Veíamos que a Juan algo no iba bien, pero no sabíamos exactamente el qué. El niño no hablaba, no nos hacia ningún caso, no reaccionaba a los estímulos, tampoco demostraba mucho interés por los juguetes. Siempre pensábamos que era algo pasajero y que todo cambiaria de un momento al otro. Que Juan iba a explotar de repente en positivo y seria lo que creíamos que debía ser. Como nuestra preocupación era que tenía ya más de 2 años y no hablaba nada, pedimos al pediatra que nos diera una explicación de lo que ocurría. Este nos derivó al neurólogo infantil en Córdoba. En esa visita, tras una larga entrevista con el neurólogo, este en su informe fue el primero que ya puso la posibilidad clara de que tuviera TGD, mandando muchas pruebas para hacer. La sensación al volver de esa visita al neurólogo no fue ni buena ni mala, era simplemente de ignorancia. No siendo consciente del todo de lo que suponía ese diagnóstico. Algunas de las pruebas realizadas en Juan fueron muy desagradables visualmente para mí y físicamente para él. En esa fase yo tampoco quise pensar en más de lo que no fuera el día a día de esas pruebas que a mí ya me hacían ver que se trataba de algo serio.

Como en todo ese tiempo nadie nos había explicado lo que iba suponer el futuro tanto para él como a nosotros, en mi interior yo solo pensaba que serian solamente una serie de pruebas que seguro que saldrían bien y que el niño mejoraría rápidamente como si se tratara de una simple gripe más larga de lo normal. Poco a poco vas viendo que hay un estancamiento y a su vez ve como hay un gran avance en los niños de su edad.

Con lo cual es evidente que las diferencias son mucho más grandes.

Después de todas esas pruebas nos recomiendan empezar terapia con una psicóloga y con una logopeda. Estando los dos (padre y madre) muy perdidos porque no sabíamos a donde nos dirigíamos. Esta primera visita con la psicóloga-logopeda a la vez ha sido el momento más duro que sufrí, por la dureza, contundencia, falta de humanidad y precipitación por parte de ella (ya que no daba ninguna esperanza de un avance importante a pesar de la temprana edad de J.). En esos momentos hubo un hundimiento psicológico familiar importante, en el cual yo nunca perdí la esperanza y preferí vivir el día a día, valorando muchísimo cualquier avance de Juan y pensando siempre en la fuerza y alegría que él me demostraba (las cuales me contagiaban y no me dejaron caer y viendo sus terapias y esfuerzos diarios como algo normal en el camino que él tiene que seguir). Mi mujer lo sufrió de una manera muy intensa. Yo me sentí con fuerzas para ayudarla en ese trance, pero no solo de fachada para fuera, porque en mi interior lo sentía que realmente conseguiríamos. Siempre estuve optimista de que todo saldría bien. Creía en Juan plenamente porque como yo digo: «es un campeón». Yo sabía que Juan tenía que seguir una vía diferente del resto de los niños, pero que al final esos caminos se cruzarán y eso me hace seguir fuerte y confiado día a día…

David

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