Nuevo relato que nos llega para la IX edición de Cuéntame el Autismo. Rafa nos cuenta la historia de su hermano Javi:  «es tal la complicidad que siento cuando estoy con él, que parece que nos fundimos en una sola persona».

 

 

Me presento. Me llamo Rafa. Tengo 34 años y este es mi pequeño relato. Aunque en realidad no soy el protagonista de esta historia. Me ha tocado desempeñar dos roles. Primero como enfermero, profesión a la que llevo dedicada once años de mi vida con total entrega y pasión, donde he podido ver y sentir de cerca el sufrimiento y el horror que ha ocasionado esta pandemia. Y segundo, como hermano pequeño de un chico con autismo severo.

Le presento. Se llama Javi. Tiene 38 años y voy a contar su batalla frente al Covid-19. Pero antes una cuestión. ¿Cómo puedo resumir en pocas palabras lo que significa mi hermano para mí? Quizá solo en una. TODO. Siempre he pensado que es lo más importante. He vivido tantas cosas con él, que con solo mirarle a los ojos casi puedo meterme en su cabeza y saber lo que está pensando, aunque no obtenga respuesta verbal por su parte. Es tal la complicidad que siento cuando estoy con él, que parece que nos fundimos en una sola persona.

Desde que se decretó el estado de alarma, Javi ha permanecido en su residencia, junto con otros dieciocho adultos con los que convive. La labor del personal que ha cuidado de todos ellos ha sido admirable, ya que han sabido estar a la altura de los acontecimientos. Han tenido que formarse en tiempo récord para la puesta y retirada del equipo de protección individual. Han organizado el centro aislando a los chicos para evitar el contagio entre ellos siguiendo las pautas y protocolos marcados por los expertos. Han controlado temperatura y saturación de oxígeno de los usuarios cada tres horas y han atendido todas y cada una de las llamadas de las familias para seguir de cerca su evolución.

A finales de marzo Javi comienza con febrícula. Aquí inicia su lucha contra el coronavirus. Días más tarde presenta el primer pico febril. Lo tranquilizador es que satura bien y no se observa dificultad respiratoria. Pienso que lo está pasando como la mayoría de la gente. Una clínica parecida a la gripe. Pero claro, con lo que estoy viviendo en el hospital día a día no puedo evitar preocuparme. Llamo muchas veces para preguntar por las constantes y el estado de Javi. Nunca olvidaré las voces de Lourdes, Patricia o Mónica. Aun en la distancia se puede percibir su cercanía y calidez.

A pesar de la medicación pautada cada tres horas para controlar la fiebre, Javi continúa haciendo picos de 39?C, por lo que el día 8 de abril decido llevarle a urgencias. El momento del reencuentro con él después de casi un mes sin verle es duro. En el taxi de camino al hospital siento una tristeza enorme al comprobar que han debido ser días complicados para él. El color de su piel, su mirada y su forma de respirar no son las de siempre.

La urgencióloga que nos atiende, tras ver el resultado de la analítica y la placa, decide que Javi debe ingresar por neumonía bilateral. Es de agradecer su comprensión por permitir y entender que lo mejor es permanecer junto a él durante todo el ingreso para cuidarle.

Nos suben a la habitación. Hablo con el médico. Resulta ser neurólogo. Me explica que ni él mismo sabe cómo va a evolucionar. Al ser un virus nuevo y desconocido solo me puede decir que se encuentra en los días críticos. La enfermera pasa a tomarle constantes. Los auxiliares le ponen un pañal porque debe permanecer en reposo. Observo a Javi con el camisón del hospital que yo mismo le he puesto. Agotado. Luchando por meter aire en sus pulmones.

Demasiada información que asimilar y procesar. Tanto es así que no puedo más. Me encierro unos segundos en el baño. Lloro casi en silencio para que mi hermano no me escuche. Solo puedo pensar en la pesadilla que estoy viviendo. Que acabe esta semana lo antes posible.

Llamo a nuestros padres para contarles todo de la manera más delicada que puedo. Pero sin ocultarles nada. Deben estar confinados en casa. Vivir toda esta situación en la distancia tiene que ser un verdadero tormento para ellos. No quiero imaginar el calvario por el que deben estar pasando. Como tantísimas otras familias al no poder estar cerca de sus seres queridos.

Toca esperar y ver cómo responde al tratamiento.

La primera noche es angustiosa. Dormido le cuesta respirar mucho más. Cuesta creer que no necesite oxígeno para hacerlo. Si pudierais oírle. No sé cuántas veces me levanto para ver cómo se encuentra. Si necesita algo. Si está confortable o no. Imposible pegar ojo.

Javi emplea el día siguiente prácticamente entero para dormir. Dicen que el sueño lo cura todo. Y algo debe tener de cierto este dicho. La segunda noche no tiene nada que ver con la primera. Respirar se convierte en algo casi normal para él. Un poco de tranquilidad por el momento. Pero sin bajar la guardia.

Afortunadamente la evolución de Javi es muy favorable y al sexto día del ingreso le dan el alta. La analítica y la placa mejoran sustancialmente con respecto al ingreso. Se va con heparina, antibióticos y corticoides para finalizar su tratamiento en residencia.

No termina del todo aquí su batalla. Cinco días más tarde estoy trabajando y recibo la llamada de un coordinador de ambulancias. Javi ha sufrido una crisis convulsiva. Se ha golpeado la cabeza y sus cuidadores están intentando que no se duerma. Un susto y un disgusto tremendos. Aviso a la supervisora de guardia para informarle que debo abandonar mi puesto. Me dirijo en coche a toda prisa a la residencia. Mientras tanto una ambulancia está yendo para allá.

Cuando llego veo a Javi levantarse. Respiro más tranquilo. Llegamos al hospital. Le realizan un TAC. Todo está bien. Alta con vigilancia neurológica las siguientes 24 horas. Al final todo queda en un pequeño hematoma en la frente que se reabsorbe a los pocos días.

Actualmente está completamente recuperado. En las fotos y vídeos que recibimos de la residencia se le ve algo más delgado, pero feliz. Ha vuelto ese color y esa sonrisa. La de siempre.

Me gustaría concluir con un proverbio japonés que he aprendido de un buen amigo. “Nana korobi ya oki”. Significa “siete veces te caes, ocho veces te levantas”. Eso mismo es lo que ha hecho mi hermano Javi. No rendirse. Levantarse y vencer.

 


Rafael David Morales


 

Si tiene interés en participar en el Certamen puede acceder a la información pinchando AQUÍ 

Te puede interesar...
Share This
Ir al contenido