Como cada día se despierta temprano. En verano una hora antes para evitar el calor. Son las nueve. Se lava la cara y se moja el pelo, como lleva toda la vida haciendo, con gesto soñoliento, deteniéndose de más cuando acaricia la nuca.
Se prepara el desayuno. Leche con galletas. “Hoy solo cuatro, ayer por la noche exageré mientras miraba la peli. Debo explicarle que ayer exageré. Hoy cuando la llamo se lo digo.”
Se estira en el sofá. Coge el libro. “Tengo que tender la ropa”. Deja el libro. Se levanta. Tiende la ropa. Tumbado de nuevo en el sofá, mientras va avanzando la mañana, se repite una y otra vez que él está bien solo, que el mundo es malo, que no es justo, que ha sobrevivido, que es un héroe, que nadie le entiende, él está por encima, que le sabe mal por ella, que no ha podido vivirla, por culpa del mundo, porque el mundo es malo, porque no es justo, pero él ha sobrevivido, y no está loco, no está loco, no está loco…
Las once. Chandal. Bambas. Jersey? Ventana. Sol. Jersey por si acaso.
Baja las escaleras, sale a la calle y camina hasta la entrada del parque pasando por delante de la escuela. Los niños ya están de vacaciones. Los pájaros que esperaban sus migas tardaron dos días en entenderlo. Nadie espera apoyado en el cable de la luz.
Empieza a correr. Hoy el recorrido hacia la izquierda, ayer lo hizo al contrario. Quince minutos de puro ejercicio aerobico. Hombros rectos, aguantando, ¡aguantando! El sol no exagera y sopla el viento. Ya no hay caracoles, piensa que esto también se lo tiene que decir, ahora ya no necesitan ser salvados. Continúa corriendo y suda pero no quiere ponerse aún la gorra, no hasta que el sol no pique un poco más. Hombros rectos, ¡disciplina! Escucha su aliento. Sigue adelante “cómo siempre, siempre adelante, supervivente, sin enloquecer, no estoy loco, sigo adelante, hombros rectos, ¡vamos, vamos, vamos!”.
Suena la alarma del móvil. La carrera ha terminado. Lo ha conseguido. Una vez más. “Sí, sí. Todos creían que no era nada, ni nadie. ¡Y mirádme! Una vez más. Con la boca abierta, todos con la boca abierta, cabrones. Habéis intentado destruirme, sufrid vuestra derrota. Soy un espartano” piensa que esto también se lo dirá cuando la llame.
Llega a casa. Ducha. Comida. Fruta. Sofá.
Hora de la merienda. “Lo bueno del mundo está en los libros, lo malo fuera”. Enciende la televisión, consciente de que corre el riesgo de avergonzarse de la humanidad mientras la mira. Cuatro galletas. Ayer exageró, hoy redisciplina. “Esto también se lo digo, puede que le sirva”. Bebe una bebida isotónica fría mezclada con agua natural. “No es bueno beber solo la bebida sin diluirla. Ella debe saberlo”.
Las ocho.
“La llamo”.
Línea… “Hola!” “Hola! ¿cómo estás?” “Bien ¿y tú?” “Muy bien. Esta mañana he ido a correr pero ya no hay escuela y por lo tanto no hay pajaritos…” “Ya” “y después cuando he llegado al parque, como ya hace más calor y no llueve tanto pues no me encontrado tampoco ningún caracol, pero bueno, he corrido mis quince minutos, hostia, cada vez estoy más fuerte y cada vez me siento mejor, la verdad es que es una gozada esto de correr. Porque no estoy débil, eh, para nada. La gente puede creerme débil pero no lo soy. Soy un espartano. Me canso, sudo, pero estoy bien, además hace solecito. De todas maneras no quiero aún ponerme la gorra porque es bueno sudar por la cabeza y, mientras no pique el sol, no me la pondré, porque yo sudo mucho por la cabeza y me gusta, así que nada…” “Ya” “Bueno ¿y tú?” “Bien bien, yo bien, un poco cansada, ayer me acosté tarde” “Ah, yo no, yo me acuesto tempranito, a las once o así, ya no miro Buenafuente. Esta noche he soñado muchas cosas, y tengo sueños de cuando era pequeño y sueños raros, y después me despierto y me siento un poco así, pero descanso bien, eh, descanso y estoy tranquilo cuando me despierto y después estoy en forma, ¿sabes por qué?” “No” “Por la disciplina, porque soy disciplinado e intento siempre hacer las cosas de manera ordenada e intento, no imponerme, pero sí proponerme y llevar a cabo las cosas aunque no tenga ganas. Por ejemplo hoy me he cansado un poco corriendo, pero lo he acabado. Ah, por cierto, ahora que se me ha ocurrido, ¿tu tomas bebidas isotónicas?” “No” “Bueno, pues si tomas, sobretodo, mézclalas con agua, porque no es bueno beberselas solas” “Bueno de todas formas no tomo nunca” “Ya… ya lo sé que no tomas, me lo acabas de decir, pero yo te lo digo porque te puede servir, porque es útil… Ah! Ya he terminado de escribir el texto” “Ah sí?” “Sí, es muy bueno, la verdad es que a veces me sorprendo a mí mismo. Esos del taller de escritura no entienden nada. Veremos como va. Pero la gente me infravalora, como siempre, y después yo demuestro que valgo. Es que, no todo el mundo tiene la sensibilidad que tengo yo. Esto le pasaba también a Leonardo y a Dante, la gente no les entendía porque eran diferentes. Como yo.” “Ya” “Y nada… ayer exageré con las galletas porque estaban dando una peli en la tele que me gustaba y no me enteré y me comí medio paquete” “Ala…” “Sí, pero hoy ya me he controlado con el desayuno y con la merienda y esta noche no voy a comer galletas aunque hagan una peli de samuráis que creo que me va a gustar” “Ya” “Que será la típica pelicula de Samuráis, eh, verás, el malo con traje negro, el bueno con traje blanco, pero bueno, almenos me distraigo” “Claro papa” “Oye ¿tu crees que soy pesado? Un poco sí lo crees, ¿no? Un poco me infravalorizas tú también, como todos. Pero yo no estoy loco, eh, yo estoy bien. Tú te averguenzas de mí un poco” “No, no es verdad” “No me dices nunca cosas bonitas, por eso tengo que preguntártelas yo, porque tú nunca me dices nada, ni me cuentas nada” “Tampoco me dejas” “Cómo que no, claro que te dejo, pero tú no me dices nada. No me infravalorices” “No lo hago” “…Bueno, entonces vale” “Hoy estoy muy cansada…” “Bueno, un besito. Está empezando la película. Buenas noches” “Buenas noches”. Cuelga.
Sabor agridulce.
“Nadie entiende. No puede ser. Ella no es como los demás.”
Enciende la televisión.
“No estoy loco”.
A mi padre le diagnosticaron Síndrome de Asperger dos años después de esta llamada. Supuso la respuesta a muchas preguntas. Ni él está loco, ni yo soy la culpable de que esté triste. Desde entonces, se acerca y se aleja de mí e intento hacerlo lo mejor que puedo, aunque me equivoco a menudo. Hace dos años que no le veo, pero sigo aprendiendo. Me preparo para hacerlo un poco mejor cuando vuelva a regresar.
Título: “(In)Comunicación”
Autora: Marta Campo