El día está llegando a su fin. Ha sido un domingo largo, lleno de vida, de grandes emociones y, sobre todo, de muchos recuerdos.
Hoy, 17 de Julio, mi hija cumple 7 años. Durante todo este tiempo hemos pasado por todo tipo de vicisitudes, pero todas estas vivencias sufridas forman parte del pasado; lo más preocupante es la incertidumbre de ese futuro que nos queda por construir. Candela es ajena a toda preocupación futura, o al menos eso creo yo: su incapacidad comunicativa actual, su autismo y su discapacidad intelectual severa me predisponen a pensar que sus metas e ilusiones no sean las mismas que las que sus papas tienen, ¿o sí?… a día de hoy no lo podemos saber.
La noche se cierne sobre nosotros y el cansancio hace mella en Candela, es hora de olvidarse de los problemas y dejar de discernir sobre ese futuro… incierto; toca disfrutar del día vivido, donde Candela ha podido gozar de una enorme jornada acuática.
Después del ritual que cada noche ejerzo con Candela, ella ha quedado entregada a los brazos de Morfeo antes de lo habitual, ¿habrá sentido/vivido el día de una forma especial? Ojalá, porque yo sí lo he hecho, a costa de sucumbir junto a ella, abrazados, los dos, dando por terminado el día.
El cansancio me ha vencido, me he quedado dormitando junto a Candela, en nuestra cama, como hago cada noche, y enseguida han irrumpido los sueños; mis sueños, esos que aparecen de forma intermitente cada noche y que hoy lo hacen de forma especialmente virulenta.
Son sueños donde puedo ver el futuro de mi hija; algunas veces es un futuro lleno de luz, esperanza, alegría, donde Candela ha conquistado todas las metas posibles. Pero, otras veces, los sueños se me presentan llenos de un futuro oscuro, triste, donde el sufrimiento, tanto de Candela como la familia, es enorme.
Pero esta noche es distinto, son sueños nuevos, distintos, que solo se explican por el día vivido, por los años transcurridos, por el trabajo diario, por ese amor constante, por todo ese apoyo escolar/terapéutico recibido, y por, quizá lo más importante, mantener una esperanza que hace tiempo que no ha dejado de crecer.
En mi sueño de hoy contemplo a mi hija adolescente, pero no la veo incomunicada verbal ni socialmente, ni la encuentra sola, aislada, sin apoyos; al contrario, la observo inmensamente feliz, como ella es actualmente, apoyada por recursos, actividades, familia, que la llenan de felicidad hasta límites insospechados.
Sigo soñando, y voy contemplando que su discapacidad, aunque sigue existiendo, ya no es tan profunda,y consigue tener una cierta autonomía que para mí es, actualmente, inimaginable, lo que hace que el futuro le esté ganando la batalla al pasado.
El sueño se alarga, jamás recuerdo uno tan largo y tan latente. Mi mente viaja durante toda la noche y alcanza a ver nuestra vejez; su madre y yo ya no tenemos la fuerza necesaria para seguir con sus cuidados. Pero puedo vislumbrar un futuro lleno de recursos, de infraestructuras educativas, apoyos sociales… todo ello en forma de enormes residencias y lugares que completan todas las necesidades que mi hija necesita, y que ella por sí sola, no puede conseguir. Es el sueño más bonito que he tenido nunca, donde presiento que aún me falta mucho por alcanzarlo.
Comienza un nuevo día, los sueños han terminado. Los rayos de sol inundan hasta el último de los rincones de la habitación. Candela abre los ojos, y espera acostada ese ruido cambiante dentro de las reglas de su pequeño mundo interior que enciende las alarmas de su cerebro.
Su madre se asoma, ha dejado que padre e hija duerman toda la noche en la misma cama, sabe que era un día especial; Candela, desde su posición de reposo la ve, se ríe, siempre se ríe, y ansia el siguiente paso: besos y abrazos, una simbiosis perfecta ejecutada de manera regular desde hace no pocos años. Su vida se reduce a poco. Madre e hija se funden en un amor infinito, apasionado, indiscriminado; que lo hace aún más fuerte por la pequeña peculiaridad de su mente.
Es hora de levantarse, es hora de vivir los sueños, hacerlos posibles, darles vida, realidad; una realidad llena de esperanza, entusiasmo, energía; en definitiva, hacer de todas y cada una de las noches de nuestra futura vida el sueño más bonito y real que jamás se haya vivido.
- Título: «Sueños de un futuro incierto»
- Autor: Alejandro Bolancel
Precioso relato de ese padre con un corazon tan grande como su hija candela.
Sueños que se hacen realidad. Realidades que superan lo soñado. Miedos atados y desatados. Incertidumbres y sorpresas. Magia en forma de purpurina y risas. Magia en forma de chapoteos y lágrimas. Al final, ¿dónde está la diferencia con cualquier paternidad?¿dónde está?¿en un diagnóstico?¿en las dificultades? o será que más bien que la diferencia comienza cuando no existen recursos para dar más a quien más necesita. Ahí, ahí si me duele!
Dentro de la cruda realidad, cruda y dura, has abierto un amplio pasillo para que la felicidad pase por vuestras vidas: la tuya, la de Candela y la de tu mujer.
Percibo tanto optimismo en tu sueño que ya parece realidad -y seguro que lo será-. Todo lo que vivimos es tan relativo que para algunos un pequeño tropiezo es una caída al abismo y para otros un grave contratiempo se convierte en un pequeño accidente que se solventa con… -utilizo tus propias palabras- «sueños nuevos, distintos, que sólo se explican por el día vivido, por los años transcurridos, por el trabajo diario, por ese amor constante, por todo ese apoyo escolar/terapéutico recibido, y por, quizá lo más importante, mantener una esperanza que hace tiempo que no ha dejado de crecer».
Que Dios te de la fuerza y el ánimo para conseguir eso que ya habéis empezado: la felicidad de Candela.
Gran relato Alex, encantador. Debemos tener sueños, y aspirar a conseguirlos, y el tuyo es maravilloso. Mucha fuerza amigo!!