Las protagonistas que voy a presentaros a continuación son dos niñas compañeras de colegio desde la infancia, dos corazones unidos por un vínculo de amistad. Una amistad que nació del cariño, la simpatía, la ternura, el interés y el aprecio de una hacia otra, pero ha ido desarrollándose hasta el apego y el afecto mutuo, la adhesión conjunta y la fidelidad y lealtad propia del amor.
Ana, tiene 9 años, el pelo corto y una sonrisa abrumadora. Sus ojos transmiten cariño y locura a partes iguales. Bajita y regordeta, con unos mofletes irresistibles y el pelo cortito y rebelde. Martina, su camarada, va a su misma clase, aunque tiene 13 años, y tiene autismo junto con una discapacidad motora asociada que hace que sus movimientos sean algo más bruscos y lentos. Es mucho más alta que Ana, y también bastante más delgada. Habla constantemente, con todas las partes de su cuerpo, y le encanta cantar.
Cuando Martina llega al colegio, Ana siempre se acerca a recibirla con alegría, junto con otros compañeros. Sabe cuándo tiene que estar y cuándo es su momento para ir a jugar con sus amistades, porque entiende que su cometido no es cuidar de Martina sino ayudarla a integrarse con la mayor normalidad posible – aunque por su edad lo describa con palabras distintas. Si escuchan música, una de las actividades favoritas de Martina, Ana le pide que elija cuál es la canción que más le apetece diciéndole con un tonillo peculiar: «Quiero escuchar…» a lo que Martina siempre responde, con la estructura de la frase anterior, miles de nombres de artistas y melodías de éxitos. Aunque a Ana hay muchas que no le gustan nada, hace por aprenderlas y a veces, como no, convencer a Martina de que escuche otra más divertida. Martina se conforma con cualquier canción, ya que sabe reconocer una amplísima gama de composiciones, pero es Ana quien sabe determinar con precisión cuándo le gustan más o menos. Por este motivo, es quién mejor sabe hacer que cante y baile sin parar, y no es porque los demás no lo intentemos.
Martina tiene un lenguaje muy peculiar, repleto de ecolalias, y a veces se hace complicado entender lo que le apetece, pero Ana siempre está cerca para traducir sus intereses y además ayudarla a pronunciar de forma correcta, mediante posiciones de la boca que corrige con la yema de sus dedos. Por este motivo, Ana sabe signar objetos y entornos significativos para Martina, incluso tiene un signo para su propio nombre, de tal forma que sea sencillo para la primera de ellas contar cosas que ha compartido con su amiga. Aunque en muchas ocasiones se ríe con las ocurrencias de Martina, se fija con cuidado en los profesionales que la ayudan para aplicar sus mismas reglas y normas. Por ejemplo, dado que a Ana le encanta hacer trenzas, porque ha aprendido hace poco, aprovecha el largo pelo de Martina para peinarla y ponerla tan guapa como una princesa. Martina, por su lado, tiene un gran dilema porque le gusta y lo odia a partes iguales: no soporta tener el pelo suelto pero le gustan más las coletas que las trenzas. Entonces es el momento en que Ana le dice: «Contamos hasta 10 y hacer la trenza se acabó» y se las oye a las dos recitar los números mientras ésta hace la trenza tan rápido como puede para no llegar al 10 sin haber puesto la goma al final de la misma.
A veces Martina se enfada y puede pellizcar a sus compañeros. Mientras hay niños que sin comprender la situación se lo devuelven o se lo dicen al profesor, Ana reacciona de forma madura corrigiendo su actitud: «Martina, que no me gusta». De esta forma, Martina deja de pellizcar de inmediato. Se acuerda siempre de aguardarle un sitio a su lado para cada actividad y de recoger su mochila cuando Martina sale escopetada a por algo de su interés, o bien la detiene y se preocupa de guiarla para que lo haga de forma autónoma. Tampoco tiene ningún problema en ir con ella de pareja en los diferentes ejercicios que se realizan en el entorno escolar, ya sea pasar una prueba en equipos o resolver un problema de matemáticas. No se siente extraña porque su compañera tenga más dificultad, pero tampoco intenta aprovecharse de la situación para conseguir una mejor posición. Cuando realizan una tarea, aunque hacen el trabajo de forma individual, Ana siempre tiene un ojo puesto en cada tarea y refuerza los comportamientos positivos de Martina y cada pequeño paso que da hacia un logro cualquiera. Y muchas veces, en el recreo, se las ves juntas chutando un balón en medio del patio durante horas.
Son dos mundos paralelos que se complementan a la perfección. Su relación es muy enriquecedora porque cuando están juntas la expresión de ambas trasmite una felicidad absoluta. Ana tiene una sensibilidad especial, se le nota en la adoración que transmite a Martina a diario, así como en la forma de tratarla, respetarla y apoyarla. Y Martina tiene la gran suerte de contar un hombro tan firme como el de Ana en el que poder apoyarse, esperemos que, de aquí en adelante.