Os presentamos el relato que nos lleva a la veintena de esta sexta edición de Cuéntame el Autismo «Dos buenas noticias» que nos envía Mari Ángeles Rueda, desde Madrid
Oigo la voz de ella. Tintinea como las varillas de esa cosa colgada sobre la puerta de la tienda de helados. Ahora suena como una cadena de susurros y, en medio de ésta, capto “desayunarvestirse”. Pero no quiero moverme. Ella lo sabe y añade otros sonidos tentadores: “bollitoygalletaconmiel”. Entonces sí que me levanto. Y de un salto. Ella sabe mis gustos, incluso en música. Cuando vamos en coche, gira la cabeza y dice “¿música?”, subiendo el tono en “ca”. Yo siempre digo “sí”. Siempre quiero música mientras miro pasar gente y casas tras las ventanillas, las subimos del todo porque hay ruidos que me hieren: griterío, motores, no sé. Por eso me tapo los oídos con las manos; aunque, a veces, cuando vamos al parque y me aprieto junto a ella en el asiento de ese trenecito con musiquilla chillona, no me molesta el ruido en absoluto porque me concentro en la sensación de que ella me abraza fuerte y, además, anticipo la sensación que va a venir: sé que el tren va a subir por unos raíles y luego va a bajar de golpe y me entrará la risa.
Ya estoy vestido. Hoy sé que no habrá tren. Hoy toca ir al cole. Lo he visto en el cartoncito de dibujos que se llama “agenda”. Sé que todas las personas y las cosas se llaman de algún modo, tienen nombre. El mío y el de ella son los dos primeros que aprendí, pero el mío casi nunca lo digo. El de ella sí que lo digo a menudo: es “mamá”.
Me gustaría poder usar mi propia voz, que me suena extraña y lejana, como de otra persona, para contarle que a veces estoy cansado y no me apetece hacer nada de lo que pone en la agenda, porque lo que quiero es tumbarme en el sofá a ver mis secuencias favoritas de mis videos favoritos. También le explicaría que en otras ocasiones no sé lo que quiero hacer, pero mis piernas no pueden estarse quietas. Otras veces son mis brazos los que se mueven. Mi cuerpo no siempre me obedece. Para expresar todas esas cosas yo necesitaría cadenas de susurros muy largas, o filas y filas de dibujos en la agenda, o quizás muchas culebrillas de lápiz en papel como las que me enseñan a copiar en el cole.
Entro a mi clase. Mi tutor sonríe y me hace mirar las actividades de hoy. No siempre me gusta el cole, pero hoy es un buen día porque ¡Ah! veo el dibujo de la bicicleta y comprendo: ¡hoy toca bici después del cole!. Comienzo a dar brincos junto a mi mesa. Soy un canguro riendo a carcajadas.
Llegó la tarde. Ya estoy aquí, con esa cosa que hace que mi cabeza parezca gorda y redonda en la sombra sobre el suelo: mi sombra es un champiñón o un tronquito de brócoli, flaco y cabezón.
Pedaleo con fuerza y me siento dueño de mis piernas. Muevo el manillar y controlo mis brazos. Noto el viento en la cara. Monto tan bien que puedo apartar un momento la vista del circuito que me indicó el monitor y mirar más allá, donde los árboles y el cielo se enredan. Me siento hábil. Y listo, porque no he derribado un solo cono y he sabido exactamente dónde parar.
Vuelvo a casa en coche. Por la noche, el tintineo de mamá es más rápido y cuando pone la agenda del día siguiente me sonríe. Miro el dibujo sin mucho interés porque sé que mañana también es día de cole, pero está claro que mamá tiene algo estupendo que anunciar. Y ahí está. Otra gran noticia: “mañanapisci”.
Mi rectángulo azul de felicidad me espera mañana y me pongo tan nervioso que no puedo dormir. Palmoteo y canto. Salto por el pasillo. Corro a hacer pis y no atino bien dentro de la
taza del W.C. porque no paro de moverme. Y de reír. Recuerdo la sensación de frío al meter los pies en el agua. Y el agua es como yo: nunca está quieta. Parece lisa y tranquila desde lejos, pero de cerca es ondulada o se levanta en picos transparentes. Me veo a mi mismo gritando “unodostres”, porque sé contar y esa es la señal con la que siempre aviso de que voy a lanzarme a nadar. Salto y entonces me cubre una caricia fresca de la cabeza a los pies. Nado y me sumerjo con toda la fuerza de mi corazón y con toda la visión borrosa de mis gafas de bucear. Soy un delfín.
Mari Ángeles Rueda