Amor amarillo
Autora: Virginia Nieto
Todo empezó hace seis años. Recuerdo el camino a su casa, con esos nervios en el estómago típicos de quien va a conocer a alguien por primera vez, intentando hacer un esquema en mi cabeza de la teoría que había estudiado sobre el espectro autista en aquel curso, teoría que, por cierto, olvidé cuando sus padres abrieron la puerta, y por fin puse cara a Carlitos. Pelo rubio, ojos azules y sonrisa nerviosa, ¡también él me veía por primera vez! Recuerdo como movía sus brazos sin parar.
Empezamos viéndonos los domingos por la mañana. Jugábamos, cantábamos, ¡y también nos enfadábamos! Recuerdo cuando le llevé a la cabalgata de los Reyes Magos, llena de gente y de ruido y lo nervioso que se puso… Todavía me quedaba mucho por aprender.
Recuerdo la primera vez que fuimos a la piscina, su cara de alegría cuando ponía todo su esfuerzo tratando de meter la cabeza hacia atrás pero sus manguitos se lo impedían, y lo feliz que me hacía verle. Recuerdo cuando nos encontramos en la calle un pequeño concierto y él quiso ir a la primera fila para poder bailar. Recuerdo que no tenía límite de tiempo cuando del columpio se trataba y que necesitaba de mi ayuda para atreverse con el tobogán. Recuerdo que le chiflaban los gusanitos, y también el Cantajuegos, una de sus canciones empezó a ser nuestra canción y siempre que nos veíamos, a modo de saludo, le cantaba el “pica pica pollito” mientras él movía sus manitas al son de la música. Recuerdo lo divertida que fue la tarde en la piscina de bolas y lo bien que nos lo pasamos montados en el barco del lago del Retiro.
Quizás alguien haya oído hablar de lo que Albert Espinosa llama “amarillos”, un número limitado de personas que conoces a lo largo de la vida, que no son ni tus amigos, ni tus amantes, ni tu familia, son algo más allá de todo eso y de alguna manera dan un giro a tu vida. ¡Y vaya si Carlitos lo dio en la mía! Desde el principio tuvimos una relación muy especial, y es que en el fondo no somos tan diferentes. A los dos nos encanta la piscina, cantar y bailar, los dos hacemos muecas en los espejos, él en todos los que encuentra, y yo en el espejo del ascensor de casa cuando bajo sola desde el cuarto piso. A los dos nos encantan los abrazos, ¡los suyos a veces son tan fuertes que te dejan sin respiración!, y los dos nos quedamos totalmente relajados cuando vamos en el coche mirando por la ventanilla.
Ahora el pequeño Carlitos ya tiene once años, pero nada ha cambiado. Sigue siendo aquel niño tan especial que me enseña tanto cada día, aquel niño que, sin palabras, te lo dice todo, aquel niño que rompió muchos de los esquemas que la sociedad me había implantado, aquel niño que me llena de alegría con sus abrazos, aquel niño que sigue prefiriendo quedarse solo con la zapatilla del pie derecho y dejar la del izquierdo en cualquier lugar, aquel niño que de alguna manera participó en lo que me he convertido, y por supuesto, lo que tampoco ha cambiado, es que nuestro amor sigue siendo… ¡ AMARILLO !
relato que llega al corazón desprende mucho amor y ternura justo lo que producen estos niños . enhorabuena por ser tan sensible con estas personas porque todos somos iguales y los mas débiles necesitan la ayuda de los demás porque ellos también nos dan mucho a nosotros de otra manera, gracias.