Ni jarchas ni villancicos del siglo XIII.
Lo mejor son las cantigas de amigo.
Esas que se rigen por lo triste cuando
ese al que tu quieres se ha ido.
¡Ay mi amigo que no tengo consuelo!
Te has ido con el calor del verano.
Ay, por qué te marchas hoy amigo
si felices jugamos en el colegio.
Ahora no hablaremos del universo.
Ni jugaremos a los dinosaurios.
No hablaremos de nuestro gatos.
No recortaremos papeles y papeles
ni llenaremos mi habitación de seres.
¡Ay mi amigo que no tengo consuelo!
Quiero que llegue pronto el colegio
y hablemos de inventar un ordenador
solo para meter todas las matemáticas.
Seguiremos trazando vías secretas para
que nuestro tren vaya derecho, derecho
al centro hondo, al centro de la Tierra.
¡Ay mi amigo que no tengo consuelo!
¡Pero si ya he venido, aquí estoy!
¡Choca esos cinco! Dice uno.
¡Choca esos cinco! Dice el otro.
En ese reencuentro se esfumó el desconsuelo.
Ahora son dos, los que con su interés manifiesto,
investigarán sobre sus intereses profundos
y vivirán la aventura del entendimiento
Victoria Gasané