Cuando en mi juventud leía de forma hipnótica al Holden de Salinger, no era consciente de lo que más tarde significarían esas palabras para mí.
Holden decía que quería ser “un guardián entre el centeno”. Un guardián que salvaguardase a los niños que corrían felices y ajenos a todo por un inmenso campo de centeno, donde sin ellos saberlo, había un terrible y desconocido precipicio. Holden estaba seguro de que si él estaba allí quizás pudiera evitar su caída.
Ahora sé que Holden hablaba de la vida adulta, de un precipicio voraz para muchos. También sé que Holden se negaba a aceptar que esos niños no podían correr de un lado para el otro eternamente sin caerse. Holden tenía miedo, era justamente ese miedo el que le impedía entender la importancia de esa desconocida caída.
Hoy soy yo ese Holden asustado, perdido y con miedo a dejar caer por el precipicio.
Han pasado más de dieciocho años desde que estoy custodiando entre el centeno, y algunos menos desde que empiezo a creer saber cómo hacerlo. Muy cerca del precipicio veo alguno niños, o no tan niños, y entre ellos está Julián, mi hijo.
Me cuesta entender que la caída es obligada, y que quizás debo ser yo quien le dé el primer empujón. Si esto pudiera leerlo desde el futuro, seguro que me diría a mi misma ¡hazlo!, es más peligroso permanecer para siempre entre el centeno que el golpe tras el abismo. Eso mismo le diría a la persona que hace algunos años tuvo un miedo atroz. Alguien que tuvo que aprender a encontrar a un niño que ocasiones se perdía, y con llantos pedía ayuda. Alguien que aprendió que no sólo hay un modo de ver y entender el mundo. Que las palabras pueden ser confusas y casi siempre son innecesarias. Que el mundo está lleno de reglas y normas, muchas de ellas sin sentido ni lógica. Julián ha cambiado mi forma de entender el mundo, y todo lo que había antes de él carece de sentido.
Gracias a él y a sus ansias de comunicarse y de entender el extraño mundo en el que vivimos, rompí la barrera, una barrera que realmente nunca había existido. Al principio el miedo me paralizó y vivía esperando a que algo o alguien viniese a “romper el hechizo”, pero él me hizo entrar de lleno en su mundo, el mundo del espectro autista.
Pronto comencé a conocer sus rituales y preferencias. El día en el que no dejo de encender y apagar la luz en casa de la abuela fue el primero de muchos. Alejandro quería llamar la atención, estaba cansado o pretendía decirnos algo, y sin duda alguna encender y apagar la luz un centenar de veces es una de las mejores formas que se me ocurren de centrar la atención de todos los presentes en la sala en ti.
Muchas son las noches que Julián tiene pesadillas, lo sé porque puedo ver desde mi habitación como su luz se enciende y se apaga constantemente.
Ahora empiezo a pensar que debo abandonar el centeno y dejar que Julián caiga, como caí yo. Estoy segura de que si algo va mal encontrará una luz que encender y apagar con la que hacernos ver qué está pasando. Me lo dirá con sus gestos, con su voz, con sus ojos. Estoy segura de que sabrá encontrar el camino después de la caída, y sé que no puedo impedirle vivir su propia vida, el siempre ha sabido cómo vivirla.
Holden lo hizo, tomó la mejor de las decisiones, ya no sería nunca más un guardián entre el centeno. Tuvo miedo, lo sé, pero su amor fue más fuerte.
Título: «El centeno»
Autora: Gema Pilar Sáez