¿Le gusta?  ¿O no?

Autora: Raquel Braojos Martín

A Rubén no le gustan las tormentas, ni los cohetes, ni los golpes metálicos. Podría decir que simplemente no le gusta el ruido, pero seguramente mentiría porque cuando escucha música lo hace con el volumen al máximo.

Aunque claro, la música en principio no es ruido. Al menos no hasta que llega mamá y dice «dile a tu hermano que apague ese cacharro».

Mamá no suele decir eso cuando Rubén escucha a Bisbal o a Juanes, sólo lo hace cuando pone canciones japonesas, o heavy metal. Ahí es cuando deja de ser música para ella. Y eso es lo más guay de mi hermano.

Quiero decir, tú vas al instituto y no verás a un heavy escuchando a David Bisbal, no. Eso está prohibido. Es blasfemia. El mal. No hay ningún manual del rockero que lo recoja,  pero nadie lo hace. Pues bien, mi hermano pasa de todo eso y es genial. Le gusta lo que le gusta sin pasar por el filtro de los demás.

Rubén adora el campo, palpar con delicadeza tallos rugosos y hojas secas. Normalmente pregunta sólo una vez el nombre de las cosas, porque su cabeza es como una enciclopedia.  Le encantan los animales (menos los que le dan miedo) y correr contra el viento.

A mi hermano tampoco le gustan las comedias románticas, dice: «uff, amor, chicas» y frunce el ceño, se muerde el labio por el lado derecho y curva ligeramente la nariz. No sé de quién habrá aprendido el gesto, pero es gracioso. Yo diría que es el segundo más divertido que tiene. Si tengo un día triste le digo: «¿Quieres ver Crepúsculo, Rubén?». Y él pone esa cara y a mí se me van las lágrimas.

Sí le preguntas por sus películas favoritas él te dirá que las de acción. Pero sólo lo dice para hacerse «el mayor». A Rubén lo que realmente le gusta es la fantasía, los superhéroes y los dibujos animados. Yo diría que El señor de los anillos es su favorito porque le encanta imitar a Golum, y después quizás estén Hook, One Piece o Dragon Ball. Aunque últimamente siempre le pillo viendo Frozen que es un poco de chicas, pero al ser dibujos animados se libra de su criba.

Tampoco le gustan las de miedo porque es muy fácil asustarle. De hecho si te acercas por detrás, de puntillas, él está tan concentrado en su comic que cuando gritas «¡¡AHHH!!» no se lo espera y pega un salto y se gira y grita: «¡¡RAQUEL!!».

Y es que su «¡¡RAQUEL!!» significa: «Otra vez. ¡Vaya hermana! qué pesada y qué poco original, siempre con la misma broma la muy boba». Piensa exactamente eso, ni una palabra más ni una menos.Y lo sé porque he aprendido a leer en sus ojos mejor de lo que leo en libros o folletos. Todo en ellos es claro y cristalino, sencillo.

Mucha gente me dice ¿cómo jugabas antes con tu hermano? Y yo realmente no recuerdo todas mis tácticas, si es que se las puede llamar así. Supongo que no era del todo consciente de que tenía que enseñarle de una forma diferente. Nos llevamos dos años, casi tres. Al principio dijeron que era sordo, luego llegó todo eso de «especial» y «autista». A mí esto con seis años me parecían palabras vacías. Para mí era, simplemente, pequeño, con sus cosas de niño pequeño.

Solíamos jugar a correr alrededor de la mesa. Esto era fácil, le quitabas algo que él adoraba, normalmente una pelota o similar, y en seguida te perseguía. Las dos primeras veces le sentó un poco mal. Pero a la tercera él intuyó que era diversión y sonrió.

En el escondite era malísimo escondiéndose. Al final yo acababa fingiendo que escudriñaba la casa, aunque sabía desde el principio donde estaba. Se partía de risa desde detrás de la puerta de la habitación de mis padres (¡siempre ahí!). Sus carcajadas resonaban por toda la casa.

Aunque realmente a Rubén le va más lo tecnológico, consolas, ordenadores…Y reconozco que siempre pierdo contra él. También me gana en los puzles, por lo de la memoria  fotográfica y eso. Y me frustra mucho. Rubén es un crack del Super Mario, Crash, Sonic, Pokemon y demás.

Cuando era más pequeño le gustaban las cosas que hacían ruido y brillaban, los puzles en cubo, las pelotas y las cajas vacías, sin nada. Normalmente yo para seguirle el juego ideaba un escenario en el que teníamos que salvar el mundo en nuestra nave espacial (la caja). Pero él no me seguía mucho en la trama. Se pasaba todo el día haciendo eso que mi madre llama estereotipias, y que yo siempre llamé manía. Normalmente, en mi juego, él tenía que moverse continuamente porque si no lo hacía se nos acabaría el combustible para llegar a una galaxia lejana. Y claro, él se sacrificaba por la causa.

También le gustan las cosquillas, ordenar mis peluches, ver fotos antiguas, cantar, pasarse el día en youtube y beber refrescos sin gas. Odia las multitudes, que lo regañen, que le hablen extraños y que lo llamen autista (porque se llama Rubén, normal que se ofenda, a mí nadie me llama asmática aunque lo sea)

Hay algo que no he reconocido pero que supongo has intuido. Y es sobre mí. Soy una hermana pesada, acosadora y repetitiva. Mi hermano—voy a reconocerlo sin armar un drama—pasaba bastante de mí hace unos años. Llegué a creer que yo no le gustaba. Y  lo pasaba muy mal porque para mí Rubén ya era la personita más importante de mi vida.

Pero eso ahora ha cambiado. De hecho, no se va a dormir sino le acompaño. Se acuesta a las diez. Imagíname, yo con diecisiete años ¡ja! Suelo contar hasta doscientos y normalmente se duerme en ese tiempo. Aunque muchas veces me pilla escapándome a hurtadillas para salir con mis amigas. Pobre de mí cuando me pilla.

Con decirte que incluso lloró y preguntó diariamente por mí la única vez que me fui de vacaciones con mi tía. Por teléfono decía «¿Raquel con Rubén?» «¿Raquel venir?».  Según me contaban se pasaba el día mirando un mapa de la Comunidad Valenciana.

Supongo que en el fondo mi hermano tampoco quiere estar siempre solo. O quizás simplemente le guste yo, de la misma manera que le gustan los Pokemon o Dragon Ball.

 

Fotografía de Ivan Cuellar Arnaiz

Dedicado a mi hermano, por enseñarme a ver todo lo que me rodea de otra manera

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