Tiene 12 años, no tiene el don de la palabra ni se muestra abiertamente, pero los que están cerca de ella pueden sentir su gran corazón y su gran cariño hacia sus padres y hermanos. Es muy callada y reservada, su mirada se dirige hacia el suelo. Pero desde hace dos años veo como cambia cuando llegan los momentos de la semana más especiales para ella.
Varios días a la semana va a un centro hípico cercano. Juega con los caballos, especialmente con el suyo, de nombre “Durango”. Es muy dócil, cuando la ve se pone loco de alegría, va dando vueltas a su alrededor para que ella le coja de la brida, lo ensille y después monte en él con la ayuda de los preparadores. Cuando su caballo preferido se acerca su expresión cambia. Subida en su lomo, siente algo especial, se mueve al compás.
Al igual que dos veces al año que se unen dos de sus pasiones, nadar y los delfines y focas. Se divierte, da palmas, sonríe hace gestos de aprobación con la mirada, los ojos parecen alegres. No tengo la menor duda de que estas vivencias han ayudado a mejorar su calidad de vida, a proporcionarla diferentes experiencias que perduran en ella el resto del día, a su manera. Aunque no nos lo diga siento que es feliz. Y mi deseo sería que estas experiencias pudieran estar al alcance de cualquier persona que lo necesite. Hasta mañana Ruth.