- Nota: en la foto, Arturo con Kira, incansable y de paciencia infinita, que no paró hasta que Arturo y ella se hicieron amigos.
Había una vez una armónica olvidada en un cajón de juguetes en casa de la abuela.
Un día Arturo, rebuscando, la encontró, sopló y en ese momento supo que era capaz hacer música con ella. Al recoger las cosas para irnos a casa, Arturo cogió la armónica, abrió la cremallera de su mochila y la metió dentro.
En ese momento pensé, tendremos que llevar al cole el descubrimiento. Pero al día siguiente, la armónica no fue al colegio, porque Arturo por la noche se la enseñó a su papá, y yo me olvidé de meterla dentro de la mochila.
Ese día, por la tarde, no jugó con la armónica ni le hizo caso. Pero preparando la mochila pensé que se la mandaría al colegio para que se la enseñase a sus compañeros. Nunca jamás hubiese podido llegar a imaginar lo que ese día pasó.
Al bajar del coche en el aparcamiento del colegio le di la armónica, nada más. El subió a clase con su mochila y la armónica en el bolsillo.
En medio del barullo de primera hora de la mañana ese día, todos los niños se quedaron callados, boquiabiertos, pasmados, soprendidos, el tiempo se paró. Arturo se había colocado al lado de la mesa de la tutora, y empezó a tocar la armónica para sus compañeros. No tocó sentado en su mesa, en su territorio. No, se colocó dónde todos se colocan para compartir o contar a sus compañeros. Y mi hijo compartió sin palabras. Se hizo el silencio, se paró el tiempo, y la música fluyó de los labios de un niño que hace unos meses no era capaz de soplar.
Cuando terminó de tocar, todos le dieron un gran aplauso, ¡ Arturo sabe tocar la armónica!¡yo vi en la tele tocar la armónica y Arturo la toca con todas las notas, en la tele no sonaba tan bien!!!!!!!! Y a Arturo, el aplauso le dio mucha vergüenza.
Pero hay sensaciones que no se pueden describir, la cara de satisfacción de Arturo cuando salió ese día del colegio, la emoción de su tutora contándome lo que había pasado, cómo habían reaccionado los niños, la sorpresa de todos, incluida ella, los vellos de sus brazos erizándose mientras me lo contaba y mis lágrimas de emoción y orgullo mientras lo escuchaba.
Arturo no es una persona incapaz de sentir ni incapaz de comunicarse.
Esther Cuadrado (La Sonrisa de Arturo)
Preciosísimo, Esther, póñenseme os pelos «como escarpias» de imaxinalo.