Este año llegó a mi clase un niño nuevo.

Cuando el maestro lo presentó, nos dijo que se llamaba Nicolás, que era su primer día en la escuela, que  lo podíamos llamar Nico y que era un niño con autismo.

Nos dijo que era un niño especial porque le era difícil comunicarse . Que  deberíamos tenerle  paciencia,  hablarle lentamente, mirándole a los ojos, usando pocas palabras y haciéndole señas.

Poco a poco nos dimos cuenta que Nico no respondía cuando le llamaban,  nos miraba pero parecía que no nos veía y  durante largos ratos permanecía balanceándose sobre si mismo.

A la hora del descanso, prefería quedarse solo, mirando la puntas de sus dedos mientras los movía en círculos infinitos.

Una mañana me le acerqué. Le extendí la mano para invitarle a jugar, pero Nico ni volteó a verme.

Al día siguiente volví a intentarlo. Entonces sí. Nico levantó su cabeza y con sus grandes ojos color café, me miró durante un largo tiempo y al final me sonrió.

Se dejó tomar la manita y le llevé al patio donde colgaba una hamaca. La vio y se tumbó en ella columpiándose suavemente. Estaba contento.

Como decía nuestro maestro, a Nico le es difícil hacer amigos.

Pero como a mí no, ¡yo lo hice mi amigo!

 

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