Era su fiesta de cumpleaños. Cumplía 7 años y estábamos todos.
¡Que toque, que toque, que toque! …
Y Piti se sentó al piano. Un piano sin cola y un poco desafinado que parecía estar suspendido en el aire amarrado por grandes globos de colores, todos distintos y cada uno de ellos acariciando una tecla distinta.
Tocó “Para Elisa”… aplausos.
Volvió a su sillón favorito. Era el momento de abrir los regalos. Yo tenía 6 años y miraba emocionada aquellos paquetes que se amontonaban en la esquina. Piti no los miraba. Estaba en su sillón y tenía ya entre sus manos ese pañuelo blanco que nunca me dejaban tocar. Formaba con él una especie de pajarita y jugaba a moverlo con el puño cerrado mirando hacia arriba. ¡Qué divertido me parecía! ¡Cuántas ganas tenía de cogerlo y de jugar con Piti! Pero no me dejaban… Al final, los regalos los abrió la tía.
………..
Era el cumpleaños de Piti. Cumplía 9 y a mí, la verdad, es que no me apetecía nada ir. Hacía tiempo que no me divertía con ella. Mi madre me dejaba muchas veces en su casa cuando iba a hacer recados y yo me aburría, me aburría mucho. El piano ya no tenía globos, Piti ya casi no me hablaba y además cuándo yo le decía algo, ni me miraba. ¡Piti era una verdadera maleducada! Me daba igual eso que me contaba mi madre de que Piti era especial, que era como un angelito perdido en la tierra, la verdad es que era una aburrida que ni siquiera veía para la tele aunque estuvieran poniendo “Candy, Candy”.
El cumple no estuvo mal. Jugué con mis otros primos, incluso hicimos alguna actuación en la que yo bailaba con Beba. A mi tía, a la madre de Piti, no le gustó. Se fue en medio de la actuación y se sentó sola en otra salita cerca del salón. No sé porqué no le gustó, yo ya iba a ballet y creo que me salió bastante bien. A lo mejor no le gustó como bailó Beba, ella no iba a ballet sino a Judo.
…………….
Piti cumplía 18 años. Cada vez éramos menos. Mi madre, mis hermanas y yo y algún familiar más, pero pocos. Mi abuela había muerto. Mi abuelo estaba en el sillón al lado de Piti y su pañuelo blanco. Me acerqué a ellos y la abracé. A mí Piti sí que me miraba, decían que era a los pocos que miraba. Me quedé allí con ella toda la tarde, cogiéndole la mano…recuerdo que ni comí, ella me daba paz y a mí me gustaba. Lo pasé bien.
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42 años. Ya no celebra sus cumpleaños. Su madre, mi tía, está malita… ya no recuerda a nadie, aunque a Piti la mira con una cara distinta, con un cariño infinito. Llegué a su casa, a felicitarla, y estaba en su sillón, en el de siempre, el único que no han tapizado aunque se haya desgastado con el paso de los años. El de flores fuxia, que ahora son malva… Ese día no tenía el pañuelo. Me acerqué a mi tío y le pregunté por él. Se está lavando. Fui al tendedero y lo cogí. Le abrí la mano y se lo dejé dentro. Me miró, la miré. Me senté y dejé que me inundara la paz. ¡Qué bien se está con Piti!
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Voló… se fue… el pañuelo de Piti, con forma de pajarita, se escapó lentamente de su mano y se elevó… se fue a reunir con los angelitos, con aquellos que mi madre me dijo cuando tenía yo 6 años. Ella se quedó en el sillón, en calma, como dormida. No encontraron el pañuelo y es que yo sé que voló, que lo dejó escapar…era de ella y con ella se fue. Ahora nadie lo tocará nunca. Ella no dejaba.
Gracias Matilde por mostrarnos la realidad de todas las personas que vivimos el autismo.
A mi también me gustan los silencios, he aprendido a descubrir que «dicen tanto…»