Los investigadores encontraron que la exposición prenatal a NO2 y PM no se asoció con rasgos autistas en niños de cuatro a diez años de edad en cuatro estudios de cohorte de nacimiento/niño en la población de Europa.
Fuente: ABC
La contaminación del aire a la que está expuesta una mujer embarazada parece ser menos importante de lo que se pensaba en el origen del autismo. Es una de las conclusiones a la que llega un estudio, dirigido por el CREAL, centro aliado ISGlobal, y publicado en «Environmental Health Perspectives», que tenía como objetivo evaluar si la exposición a la contaminación del aire prenatal, incluyendo óxidos de nitrógeno (NO2, NOx) y partículas contaminantes (PM), se asociaba con rasgos autistas en la infancia en cuatro estudios de cohorte de nacimiento/niños basados en la población europea.
En este estudio, que es parte del proyecto ESCAPE liderado por Jordi Sunyer, investigador CREAL, se incluyeron un total de más de 8.000 niños. Los investigadores hallaron que la exposición a la contaminación del aire prenatal no se asoció con rasgos autistas en el límite del rango clínico.
Los rasgos autistas se definen como los déficits subclínicos en la socialización, la comunicación y comportamientos repetitivos que no cumplen los criterios formales para un diagnóstico del trastorno del espectro autista (TEA). Los trastornos del espectro autistas son discapacidades permanentes del desarrollo caracterizadas por el deterioro de la interacción social, el déficit de comunicación y comportamientos repetitivos. En las últimas dos décadas, la prevalencia de los TEA se ha incrementado, llegando a afectar a uno de cada 86 niños en Europa en 2007.
El estudio de colaboración ha contado con cuatro cohortes de nacimientos y niños basadas en la población europea: CATSS (Suecia), GENERATION R (Holanda), GASPII (Italia) e INMA (España).
Antes de esta investigación, algunos estudios recientes de casos y control en EE.UU. mostraron que los TEA en niños de 2 a 6 años se asociaron con la exposición prenatal a contaminantes atmosféricos vinculados con el tráfico. La toxicidad en el cerebro por contaminantes atmosféricos urbanos durante el desarrollo está bien documentado en animales.