Hoy os presentamos el decimocuarto relato de Cuéntame el Autismo «Las zapatillas de María» que nos envía María José Iniesta, desde Murcia

“LAS ZAPATILLAS DE MARÍA”
Os voy a contar la historia, del día en el que unas zapatillas cambiaron la vida de mi hermana y la de mi familia.
-¡Buenos días María! Despierta, ya es la hora, vamos a llegar tarde, corre, se nos va a escapar
el autobús del colegio.
Así, día tras día despierta María, mi hermana. Desde el día en el que nació trajo algo especial
a esta casa, no sabemos si es su sonrisa que hipnotiza a todo aquel al que mira o, esos ojos
marrones que tanto llaman la atención. Lo que sí sabemos es que todo aquel que la conoce
queda encantado, encantado de que María forme parte de su vida y de, con una sonrisa, ser
capaz de enamorar a su alrededor.
El camino de mi hermana hasta hoy no ha sido nada fácil, siempre he dicho que ha sido un
camino de largas aventuras y de muchas preguntas sin respuesta, al que nos hemos tenido
que someter toda mi familia y yo.
A los tres años, mi hermana fue diagnosticada de autismo, y a partir de ese momento, la vida
de nuestra familia cambio, ya que hay que adaptarse a la nueva situación familiar, así como a
las necesidades que día tras día necesitaría. Aprendimos que la vida de mi hermana iba a ser
muy especial y que había que conseguir su mayor estado de bienestar día tras día. Esos han
sido los pilares que han mantenido a mi familia y a mí para seguir a adelante en este gran
camino.
Un día cualquiera , y tras llegar del colegio, una circular informativa dentro de la agenda de mi
hermana, informaba a todos los alumnos del centro sobre las diferentes actividades
extraescolares del curso, entre ellas, dibujo, natación, pádel y danza. Nos surgió la tremenda
duda de si, inscribir a María en alguna actividad sería o no bueno para ella, si las actividades
estarían o no adaptadas, si los monitores/as de las actividades estarían formados e
informados sobre las directrices que deben seguir en el caso de que un niño/a con
discapacidad quisiera realizar alguna de las actividades etc. Creo que esos han sido los miedos
que han hecho que mis padres nunca hayan inscrito a mi hermana en ninguna actividad,
miedo a que no sea bien acogida, o a que sus compañeros le den de lado.
Tras varios días pensando en las opciones, mis padres decidieron inscribirla en danza, ya que
creían que era la que más le podría gustar a maría, y es que a mi hermana, le encanta escuchar
música, sentada en su alfombra de lunares.
La semana anterior a empezar la clase de danza, mi familia y yo fuimos de compras, con la
meta de poder conseguir todo el vestuario necesario y accesorios para que mi hermana se
sintiera como una autentica bailarina.
¿Las zapatillas? , fue el reto más complicado, buscar las zapatillas de danza de su talla y rosas
por supuesto. A mi hermana le encanta el rosa, todos sus zapatos son rosas y los de danza no
iban a ser menos. Los encontramos y se los probamos, teníamos un poco miedo ya que a mi
hermana le cuesta adaptarse a los cambios y ponerse unos zapatos nuevos no es muy de su
agrado. Pero sorprendentemente al probárselos no quería quitárselos, le encantaron sus
zapatillas de ballet, su sonrisa nos lo decía, por lo que tuvimos claro que esas eran las zapatillas
de María.
Y llegó el gran día, mi hermana como una autentica bailarina y mis padres muertos del miedo,
pero con muchas ganas de que mi hermana entrara por esa puerta y comenzara una nueva
etapa. Nada más entrar María no paraba de mirar a su alrededor, una clase enorme, con unos
espejos gigantescos y dentro de ella la profesora y muchos niños/as. Al entrar a clase vimos a
una niña que venía corriendo hacia mi hermana, llevaba las mismas zapatillas de ballet que
ella. Se presento -¡hola, me llamo Toñi, pero me puedes llamar Antoñica!, y tras presentarse
le tendió la mano a mi hermana y juntas se sentaran a recibir la clase de ballet.
Algo me dijo que esa niña iba a ser muy especial para mi hermana María, sus ojos azules
transmitían solo cosas muy bonitas. Y es que desde el cristal de la puerta de la clase de danza
pudimos observar como ayudaba a mi hermana a seguir las clases… sino podía estirar la
puntita de los pies, le ayudaba para que llegara como el resto de los niños/as, si había que
trasladarse dentro de la clase, le tendía la mano para ir juntas e incluso le ayudaba a levantarse.
Y es que Toñi, o Antoñica como ella decía llamarse, dio la lección de vida más importante,
tender la mano sin prejuicios, ayudo a que la inclusión de mi hermana en la actividad no
tuviera barreras y sobre todo que María pudiera disfrutar como cualquier niña de una clase
de Ballet. Fueron pasando los días y las semanas, y las clases de danza se han convertido en
los momentos preferidos de mi hermana. Y es que, María está deseando que el reloj marque
las 18:00h para que mi madre le enseñe su pictograma de danza, para ella ponerse al instante
sus zapatillas de ballet.
Y es que, gracias a todos los que luchan por un ocio inclusivo, los que consiguen la felicidad
en los detalles más pequeños, los que buscan un espacio de igualdad y bienestar sin
importarle nada más. Y es que para mí, mi felicidad es una sonrisa de María y para María sus
zapatillas. Las zapatillas de María.

María José Iniesta

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