Nuevo relato para la VIII edición de nuestro concurso Cuéntame el Autismo. Una tierna conversación entre un abuelo y sus nietos…
- Abuelo, cuéntanos otra vez tus aventuras con tu hermano Daniel, cuando erais niños.
- Pero si os las he contado ya millones de veces… Está bien. Venga, sentarse y a merendar el bizcocho de la abuela.
Recuerdo a mi hermano Daniel que hablar hablaba muy poco, algún monosílabo y palabras sueltas, pero siempre tenía las más oportunas. Me levantaba y le decía “buenos días, Daniel”. Y él me respondía con un suave “buenos días”. -Hombre si estás viendo Mickey Mouse-, le decía yo y contestaba con un sí. Entonces le preguntaba si estaba viendo las aventuras de Pluto, de Donald…,y ahí era cuando él respondía con un “por favor, silencio”.
- Abuelo ¡qué gracioso era nuestro tío abuelo Daniel! Nos hubiera gustado conocerle.
- Sin duda. Con él daba gusto cuando mamá hablaba sobre lo que íbamos a comer. Él siempre pedía hamburguesa y los lunes para cenar demandaba huevos con patatas fritas y ketchup. Pero si mi otro hermano, el pequeño, decía los viernes que quería pizza para cenar y sometía su iniciativa a votación, entonces el pillo de vuestro tío abuelo le contestaba un flamante ¡no!, dejando ver una sonrisa de oreja a oreja. Y es que Daniel sabía chinchar. Lo había aprendido viendo a Epi y Blas en Barrio Sésamo. Entre sus ecolalias siempre estaba ¡No, Epi!.
- Sí abuelo y a ¿qué le encantaban los juegos de formar parejas de calcetines?
- ¿Veis? Si ya lo sabéis todo. Ahora mismo como Daniel estuviera aquí ya no os quedaba ni una miga en el plato. Al menor descuido te birlaba la merienda especialmente si era pan o galletas de chocolate. Y es que ¡cómo engullía la comida! A veces se daba tanta prisa con ella que luego decía “pupa, tripa”.
Fueron años muy felices. Claro que hubo piedras en el camino pero en mi memoria, como en la de vuestro otro tío abuelo, que mirad, por el jardín le veo ya entrar, sólo hay gratos recuerdos. ¿Verdad que si hermano? Les hablaba sobre Daniel, nuestros recuerdos de él.
- ¡Oh!, sí. A mí me cogía mi pelota de fútbol y se sentaba en ella. Me hacía unos tiros mejores que los de vuestro abuelo. ¡Venga chavales!, vamos al jardín y os los enseño.
- ¡Cuidado hermano! Ya estás muy mayor.
- ¿Te acuerdas hermano de la música de Daniel?
- Cómo para no acordarse. A Daniel le gustaba escuchar la música de cantajuegos. Iba con su mp3 y sus cascos a todos los sitios. A veces gritaba los estribillos de las canciones y la gente le miraba cuando decía con su vozarrón de adolescente “cómo me pica la nariz” a la vez que llevaba sus dos manos a la susodicha y hacía como que se la arrascaba.
- Y además chicos nos tenía todo el año oyendo villancicos. En casa el “pero mira como beben los peces en el rio” en pleno mes de julio y agosto era lo habitual.
- ¡Oh! sí y esta si que es buena. Un día de paseo por un centro comercial se le ocurrió gritar el estribillo que decía “señora vaca” y ello cuando una mujer ya mayor, bajita y regordeta pasaba a su lado. Nosotros no sabíamos donde meternos en aquel momento. Tras unos segundos tensos enseguida la señora se dio cuenta que algo tenía Daniel. Y es que su andar encorvado y su aleteo continuo de manos le hacían inconfundible.
- En los centros comerciales vivimos muchas experiencias. En diversas ocasiones compareció la seguridad al escuchar los gritos enrabietados que Daniel emitía, a veces hasta treinta minutos, con o sin causa aparente y sin encontrar calma, aunque todos nos esforzáramos por ofrecerle consuelo.
- ¡Falsa alarma! , decían los vigilantes por los micrófonos retirándose del lugar.
- Recuerdo también el día que fuimos a desayunar a una cafetería y esperando que nos trajeran la cuenta, Daniel, como tantas veces hacía, se levantó y comenzó a aletear. Al cabo de un gran rato el camarero vino con la cuenta y éste le imitó en el aleteo. Papá le dijo que era un chico especial y el camarero, que los sesenta ya no los cumplía, nos dijo que él en el fondo también lo era y que todos éramos especiales.
- ¡Qué majo! -dijeron los chavales- al unísono.
- Sí y qué buen sabor de boca nos dejó el dependiente.
- Seguro que vuestro abuelo no os ha contado que Daniel inventó la máquina del tiempo.
- ¿Cómo? -preguntaron atónitos los chavales-.
- Muy sencillo. Él, viendo que finalizaba el mes de agosto y que estaba muy próximo el comienzo del colegio, adelantaba el calendario hasta el mes de diciembre cuando se celebra la Navidad, su etapa preferida a la vez que nos decía: Daniel, vacaciones, Navidad. De ese modo evitaba esos meses de colegio que para él eran tan tediosos.
Todos juntos rieron a carcajadas a la vez que daban unos toques al balón.
- Al final nuestro tío abuelo Daniel siempre ha estado muy presente en las vidas de todos aunque nosotros no le hayamos conocido, -dijeron los pequeños-.
MªÁngeles Alcantarilla