Fuente: El Pais
El exjugador Fran Murcia promueve un taller pionero que trabaja con niños con autismo.
A las tres y veinte de la tarde dos furgonetas se paran delante del polideportivo de Navalcarbón, en Las Rozas (Madrid). De ellas salen casi 20 personas vestidas con la camiseta negra de la Escuela de basket Fran Murcia y la Fundación Orange. Contentos y cargados con balones bajan directamente a la pista de entrenamiento. “Hola, ¿cómo estás? Me llamo Álvaro”, se presenta uno de los monitores al tiempo que ofrece su mano. Álvaro tiene unos 40 años y tiene autismo, como el resto de los chavales a los que va a ayudar en el entrenamiento, diez chicos entre nueve y 18 años que corren por la pista botando el balón a su aire.
Así que aspirar a que niños con este síndrome lleguen a jugar a un deporte de equipo donde la comunicación y la interacción entre personas es fundamental, es una meta muy ambiciosa. Cuando Fran Murcia acudió a la Fundación Orange en busca de financiación para sus escuelas de baloncesto dirigidas a niños con discapacidad intelectual, la fundación le puso una condición: “Que sea un taller dirigido exclusivamente a niños con autismo”, cuenta Manuel Gimeno, director general. Así que Murcia se dirigió a Nuevo Horizonte, una asociación madrileña de padres cuyos hijos están afectados del síndrome autista y empezó a “reclutar chicos y chicas”, cuenta el exbaloncestista; “me sentía como Vicente del Bosque seleccionando a los chavales”.
El proyecto cumple dos años de éxito, aunque el concepto de éxito adquiere dimensiones diferentes cuando se trata de autismo. No todos los tópicos sobre este síndrome son verdad, aunque tampoco inciertos, ya que cada persona es un mundo y cada uno de estos chavales “presenta un nivel de autismo diferente y nunca sabes a qué atenerte”, dice Murcia.
Murcia recuerda los primeros días “cuando tenía que perseguirlos por toda la pista hasta casi agotar mi paciencia” y cuenta casi sorprendido cómo ahora “tiran a canasta o se pasan el balón entre ellos”. Por eso, cuando habla de éxito, el exjugador se refiere simplemente a estos logros y a pequeñas victorias que repercuten positivamente en la calidad de vida de estas personas y de sus familias. En el aspecto físico “el beneficio es claro ya que la actividad deportiva es buena para todo el mundo y más para estos chavales, que por su tendencia a no relacionarse con el entorno, son muy propensos al sedentarismo y a sus consecuencias”, explica Murcia. En el plano de su vida cotidiana, el baloncesto ha logrado “más tolerancia a los cambios en su rutina”, comenta el exjugador y muestra un ejemplo: “Uno de los chavales era muy intransigente con los horarios y cuando no se seguían exactamente, gritaba y se enfadaba; este comportamiento es muy usual en personas con autismo, porque les gusta la rutina, tenerlo todo controlado, así que cuando se salen de lo conocido, se alteran muchísimo. Desde que este chico viene a entrenarse, sus padres aseguran que tolera mejor los cambios de horarios y creemos que es gracias al deporte», dice ilusionado.