaciones y concentraciones que se producen en mi ciudad en conmemoración de esa fecha. Los últimos cuatro, hasta que mi hija nació, acudí con mi otro hijo, el mayor, con la convicción moral de que un hombrecito que hubiera salido de mi vientre defendería toda su vida la igualdad entre mujeres y hombres, los derechos de los trabajadores, la integración y la solidaridad. Y por el momento eso parece.
Mi hijo fue diagnosticado con un trastorno del espectro autista durante el tiempo en que estuve embarazada de mi hija. Unos meses después, tras montones de visitas a psicólogos, psiquiatras, terapeutas y demás, supimos que se trataba en concreto del síndrome de Asperger. Meses y meses, uno tras otro, larguísimos e interminables, le llevamos a sus terapias a él, con ella, la pequeña, metida en el carrito de bebé. Y el caso es que nunca escuché una queja de parte de mi hija… Tal vez porque es algo que ha vivido desde su nacimiento. Siempre ha tenido que venir con nosotros a las terapias y visitas médicas, desde que nació, y mientras su hermano recibía asistencia ella se quedaba conmigo en el coche escuchando música, paciente, o dibujaba garabatos en la servilleta de una cafetería en la que merendábamos (poco, que la vida no está como para consumir mucho).
En mi bolso siempre he llevado una libreta para hacer pictogramas con los que anticipar acciones a mi hijo pero se ha usado más para que mi hija haga sus dibujos en los tiempos de espera que en otra cosa. Hemos pasado frío y calor, hemos soportado lluvia en invierno y verano y hemos tenido que hacer malabarismos para llegar a sitios en los que no había aparcamiento, o el paso estaba cerrado, un niño de cuatro, cinco, seis años, y una madre con un bebé de meses, un año, dos, tres… Algunos de esos momentos han sido verdaderamente angustiosos y cuando a mi se me saltaban las lágrimas preguntándome por qué a mi hijo, por qué a nosotros nos ocurría aquello, mi niña me pedía que le contara un cuento o le cantara una canción, como si supiera las estrategias a usar para cambiar la atención de una persona con Asperger, y le daba la vuelta a mi chip haciéndome desconectar de esa angustia que yo sentía.
Ahora mi hija tiene seis años y sus comportamientos son tan típicos de las personas con Asperger como los de su hermano. No sé si trata de un comportamiento de imitación porque es lo que ha visto y vivido siempre o si se trata de su forma de ser natural y resulta que también ella tiene el síndrome. Los genes son una mala broma de la naturaleza. Yo lo sé. Por eso estamos en este momento pendientes de un diagnóstico que confirme o descarte que en adelante también ella necesitará hacer un viaje tras otro a su terapia, a su taller de habilidades sociales, a la logopeda, a la psiquiatra o neuropediatra o a la caseta de la guardia civil a denunciar una vez tras otra que los compañeros de colegio la han agredido, le han pegado, le han empujado, le han retorcido el brazo hasta casi partírselo, la han amenazado, la han hostigado, le han escondido la ropa durante la clase de gimnasia para que tenga que salir a buscarla al patio llevando solo la ropa interior puesta… Me angustia que el diagnóstico se confirme. Me angustia mucho. Pero no me angustia porque mi hija pueda, como su hermano, tener el síndrome de Asperger, ya que he comprobado con los años que con el síndrome de Asperger se es mejor persona que sin él. Lo que me angustia es que, por serlo, acabe sufriendo lo mismo que mi hijo ha sufrido sencillamente por ser diferente.
La parte positiva de todo esto es que sé con toda seguridad que tanto uno como la otra no serán nunca crueles con los demás, ni rechazarán a nadie por ser del otro sexo o de otra raza, sé que respetarán a las demás personas y cumplirán las normas a rajatabla y sé que su forma especial de transmitir amor seguirá haciendo felices a los demás. Lo sé, sencillamente porque les conozco. Lo sé, simplemente porque personas con el síndrome de Asperger y quienes lo viven de cerca no pueden, de ninguna manera, ser crueles con los demás.
Precioso, cuanto has debido de observarle para encontrar la forma perfecta de afrontar esos momentos, Me encanta!!!