Los ojos de Sergio son los más hermosos que he visto jamás. Azules como el cielo, con forma de almendra y unas pestañas inmensas, enmarcados en una carita perfecta.
Cambian de color según la luz del día, igual que el mar de nuestra playa, muy claros a mediodía más oscuros según se acerca el atardecer.
Pero los ojos de mi niño tienen algo que les hace aún más especiales. Los ojos de Sergio pueden HABLAR.
Siempre pensé que era cosa del vínculo maternal; es curioso. Desde que era bebé, algo en mi interior me decía lo que le hacía falta: comer, beber, calor, un abrazo, un achuchón, un juego…
Así, no es extraño que al empezar la guardería y darnos la voz de alarma, nos pillara un poco de sorpresa ¿Autismo? Pero si él se comunica, pero si ni siquiera el pediatra se ha dado cuenta… ¿Será que los pediatras también tienen ese sexto sentido y entienden con sólo mirar?
Pero no, no era instinto, no era algo exclusivo mío, mi niño habla, vaya si habla, y cualquiera que se pare a escucharle puede entender lo que dice. Con mucho esfuerzo de su parte y ayuda de la nuestra y de sus educadores, está aprendiendo a ayudarnos a todos a entenderle, pronunciando con palabras lo que sus ojos explican mucho más extensamente, porque parece más complicado que sean los demás los que aprendan a comprender el lenguaje de sus ojos azules…
Recuerdo como si fuera ayer aquel día, cuando tenía cinco años, en que pronunció por primera vez la palabra “mamá” para llamarme. Le había dejado en la bañera y salí del baño para buscar su pijama; no alcanzaba su patito, y escuché su voz gritando: “¡Mamá!” Me acerqué corriendo a su lado y sus azules y risueños ojos me llamaban también. Y lloré de felicidad, aunque ya me había llamado antes un millón de veces, pero sólo sus ojos azules habían hablado por él.
Estoy planchando en el salón y Sergio se me acerca despacio, me toma del brazo y me mira a los ojos fijamente. Nuestros ojos se observan y yo sé perfectamente lo que me están diciendo los suyos, les estoy “escuchando” dentro de mí. Pero no, debe hablar, debe aprender a comunicarse, según me han dicho, así que le pregunto: “¿Qué quieres, Sergio?” y él contesta sin apartar esos preciosos ojos azules de los míos: “¡Chocolate!”.
Pero no es suficiente, así que me toco la barbilla con el dedo índice, como me ha enseñado a hacer la logopeda de su cole (bendito colegio, bendita educación pública y benditos los profesionales que en ella trabajan) y le indico: “Pídelo bien, Sergio ¿qué quieres?” Y él contesta con la fórmula tan bien aprendida de Begoña, y pronuncia con su lengua de trapo, acompañándose con el gesto de comer: “Mamá, quiero comer chocolate, por favor”. Y ambos vamos de la mano hasta la nevera, parto dos pedazos de chocolate y le doy uno para él “y este para tu hermano” y mi niño sale triunfante con su trofeo, uno para él y otro para Jorge, con esos ojillos azules que ríen casi más que sus labios… Y yo sabía lo que quería desde el momento en que me ha mirado.
Es su cumpleaños, cómo pasa el tiempo ¡ocho añitos ya! La casa llena de sus compañeros de clase que corren por todos los lados (bendito cole ¿lo que dicho ya? Benditos esos niños que le cuidan, le ayudan, juegan y comparten con él todo el curso escolar desde que tenía tres añitos). Veo de lejos cómo junto a la mesa de las chuches Sergio se acerca a Patricia (cómo quiere esta niña a mi hijo, y cómo la quiero yo por ello), le toma del brazo y le mira fijamente a los ojos. Aún en la distancia, yo he “escuchado” lo que le está pidiendo sin hablar ¿Habrá “oído” ella…? Patricia le contesta, tomándole de la mano: “Ven, vamos a pedírselo a mamá” Se acercan y Patricia traduce: “Mayte, Sergio quiere bolitas” Y yo, que ya estaba llenando un bol con “Pelotazos de Matutano”, se lo doy encantada. Y los ojitos azules de Sergio ríen más que el sol en el cielo.
Después coge una revista de publicidad de juguetes (sus favoritas) y se sienta en el tobogán. Su compañero del cole, Pablo, se sienta a su lado. Sergio le mira a los ojos y después señala uno de los juguetes, Pablo lee la descripción del juguete y después señala otro, mira a Sergio y le dice: “Ahora tú, Sergio” Y mi niño lee, le mira con sus ojos azul cielo y espera el premio: “Muy bien, Sergio” Dice Pablo, y le hace cosquillas. Porque con la mirada Sergio se lo ha pedido, porque quería reír con él.
Mi madre ha venido a vernos y prepara en la cocina uno de esos guisos caseros que hacen que todos nos chupemos los dedos. Sergio entra en la cocina, le estira del brazo y clava en sus ojos esa mirada azul que tanto dice, y la abuela Tere continúa la “conversación” ya con palabras mientras le pone un vaso de agua: “Claro, cariño, toma agua ¿te la pongo fresquita?”. “¡Mamá!” le riño yo, “¡Que tiene que pedirlo bien!” Y mi madre contesta: “Pobrecito, si es que tenía mucha sed…” Y Sergio bebe feliz y se coge a la cintura de mi madre para recibir unos cuantos achuchones de abuela, y sus ojillos azules casi no se ven de tanto que ríen
Mayte Vañó Sempere
Para triunfar en la vida, no es importante llegar el primero. Para triunfar simplemente hay que llegar, levantándose cada vez que se cae en el camino.