Hola. Me llamo Alberto. Mi mamá me ha dicho que os cuente cómo fue mi primer día en el nuevo cole.

Antes iba a otro colegio. Ahora voy al colegio de los mayores. El colegio de los mayores es muy grande. Hay muchos chicos y chicas… y además son muy mayores. A los maestros no se les dice seño o maestra; se llaman “profe”. Casi nada es igual que en otro colegio: ahora tengo que ir de un sitio a otro. Mi colegio nuevo no se llama colegio: se llama Instituto. Mis amigos de clase le llaman IES.

Mi primer día …

– ¡Vamos, chavales, cada uno a su clase — truena la voz del Jefe de Estudios intentando agilizar el proceso de búsqueda de las aulas —, no os quedéis en la entrada!

– Cada año que pasa vienen los nuevos más alelados… — comenta jocoso un profesor de Filosofía de Bachiller.

– No empieces, Federico, que nos conocemos… — le contesta el Jefe de Estudios.

– ¿Por favor, la clase de 1º B? — pregunta en conserjería una niña de apenas diez años de apariencia, pequeñita, con una gran mochila llena y mirada asustadiza.

Poco a poco van entrando los alumnos y los pasillos quedan vacíos: todos están en sus aulas excepto aquellos despistadillos que no acaban de ubicarse y hay que acompañarles a sus clases.

Un grupo de profesores hacen el último recorrido para comprobar que no hay alumnos fuera de las aulas o que alguno ande perdido. Federico está revisando la parte de primero y…

– ¡Eh, tú! ¿Qué haces aquí? — increpa el profesor a un chaval que ni se mueve, con los ojos muy abiertos, las manos crispadas sobre la mochila y acurrucado al fondo del pasillo del último piso — ¡No me oyes! ¡Eres tonto o qué! ¡Ven aquí! — el muchacho ni se mueve — No si ya decía yo que cada día vienen más… — va diciendo mientras se acerca e intenta agarrar al chico.

De manera instintiva, Alberto se incorpora; es un chaval rubio, de ojos azules, de uno setenta aproximadamente de estatura, muy alto para primero, da un respingo y emite una especie de gruñido haciendo retroceder al profesor  que  asustado queda en medio del pasillo. Con el teléfono móvil llama al director:

– Chema, soy Alberto. Estoy en el pasillo del último piso de primero. Sube. Es urgente.

Chema deja lo que está haciendo y sube las escaleras de tres en tres. Cuando llega al último piso, casi sin resuello, se encuentra una escena esperpéntica: un profesor cierra el paso a un chico que asustado, aterrado no sabe qué hacer. El director reconoce inmediatamente a Alberto: estuvo presente en la reunión con la medre cuando fueron a matricularlo. Algo había fallado: había un protocolo de acompañamiento para estos casos.

– Quítate de ahí, Federico, — ordena tajante Chema, con voz calmada — baja y busca a la educadora. Se llama Sandra. Que te ayuden los conserjes y que suba ¡rápido!  Después hablaremos tú y yo de este tema.

El profesor se retira sin perder de vista al muchacho y desaparece en busca de la educadora.

– No pasa nada, Alberto. Soy Chema, el director, nos conocimos cuando viniste con la mamá, ¿te acuerdas? — Alberto asiente tímidamente —Ahora vendrá Sandra, hablará contigo, te acompañará a tu clase y te presentará a tus compañeros.

La voz cálida y amable de Chema, va calmándolo y poco a poco se tranquiliza.

Al ver una mujer, Sandra, Alberto acaba de sentirse seguro. Chema los presenta y juntos descienden las escaleras hacia sala de recibir a los padres, lugar destinado para la atención de estos niños…

Hay muchos niños en la entrada.

 Me ha acompañado mamá hasta la entrada.

 Entro con los otros niños.

Dentro, un señor muy gritón, manda cosas: no me gustan los ruidos, me molestan. Los niños ríen muy fuerte. Todos hablan a gritos.

Todos subimos por una escalera.

Me quedo solo.

No hay ruido. No hay nadie.

Subo.

No hay nadie.

Tengo hambre pero no puedo almorzar porque la seño no lo ha dicho.

Viene un señor.

Me da miedo…  Me grita.

No he hecho nada ¿por qué grita? No sé quién es.

Si me pega, le pego.

Por qué se para en medio.

Viene otro señor.  Me da miedo.

No me grita. Sabe cómo me llamo. Habla despacio. Le entiendo.

Ha dicho Sandra, como una amiga de mi cole.

Sandra me da la mano y bajamos la escalera.

En un sitio me dice muchas cosas, me las escribe, me acompaña a mi clase. Tengo miedo.

Abre la puerta y veo…a Fede, un amigo de mi cole.

¡Qué bien, ya no estoy solo y tengo un amigo!

 Soy Alberto

Ya estoy tres años en el IES.

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