«MAMI, CÓMO ME DIVIERTO»
Autora: Montserrat Garrigós
Desde bien pequeñita (diría que desde que tenía poquísimos meses) mis vacaciones las recuerdo rodeada del azul de mar. De playas con arena fina o arena gorda, playas que cubrían a los dos pasos y playas que aunque caminaras y caminaras nunca llegaban a cubrir. Recuerdo playas donde el fondo del mar sólo es arena y la playa de mi vida, la que tenía un mundo escondido bajo el agua. Mis recuerdos también giran alrededor de esos castillos hechos con los cubos y las palas, cogiendo arena húmeda para que no se derrumbara al sacar el cubo, o esas montañas «de Montserrat» que decíamos mi hermano y yo y que elaborábamos cogiendo arena con mucha agua y dejábamos caer gota a gota hasta que se perdía la verticalidad.
La playa, el mar, la arena, el olor a crema solar, el agua fría… Primero lo disfruté con mis padres y mi hermano. Ahora lo disfruto con mi pieza TEA. Pero es distinto. No construimos castillos, no utilizamos el cubo y la pala, ni siquiera hacemos un agujero hondo par encontrar agua, ni obras de ingeniería como hacer puentes y que pase el agua. La experiencia del mar y la playa y mi pieza TEA, es tremendamente diferente.
Ayer iniciamos por fin el cuarto verano con Arnau. Es curioso como pueden tener esa memoria de pez los niños. Como hacemos desde hace un par de años, bajamos a la misma playa, con los mismos bártulos, en el mismo sitio donde durante dos años y cada día durante dos meses mi pieza TEA y yo nos hemos bañado. A Arnau le encanta la playa, la faena ha sido mía para que se esté un ratito sentado o salir del agua. Este pequeñajo ha sacado el disfrute de la playa como yo y aunque he intentado que también descubriera el placer de jugar con la arena, de momento no ha habido suerte.
El caso es que mi pieza TEA ayer parecía no acordarse del agua, del vaivén de las olas, de lo divertido que era cuando el pasado año las olas lo arrastraban y le mojaban toda la cara. Ayer se las miraba de lejos. Sin miedo, pero con respeto. Sentado en su sillita rosa de playa (que inicialmente era de superabuelaTEA, pero que se apropió Arnau), se miraba el agua atentamente. Se levantaba, daba unos pasitos y corriendo volvía a sentarse. Le cogí de la mano para acercarlo a la orilla, pero sus pies se frenaban, como los perritos cuando van al veterinario. Así que me senté y esperé. Cada vez se acercaba un pasito más pero si veía llegar una ola corría de nuevo al seguro de la silla rosa.
SuperabuelaTEA intentó acercarlo a la orilla pero se negó de nuevo. Finalmente fue superabueloTEA, a pesar de mi poca fe, quien lo probó. Y sí, lo consiguió. Consiguió que Arnau sintiera de nuevo el agua fresquita en sus pies, que de golpe un millón de recuerdos olvidados reaparecieran en la mente de mi pieza TEA. Seguro. Sé que recordó. Sé que en su mente aparecieron esas mañanas y tardes jugando con las olas, mojándose, rebozándose de arriba abajo de arena, llenarse el bañador de un montón de fina arena. Recordó que las olas van y vienen, y que las tiene que esperar si quiere mojarse. Y recordó las salpicaduras del agua chocando en su carita redonda, y el sabor salado del agua. Y en ese momento, empezó a disfrutar. Bienvenido de nuevo verano, porque aunque no haya castillos de arena que construir juntos, aunque no haya muchos paseos a lo largo de la playa, sí hay algo que es más importante que todo esto: su sonrisa, esa sonrisa de felicidad, de decir «Mami, cómo me divierto». Y una vez más sé que él es feliz.