Veníamos de un abismo profundo, Albert, de tantas tardes perdidas entre conceptos que nunca podrás entender, de escribir folios y más folios que dejaban tus dedos, de por sí tan débiles, maltrechos, y tu moral y la mía por los suelos. Y todavía peor: venías de sufrir burlas, incomprensión, llegando casi al maltrato físico; tu siempre callado, hasta que una doctora increíble logró hacerte verbalizar todo ese horror.
Tenía que sacarte de ese infierno, hijo mio. Entonces empezó una peregrinación visitando institutos. En uno de ellos, estando en el aula de tecnología y sin quererlo, mi pensamiento se hizo palabra en voz alta: Dios mio, mi hijo, con su torpeza, aquí se corta una mano. El profesor se plantó ante mi, me miró a los ojos y me dijo con la seguridad del que está acostumbrado a trabajar día a día sorteando dificultades: “Para eso estamos nosotros”. En ese momento decidí que aquel tenía que ser tu sitio.
Finalmente tuviste la suerte que te mereces, corazón, y hubo una plaza para ti en “tu escuela”. Empezaste el curso sin libros, estábamos los dos inquietos porque ni tú quieres ser diferente ni yo acabo de aceptarlo. Pero pasados unos días, fui tranquilizándome antes las palabras cargadas de razón del orientador: Albert tendrá los libros que necesite, déjanos un espacio… Llegaron unos libros muy visuales, donde poco tendrías que escribir a mano, tu gran lastre, pero sí mucho que aprender. Con tus asignaturas adaptadas, sólo lo necesario.
Un día me llamó tu tutora, Carmeta: ¡Albert ha aprendido a sacar punta a los lápices! Poco a poco lograron que te integrases en el grupo, que en los recreos no te quedaras en las escaleras comiéndote el bocadillo solo y triste, por miedo a que te golpearan la cabeza con un balón ex profeso, y vinieras con un hematoma en la cara. Con tres compañeros, hiciste el camino del “cole” a casa, para comprobar si te orientabas espacialmente, si estabas atento a cuándo había que cruzar, si, en definitiva, podíamos dejarte la cuerda un poco más larga. ¿Te acuerdas del día que fuiste a comprar al supermercado con tus “compis”? Quesitos para mami, caldo para la abuela, lo que les gusta, argumentaste. Creo que no te desenvolviste muy bien con los cambios, pero eso se aprende, Albert.
Tus notas, fantásticas, pero de nuevo aquellos tres ángeles (el orientador, el coordinador de la USEE y tu tutora) hacían hincapié en que lo importante era lograr la mayor autonomía posible para ti y tu relación con el resto de iguales. Y por eso, irías de campamentos. ¿De campamentos? Pero si todavía no tiene claro su esquema corporal, ni sabe cómo abrir la boca para lavarse los dientes, si tan siquiera lavarse las manos aunque me pongo a su lado y le digo que me imite… Pues sí, fuiste de campamentos, te lo pasaste genial e incluso, las tres primeras noches de vuelta a casa, añorabas la compañía de los chicos.
Y así ha ido deslizándose suavemente un curso que parecía complicado, mi pequeño se hacía mayor, escuela nuevo, ciclo nuevo, compañeros nuevos… Pasamos las páginas de un libro lleno de borrones, para escribir en unas hojas en blanco, inmaculadas. Cierto que tu escritura no es tan perfecta como las de otros, pero tu espíritu está creciendo, y eso es lo que hace que te superes día a día. Que me pidas salir a cenar o al cine, que quieras quedar con tus compañeros, que pienses en los próximos campamentos, que quieras ir solo a la escuela…Nos marcamos objetivos a corto plazo y fáciles de adquirir: para este verano, tienes que ser capaz de vestirte solo; podrás tomarte tu tiempo, hay unas largas semanas por delante. El próximo trimestre a ducharte más o menos correctamente, y así, Albert, poco a poco. La vida son los pequeños logros, los pequeños detalles, los pequeños gestos. Mami también lo está aprendiendo contigo, aunque tú pienses que lo sé todo. Nos enseñan Laia, Javier, Carmeta, Juan Antonio, Joan, Enric, Abraham, Jaime… Sólo tenemos que poner un poco de voluntad, y tú la tienes, hijo. La tenemos