Desde Argentina nos llega, fuera de concurso, este relato de persistencia y superación ante las adversidades escrito por Ángeles De Cristófano, de Ciudad de La Plata

A veces me olvido que Esteban tiene autismo. No lo digo de manera literal sino que al cabo de estos años hemos logrado que nuestras vidas transcurran con
naturalidad. En la escuela, en casa de familiares y amigos y, por supuesto, en nuestro hogar. Allí todos saben como relacionarse con él, cómo hablarle, qué le gusta; incluso con mirarlo adivinan sus intenciones.Pero cuando la rutina cambia, el desafío de hacer que Esteban se sienta cómodo
comienza otra vez. Y así fue durante todo el tiempo que necesitó hasta comprender lo que significa ir al cine, al teatro, a la pileta, a un restaurante…. Entonces ¿por qué no ira un gimnasio? Como cualquier adolescente también puede y debe hacer actividad física. Quizás debo confesar que hacer deportes nunca fue lo mío. Me falta, no sé…..¿voluntad? Mi esposo y mi hija hacen ejercicio en la plaza con un grupo de gente. Al aire libre, con sol y con frío. Apenas se quejan cuando hay viento. Pero yo siempre busco excusas; necesito alguien que me empuje, que me lleve…
Por eso al comenzar el verano acepté la propuesta de mi hermana Natalia para ir juntas a spinning. La idea parecía sencilla: subir a la bici y a pedalear, cada cual a su ritmo. Entonces se me ocurrió que Esteban nos acompañara. Le expliqué que iríamos a un lugar nuevo, un “gimnasio” donde había gente, música y bicicletas como la que tienen sus abuelos en el patio. También tuve que explicarles a los directivos del gimnasio que mi hijo tiene autismo, que probaríamos una clase y cualquier inconveniente mi hermana y yo nos ocuparíamos. Y comenzamos la primera clase. Unas pocas indicaciones sobre la altura del
asiento, la carga, que recordemos tomar agua…A nosotras nadie nos prestó mucho atención pero desde lejos sentía que varios ojos observaban a Esteban; no sé que esperaban… Para mí estuvo espléndido: 1 hora subido a la bici en un lugar que no conocía, escuchando música, observando todo a su alrededor. Claro que cada cinco minutos me repetía “te querés bajar, te querés bajar” y yo le respondía “un ratito más, un ratito más”. No hubo cambios de velocidad en su ritmo ni tampoco pudo pararse en la bici ¡pero se mantuvo una hora pedaleando!!! Cuando nos íbamos decidimos muy contentas inscribirnos definitivamente en las clases de spinning. En ese momento un profesor me sugirió muy amablemente que
una bici fija sería lo más recomendable para Esteban. La sonrisa desapareció de mi rostro, un golpe de angustia hizo que me brillaran los ojos y sólo atiné a agachar la  cabeza. Pero mi hermana se puso firme y le respondió que los tres íbamos a pagar el mes y seguiríamos probando…

Y así fue. La clase siguiente tuvimos otro profesor y todo cambió. Nos dio la bienvenida, nos ayudó a corregir la postura, los ritmos y con frecuencia decía en voz
alta “vamos Esteban”, “muy bien Esteban” Y de a poco Esteban se paró en la bici y comenzó a pedalear de forma continua, mirándome pudo sentarse y pararse sin que se lo indicara. Y como se imaginarán aprendió los nombres de todos y cada uno de los asistentes y, aunque no sabe la hora, calcula exactamente la duración de la clase y cerca del final me avisa “ ya falta poco para terminar”.Ya pasó más de un año. Mi hermana y ese profesor se fueron a otro gimnasio.
Pero Esteban y yo seguimos firmes, conocimos a muchos compañeros y profesores nuevos. Claro que yo sigo buscando excusas para faltar pero Esteban se levanta y me dice: ¡hoy vamos a spinning! Él es quien me empuja y me lleva. Él es mi fuerza de voluntad.

Ángeles De Cristófano

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