Fué un hijo deseado, como lo fueron sus dos hermanos, y aseguro que nunca hubo por mi parte falta de atención a sus necesidades, o al menos así lo creo ahora.
Porque hace un tiempo, el sentimiento de culpa, estuvo muy presente en mí.
En sus primeros meses de vida, no me dí cuenta de nada, parecía un bebé, como otro cualquiera. Pero a partir del año, noté que sus acciones y sus movimientos no eran los de un niño normal, porque él, no era un niño normal.
Ahora que ya han pasado los años, he aprendido a convivir con sus necesidades y a cubrir las mías con sus logros diarios.
Podría decir que nunca a dicho una frase completa, sus palabras se entrecortan, muchas veces sin sentido, en una telaraña de oraciones sin fundamento. Otras veces decide repetir la misma palabra una y mil veces, los médicos lo llaman ecolalia, yo supongo, que le divierte escuchar las palabras que salen de su boca.
Pero la mayoría de las veces no hay palabras, solo silencio en su persona, unos silencios que hablan por sí solos y que yo he aprendido a escuchar.
Nuestra vida está llena de rutinas, todo tiene que estar en su sitio, y todos los acontecimientos a lo largo del día están ya previstos, nada se sale de lo corriente, porque el simple hecho de hacer algo no conocido por él, puede alterarle de tal forma, que incluso se auto-lesione.
Aunque nunca me mira de frente, sé que sus ojos son de color miel y que su mirada esta siempre ausente, como buscando un camino que le guié.
Mil veces se me ha roto el corazón cuando he intentado abrazarle y no he recibido por su parte más que un rechazo absoluto, y por el contrario, mi corazón se ha salido del pecho cuando en contadas ocasiones él, me ha buscado, para que su mano se rozase ligeramente con la mía.
Durante un tiempo me costó aceptarlo, casi creo que me avergonzaba de que la gente lo viese. Recuerdo las miradas de las otras madres, al principio eran de desprecio y de superioridad, porque veían que mi hijo, con casi dos años no hablaba y apenas se relacionaba con nadie, mientras que sus hijos con la misma edad, ya hablaban fluidamente. Después, cuando en algún momento le daba una de sus crisis y empezaba a pegarse golpes en el parque o a repetir la misma palabra sin parar, las otras madres descubrían que mi hijo no era un niño como los demás y entonces sus miradas se tornaban en compasivas y afligidas, e incluso tenía que soportar la angustia que provocaba a otras personas ver a mi hijo así, como si su comportamiento les asustase, y era entonces cuando tenía que correr con él hasta casa y sentarme en el salón, intentando recordar en qué momento me equivoqué, cual fue el error que cometí y cientos de veces acabe llorando desconsoladamente, maldiciendo por lo que le ocurría a mi hijo.
Pero el tiempo ha pasado, yo he aprendido a disfrutar y querer a mi hijo, tal y como es, si soy franca, creo que incluso siento predilección por él: es mi héroe, mi joven Don Quijote, que lucha a diario contra los molinos, superándose en cada momento.
Sé, que su enfermedad posiblemente siempre este hay, pero ahora soy capaz de decir que mi hijo es autista y sentirme orgullosa de él.