ÀGATHA
Autora: Helena Pérez Fuster
A mi sobrina
El pasillo es muy largo y se encuentra ténuemente iluminado. Camino de puntillas, me adelanto y espero, con la espalda pegada a la pared, muy quieta, expectante. En seguida veo tu cuerpo menudo de bebé que se esfuerza arrastrándose por el suelo, buscándome.
Me encuentras: “¡Tat!”, y te ríes, y tu precioso rostro se ilumina junto al mío. Vuelvo a hacerlo: me adelanto y me escondo tras las cortinas, y tú me buscas, me sigues. Jugamos juntas, tú y yo.
Después te levanto y te ofrezco las manos, tus manitas toman las mías y te acompaño a dar pequeños pasos, uno tras otro, pasillo arriba, pasillo abajo…Caminamos juntas, las dos.
Estás de pie apoyada en una silla, tu cuerpo tiembla y yo estoy detrás de ti. No me iré, te susurro, no pasará nada, no te caerás, lo estás haciendo muy bien…Y finalmente te llega la calma.
Cuando termino de trabajar, un par de tardes a la semana me acerco a tu casa para estar contigo, porque quiero ayudarte.
He cerrado la carpeta de golpe. No soy capaz de volver a leer aquellos apuntes que te describen dolorosamente: la mirada huidiza, las palabras que no dices, la laxitud de tus músculos, tu índice que no señala, tu aparente indiferencia, el caminar tardío…Siento angustia y miedo, dolor en el pecho y en el estómago, y un único pensamiento repetitivo en la cabeza: “que no sufra, que no sufra, que no sufra…”.
Sé que aunque no lo puedas expresar nos escuchas, y por eso cuando estoy contigo te hablo y te explico cosas, aunque de golpe te das la vuelta y me dejas con la palabra en la boca.
Sé que a veces te molesta que te toquen, pero te robo todos los besos y abrazos que puedo, y las caricias rápidas que no sé si has percibido.
Ahora que la distancia nos separa- la distancia del tiempo, y de las propias responsabilidades y obligaciones, y no tanto la distancia física- pienso a menudo en aquellas tardes. Y pienso, con pesar, que no es suficiente con quererte tanto como te quiero, ni en pensarte a todas horas. No es suficiente. Querría seguir dándote la mano y atravesar contigo caminos y desiertos, gritar y romper muros, dibujarte unas alas en la espalda y verte volar libre de tu trastorno.
Eres única y haces únicos a aquellos que están contigo cada día: tus padres luchadores y tus hermanos, a quienes has convertido en personas más maduras, sensibles y nobles por el simple hecho de existir.
Te has convertido en musa e inspiración de cosas muy grandes, tú, que sin hablar has provocado una avalancha inmensa de versos llenos de emotividad y belleza, que acompañan y reconfortan.
Ahora vuelvo de vez en cuando a la casa del pasillo largo. Ya no vengo nunca sola, mis niñas se enganchan a mis piernas y buscan vuestros antiguos juguetes. Llueven besos y abrazos de bienvenida.
Entonces, de repente, delante de mí, una mirada. Una sonrisa de soslayo, dos ojos enormes que se reflejan en los míos. Me has encontrado y te has quedado quieta, me miras y me sonríes. Me sonríes a mí.
Es mi pequeño gran triunfo.
muy tierno y bello relato!!!
Precioso!!!. Como me he identificado contigo…mucha fuerza para disfrutar de esa princesa wapa.
Muchas gracias!