Ana Sanz, desde Cobeña (Madrid) presenta el decimoctavo relato de la VI Edición de Cuéntame el Autismo. Se titula «Mi primera (y no última) actividad corriente».
La normalidad se parece a ese ideal que queremos alcanzar muchas familias. Ser normal, cotidiano,
no llamar la atención, ser mundano y sentirse convencional sin destacar, casi ordinario, corriente y
moliente, del montón, común, usual, lógico, ¿natural?… para algunos se nos ha convertido encontrar
ese momento en un tesoro al final del arcoíris.
Nuestra vida ya perdió esa senda de lo cotidiano, aceptamos el cambio que nos trajo y de vez en
cuando reconozco que perseguimos momentos de normalidad, en busca de esa épica situación
corriente que no perciben los demás desde fuera del cosmos del autismo y que nosotros anhelamos
como ver un unicornio real: tan singulares y especiales como los animales mitológicos.
El valor de las acciones que consideramos normales a veces es invisible, excepto en el momento en
que no las tenemos, las anhelamos, o nos ha costado llegar a ellas con un esfuerzo tan grande que
alcanzarlas supone un momento de triunfo como si te tocara un cupón de lotería: sin exagerar, sería
como un reintegro, una pequeña bonificación, ese cromo de la colección que nunca sale… ¡toma ya,
lo hicimos!
Hace dos meses fue un día corriente, por unas horas, casi perfecto en su normalidad: Noa acudió por
primera vez al cine y compartimos una actividad juntos, en familia, con más personas corrientes, en
una actividad corriente para niños de su edad.
Como madre de una persona con autismo estaba lista para asumir el desafío, repasando los pasos
que había preparado durante varios días en conversaciones previas:
– Noa, vamos a ir al cine a ver Gru 3. Tu villano favorito. ¿Lo has entendido? -Las otras dos
películas ya las habíamos visto varias veces y eso ayudó también, era esperable para ella lo
que íbamos a ver.
– Si – respondió.
– No se puede gritar en el cine, tienes que estar en silencio y sentada. ¿Lo has entendido?
– Si – respondió segura, casi tajante en una niña de 6 años.
Y lancé la última pregunta de madre, esa que sé que no vale para nada en estos casos, salvo para
crearme expectativas de que todo irá bien:
– Noa…¿te vas a portar bien?
– Si. – en ese momento crucé los dedos.
Salimos de casa: en mi bolso no cabían mas elementos distractores, algunos para la técnica del
dispensador (sí, esa para situaciones especiales que te dicen los terapeutas que no uses) y mi
cuaderno con bolis de colores para dibujar historias sociales, el recurso final para sofocar rabietas o
por lo menos intentarlo.
Estaba impaciente (ella y yo también) pero aguantó la media hora previa hasta que abrieron las
puertas, coger las entradas, sacarnos fotos en el photocall, la publicidad de la película, la oscuridad y
el sonido de la sala. Nos colocamos estratégicamente en el pasillo, yo a su lado, en constante estado
de alerta.
Tras 15 minutos de publicidad, ya empiezan a salir letras grandes, que inundan la pantalla. Noa no
puede reprimir su alegría y grita: ¡Universidaaad! Es el logo de Universal Studios. Y en ese momento
empezamos todos los acompañantes a reír, incluso yo diría que alguien más del público también se
une a nosotros.
Y la risa es mágica, borra mis nervios y en ese momento las miradas que se clavan en nosotros no me
importan. Son como partículas sin peso, arrastradas por la brisa del aire acondicionado de la sala
que apenas se ven a contraluz. Sé que se acerca un rato sin estrés, nunca antes experimentado y
para el que sólo tengo una opción: vivirlo y disfrutarlo.
A veces Noa se ponía muy contenta hablando un poco más alto o se reía viendo escenas de la
película, pero como el resto de los que estábamos allí, casi imperceptible, casi casi corriente…
Nos reímos mucho la verdad, fue una tarde sin estrés. Incluso descubrimos la cantidad de
información que tiene nuestra hija en su cabecita y que está ahí dentro aunque su lenguaje verbal
sea como ver sólo la parte visible de un iceberg. En un momento determinado Noa dice que Gru es
un Batman y empieza a reír a carcajada limpia (Gru iba con un traje negro en una escena). No
sabemos cuándo ha entrado Batman en nuestras vidas pero estaremos atentos…
La sesión acabó bien y ese recuerdo de esa tarde se convirtió en mi unicornio por un par de horas. Lo
único malo que tienen los unicornios es que tienden a irse, pero es muy posible que tiempo después
llegue otro. ¡Seguiremos persiguiéndolos!
P.D. Últimamente estamos un poco enganchados a Juego de Tronos en casa, espero que no
aparezcan dragones o castillos en sus dibujos…
Siempre alerta.
Ana Sanz Robledo.