Interesante reportaje publicado en ‘El Mundo’ en el que Iván, un joven de 13 años con TEA es el protagonista junto a su familia y amigos.
Fuente: El Mundo
La palabra abrazo suele sugerir su gesto, como la palabra mar lleva al agua y el agua al descanso o incluso a la paz. Existen personas, sin embargo, que cuando escuchan beso no lo relacionan con darlo. No son ariscos, ni poco cariñosos ni están enfadados; sencillamente son así, como son así los rubios, los de ojos verdes y los bajitos. La neurología dice que hay en sus cerebros una falta de actividad en la corteza cingulada posterior, un área que se relaciona con la representación que uno se hace de sí mismo. Pero Txiki, la madre de Iván, el niño de 13 años sobre estas líneas, lo explica muchísimo mejor: «Le veía solo. No pedía nada y nunca tenía predilección por nada, ningún juguete…, nada».
Se acuerda esta mujer de 45 años, mecánica de coches y, a veces, de tractores en la Comunidad de Madrid, donde es interina, de cuando Iván tenía cuatro años y la familia comenzaba a preocuparse por él. Más de lo normal, se entiende, más de lo que cualquier padre o madre, cada día, se preocupa por sus hijos. «Primero pensamos que podía tener problemas de oído porque no se giraba cuando le llamábamos», rememora.
Luego comenzó a tener manías, «siempre abría y cerraba la puerta» antes de cruzarla, «y siempre tenía que hacerlo él». «Si lo hacía yo se ponía nervioso. Igual que cuando no íbamos por el camino habitual al colegio, se ponía a llorar, no entendía, lo pasaba muy mal, o como cuando no se le ponía un vaso concreto para que desayunara», recuerda su madre. Hasta que Iván tuvo cinco años no supieron que ni era sordo ni era maniático sino que tenía «espectro autista», una condición que influye en las capacidades sociales; donde un acercamiento físico a otro ser humano puede tomar magnitud de abismo.