Hoy os presentamos el sexto relato de la VI edición de Cuéntame el Autismo que nos envía Vanessa Pedro, de  Valencia

Me llamo J. Nací hace 7 años para llenar de felicidad, alegría y preocupación la vida de todos
los miembros de mi familia. Hijo único, sobrino único, nieto único. ¿Os hacéis una idea?
Hace 3 años más o menos, una señora con bata blanca les explicó a mis papis que tenían que
empezar a entrenarse para correr conmigo la mayor maratón de la historia: mi vida, tengo
TEA.
Por suerte, soy un gran atleta. Me encanta correr, saltar, dar volteretas, montar en bici y
especialmente me gusta practicar cualquier deporte que esté relacionado con el agua o con un
balón, porque todo lo que gira o es redondo, menos los globos, mola mucho.
Así que correr la carrera de la vida, no me supone ningún problema excepto cuando en la pista
de entrenamiento hay obstáculos, vallas.
No me gustan las vallas. Acabo tropezando en todas y eso me pone nervioso y triste. Yo
prefiero la pista llana, limpia, sabiendo donde empieza y donde está la meta y controlando en
todo momento lo que va a pasar.
Cuando entreno con mis papas, mis abuelos, mis tíos, mis terapeutas, etc., no tengo ningún
problema porque ellos casi siempre corren a mi lado ayudándome de la manera que necesito y
que me hace sentir tranquilo y feliz.
Sin embargo, entrenar en el parque, en el colegio, en natación, en las clases de música… es
mucho más complicado.
Os voy a poner un ejemplo.
Soy un crack tocando el piano, o eso dicen todos. Las notas musicales se mezclan en mi
cabecita de una manera que no puedo explicaros y mis deditos se mueven acariciando el
teclado y reproduciendo cualquier cosa que oigo y me llama la atención.
Me encantan las clases de música y más aún ir a un concierto o a una función a la que asista mi
familia y me puedan aplaudir al terminar.
Sin embargo, a veces me bloqueo.
El pasado mes de junio toda mi clase de música preparamos un concierto. Lo tenía todo
controlado: mi disfraz de pirata, las tres canciones preparadas, el sitio en el que tenía que
colocarme, donde iba a sentarse mi familia y hasta cuanto duraba la función. Todo fue genial
hasta que, al salir, me di cuenta de que mi profesora no estaba. Primera valla para saltar…
¡buf!
Veía a mis papás haciéndome señas para que no me preocupase y me relajase y palabra que lo
intenté. Entonces un niño se adelantó en la canción y me desconcertó. Segunda valla para
saltar.
Me notaba cansado y desorientado. La melodía iba como borrándose de mi mente y ya no
encontraba ni el sitio en el que mantenerme quieto. Empecé a dar saltitos de lo nervioso que
estaba y bajé corriendo del escenario buscando a mi mamá.
Ella me tranquilizó, me explicó lo que estaba pasando y me dio una pista para poder saltar las
vallas.
Subí corriendo a reunirme con mis compañeros y me fijé en el director de orquesta quien,
mirándome, me empezó a indicar paso a paso lo que tenía que hacer.
Ya os podéis imaginar el final. Salté las vallas y aplauso total del auditorio. ¡Bravo!
Otro sitio de entrenamiento que me desconcierta es el colegio.
Me encanta la clase de educación física, pero es una carrera muy difícil cada vez.

Solamente se me da bien el principio porque sé que va a venir el profe, voy a salir al patio en
fila y luego nos va a contar algo sobre lo que vamos a hacer.
Pero claro, el resto me pone nervioso. Hay tantas cosas en el patio: las canastas de baloncesto,
las porterías de fútbol, los conos, los aros, las bolsas de aseo de Star Wars de mis compañeros,
los pajaritos que pían tan fuerte, plantas con bichitos… vallas y más vallas.
Por eso, cuando empezamos la actividad que el profesor ha explicado, nunca sé qué hacer. No
he entendido ni las normas, ni con quien he de jugar, ni donde he de colocarme. Eso me pone
todavía más nervioso y empiezo a dar golpes con los pies en el suelo, a apretar los brazos de
mis compañeros, a correr sin escuchar las instrucciones y a hacer las cosas mal. Bueno, mal
según lo estipulado. Porque para mí no está mal, si no que tengo una valla tan alta delante de
mí que salvo que alguien me preste unos zancos, es imposible que la salte.
Cuando el profesor me explica a qué vamos a jugar enseñándome dibujos y palabras mientras
yo permanezco de pie dentro de un aro en el suelo, las vallas desaparecen de la pista y ¡todo
resulta tan fácil!
A veces también me pasan cosas así en el parque, en el patio del colegio o en una fiesta de
cumpleaños.
No entiendo porqué no puedo jugar con los niños que están a mitad de un partido de fútbol
sin pedir permiso: ¡el balón es tan divertido!
O porqué si subo al tobogán, miro a un niño y echo a correr para que me persiga, él no lo hace.
O porqué no puedo ser siempre el primero en la fila de natación.
O porqué no puedo ayudar a abrir los regalos en todas las celebraciones.
Para todas esas carreras aún necesito mucho entrenamiento.
Por suerte soy un atleta. Y tengo buenos entrenadores.
Y algún día, cuando suba al pódium de los campeones en la universidad, en un trabajo o en un
escenario tocando el piano, podré explicarle a la gente lo extraordinarios que somos los atletas
de la vida con TEA.
Me marcho a seguir entrenando. ¡A saltar las vallas!

Vanessa Pedro

 

BOTON MÁS NOTICIAS

Te puede interesar...
Share This
Ir al contenido