El relato número 29 de esta sexta edición de Cuéntame el Autismo es «Te quieio» y llega de la mano de Tsvetomila Rumenova desde Madrid
Érase una vez un reino llamado Madrilandia. Hace poco más de cuatro años, nació ahí un pequeño príncipe rubio de ojos marrones y muy expresivos. A mí siempre me parecieron azules: al mirarlos, veía en ellos el reflejo del mar y del cielo, y sentía la pureza que tiene este color. Mi príncipe se llama Alex, pero muy pronto todos empezamos a llamarle Pimpollo.
De bebé era igual que todos en Madrilandia: comía, lloraba, dormía y jugaba. Y te miraba con sus ojos bien abiertos hasta que te derretías como un helado. El tiempo pasaba y el Pimpollo crecía. Empezó a andar y luego a correr, y no había nadie en todo el reino que pudiera pararle.
Pero llegó un día en el que sus padres se dieron cuenta de que él no era como los demás niños de Madrilandia.
Al Pimpollo le encantaba correr en círculo una y otra vez, no hablaba, y cuando le mirabas giraba la cabeza hacia otro lado. Le gustaban pocos juegos, y a veces parecía que no escuchaba o no entendía cuando le hablabas. Otras veces gritaba para contestarte, y no eran sus gritos lo que me molestaban sino las miradas de los que estaban cerca. Uno de sus juegos era tirar objetos y juguetes al suelo, y no se asustaba aunque el ruido fuera más fuerte que un trueno.
Todos en el reino veían que el principito no hablaba, y sus amigos sí. Su manera de comunicarse a veces era gritando, otras llorando, y otras veces sólo hacía movimientos desesperantes con sus pequeñas manitas. Cuando tenía dos años, sus papás, que le querían muchísimo, le llevaron al médico y descubrieron que tenía autismo.
¿Qué era eso? ¿De dónde venía?
Tenían muchas preguntas, pocas respuestas, y estaban perdidos en un laberinto.
Pero el tiempo fue pasando, el pimpollo cada vez era más grande… y ya no gritaba. Después ya apenas lloraba; y un poco después, ya no giraba la cabeza cuando le miraban.
Hoy en día, cuando le hablan, él mira con sus ojos curiosos.
En el reino todos le quieren mucho. Sus amigos le ayudan y le cuidan. El principito vive feliz en Madrilandia. Cada día dice algo nuevo, monta en bici, corre en el parque y nada como los delfines. ¡No os miento, tendríais que ver cómo nada!
En el pequeño reino saben que Alex, a pesar de todo, no es como la mayoría de los niños, porque aunque ya habla, habla poco y no siempre.
Yo tengo mucha suerte, porque conmigo habla no sólo con palabras: también lo hace con sus besos -con un poco de baba, por cierto-, con sus abrazos de oso -que a veces te rompen algún que otro collar-, y con su sonrisa de oreja a oreja.
Yo sé que Alex -mi Pimpollo- no es, efectivamente, como la mayoría de los otros niños. Pero no porque hable menos que ellos, sino por algo mucho más especial…porque… ¡tiene poderes! ¡Unos poderes maravillosos y únicos! Creedme, yo lo sé mejor que nadie. Y ahora quiero que vosotros también conozcáis esos poderes.
Alex tiene el poder de exprimir la vida hasta el último rayo de sol de cada de cada uno de los días que vive. No hay un segundo de tiempo perdido en su día, y cada instante, lo vive y lo disfruta más que el anterior. Él llena hasta el máximo cada día de su vida.
Otro de sus poderes, que valoro como si fuera un cofre lleno de tesoros, es el de parar el tiempo. Es el poder que más quisiera yo poseer: así podría ver el mundo a través de sus ojos, sin oír el tic tac de las agujas del reloj, y disfrutaría, como él, de las olas del mar. También disfrutaría del parque, ese inmenso parque verde donde nos espera cada tarde para correr sin destino. Así lo hace él.
Claro que Alex no es como todos los niños en el reino: es él, es único y te regala momentos únicos. Es capaz de mirarte, acariciarte la cara y las pestañas, explorar cada rincón de tu rostro desde el amanecer hasta que salga la Luna. No, no es como todos los niños: él aprecia el canto de los pájaros, aprecia el viento, aprecia las olas del mar. Aprecia, de hecho, el propio agua, sea en el mar o en la piscina; tanto es así, que cuando llueve no se esconde, sino que abre su boquita de piñón para saborear las gotas de lluvia.
¿Y sabéis qué? Todavía tiene más poderes: su “te quiero” no es como el de los demás niños de Madrilandia, creedme. Es más bonito y dulce, y suena así: «te quieio».
Lo reconocería desde la montaña más alta y lejana. Es el «te quieio» que más me gusta oír y, además, es el más sincero.
¿Y yo?…tal vez os estéis preguntando quién soy.
Soy una bruja, como las que aparecen en los cuentos… pero soy la bruja buena.
Soy la que le da la mano para cruzar, la que se moja su frágil cabello en la piscina y se reboza en la arena con él aunque odie mancharse. Soy la que le da un abrazo cuando se pone nervioso. Soy una brujita loca que no tiene barita mágica pero intenta hacer que su mundo, nuestro mundo, sí que sea mágico como él. Y es que Alex, mi Pimpollo, nuestro Pimpollo, es así: es distinto, único y mágico
Nosotros le queremos así y deseamos de todo corazón que los demás amigos del reino le quieran tal y como es.
Y antes de terminar este cuento, -un cuento que yo estoy viviendo de verdad-, os quería contar un secreto: anoche soñé que le regalaba un perrito al Pimpollo por su cumpleaños. Es que… ¿no os había contado que los perritos le encantan?
Pues sí, le encantan, y hacen que su cara se ilumine más que un cielo lleno de estrellas. Y yo quiero que él tenga para siempre ese amigo peludo y fiel, que siempre va a estar cuando lo necesite, que lama su carita, que le arranque alguna que otra palabra y le saque una sonrisa cada mañana.
¿Podré hacer mi sueño realidad?
Pase lo que pase, os hago una promesa: os lo contaré en el próximo capítulo de «Cuéntame el Autismo».
Mientras tanto, yo, que soy la brujita buena de los cuentos, os quiero pedir que me hagáis vosotros a mí un par de promesas.
Quiero que me prometáis que vosotros también llenaréis al máximo cada uno de vuestros días, como Alex: hasta el último rayo de Sol.
Pero, sobre todo, quiero que me prometáis que vosotros también le regalaréis cada día un “te quieio” a vuestra brujita buena. Así, todas mis amigas brujitas podrán ser tan felices a vuestro lado como lo soy yo al lado de mi Pimpollo.
Por cierto Alex…ya termina el cuento y casi se me olvida decírtelo…
¡Yo también te quieio!
Tsvetomila Rumenova Raykova