Y aquí estamos de nuevo, en casa, hoy, porque hace mucho calor… ponemos el aire… y así estamos tranquilos. No solo se pega tortazos si tiene mucho calor, también se los pega si tiene hambre, sed, sueño, frío o cualquier otra sensación que él no sabe cómo catalogar, cómo regular y, a la vez, cómo expresar.
Así que, vamos poniendo nombre a esos escenarios que nos desestabilizan a los dos. Yo, porque sufro de verlo pegarse y llorar con esas lágrimas transparentes, sin maldad, que solo producen ojos con siete años de vida… él porque su agitación no tiene límites… el pulso se le pone a mil, la cara enrojecida, suda, patalea… una rabieta con todas las de la ley que luego lo deja tronchado hasta que se le pasa y vuelve a invadirlo la calma.
Yo estoy segura de que las rabietas son ausencia de palabras, falta de expresión porque él mismo no sabe como se llama lo que le pasa… y es una espiral, claro!… él no sabe expresar, se descompone y se agita, se pega, la sensación se hace más intensa, él se descompone más… y así hasta que se me ocurre alguna idea para “nombrar” lo que le pasa.
“Vamos, eso se llama calor… calor…”, y mientras le quito la camiseta, el pantalón, calcetines… le refresco la frente… “venga, vamos a beber agua…” y se bebe… ¡lo que no está escrito!!! y ¡¡Con un ansia!!… “ves, se llama calor, CALOR”, y el repite, obediente, “caló” “calól”… sin todavía acabar de pronunciar la erre al final…
Lo peor es cuando estamos en la calle, rodeados de coches, motos, camiones de basura, ambulancias (que no faltan en el momento más oportuno)… entonces empieza… y ahora sí es mucho más difícil pararlo, porque hay muchos estímulos a nuestro alrededor… y se quita los zapatos, grita, se empieza a quitar la ropa… A veces, mientras se tira al suelo e intento sujetarlo para que no se hiera, se me vienen a la cabeza pensamientos terroríficos pensando en un futuro próximo… cuando él tenga más fuerza que yo…
Así que es urgente, pienso, darle a esto una solución… y comienzo a hablarle con energía… primero le nombro cosas que le encantan y que el visualiza con facilidad: “¿a que esta noche no hay sanjacobo para cenar?”… “me parece que te vas a quedar sin espaguetis hoy”… “ah… pues los crispis que hemos comprado no los vamos a probar…”
Estos primeros comentarios ya le hacen pensar que se está “portando mal”, y por tanto se va a quedar sin cosas que le gustan… así que la rabieta, baja de nivel un poco. A pesar de que sigue en el suelo, medio desnudo y descalzo, ya ha dejado de pegarse tortazos, con lo que la espiral de agitación ya no tiene oxígeno, no arde igual la hoguera porque se deja de echar leña al fuego.
Este es mi momento para actuar, y mientras él empieza a repetir como un poseso “portá mién, portá mién, portase mu mién…” le ordeno vestirse ahora mismo y ponerse los zapatos, o no hay (y vuelvo a nombrar las cosas que le gustan) cuando lleguemos a casa…
A la vez le ayudo a levantarse, limpio sus lágrimas y con una toallita húmeda quitamos el sudor, le ofrezco agua… y, además de ofrecerle un futuro prometedor de cosas ricas cuando lleguemos a casa, le abrazo, lo calmo, le doy besos y lo acaricio en el pelo, “ya pasó, ya pasó… venga, vamos…” e intentando saber qué le ha pasado… cuál es la sensación que le ha provocado este malestar… quizá fue una ropa tendida que se movió en la cuerda de un balcón… quizá un camión con una grúa cuyo ruido le asustó… quizá calor, cansancio, sueño… siempre pienso que ha sido algo que yo no he previsto… que no he ido demasiado atenta a él y al entorno, y que quizá podría haber evitado.
Ya estamos de pié y arreglados… así que, ahora hacia casa… lo más rápido posible. Tenemos que continuar engordando ese pequeño hilo que hemos creado para salir de la vorágine, así que, hay que cambiar el chip. De momento, he comprobado, porque lo leí en un libro, que es muy útil darle algo de manera imperativa, para que fije su atención en ello: “coge esta bolsa… llévala tú, venga…”, y entre jipidos y sorbiéndose los mocos, la sujeta, en parte contento porque le doy una responsabilidad… o “toma, lleva tú a la perra…” y le pongo en la mano la correa de nuestra perrita “Chambe”…, o a veces, sólo tenía el móvil… “toma, sujeta el móvil…” (aún a riesgo de que lo estampe contra el suelo), y parece imposible cómo una orden a tiempo, dada con energía, te ayuda a que el chip de la rabieta cambie de rumbo.
En el camino hay que hacer algo para que la rabieta no vuelva, así que le pregunto… “bueno, ¿cantamos?…”, y empiezo “en la casa de pepito”… y él contesta “ía, ía, o” entre sollozos… “ya lo tengo en el bote”, pienso… y seguimos andando y cantando, mientras él tiene puesta su mirada fijamente en lo que lleva en la mano. A veces también contamos, y también es muy útil para conservar la calma… “uno, dos…”, él dice “tes”… “venga, muy bien,” -yo, como si hubiera sido un triunfo llegar hasta tres-, “cuatro”, digo yo, y le indico con el dedo, para que sepa que le toca a él, “zinco”… y así… a veces hemos llegado a casa e íbamos por el ciento veintiuno…
Es i importante desdramatizar la situación ante la gente que está alrededor… “niño, a la abuela (soy mayor) no se la pega…” “es que tiene calor…” le digo… “vaya niño mal educado…”, que también hay quien dice eso… “oiga señora, ¿acaso he opinado yo de la educación de usted?”… y cosas por el estilo. También hay gente que se ofrece a ayudar, pues me ve demasiado agobiada… a ésos sí le explico un poco más a fondo lo que le pasa a mi niño… La gente reacciona de manera muy compungida, cuando se dan cuenta de que el niño lo que tiene es una discapacidad, no mala educación…y no saben qué decir. Yo les suelo decir que “no pasa nada”, lo mismo que al niño, todo el mundo tiene derecho a vivir ¿no? O es que, al que no cumple con la normalidad, hay que matarlo?….
Como “mi pajarito” está empezando a hablar, hay frases que repetimos con asiduidad, porque ya las sabe decir muy bien, así que estas frases también son un buen aliciente para que, aferrado a mi mano, crucemos la avenida entre los sonidos y estímulos luminosos tan incomprensibles para su mundo, repitiendo, a medias: “señorita”, “po zavó”, “me da pin” “tuda negra pada pintá” “por” “zavó, zeñodita…”… mientras nos miramos con risa, no exenta de miedo…
Carmen Díaz. Salamanca, 22 de Julio de 2012