La fuerza de la pasión es un relato de José Luis Roca, abuelo de 2 niños con TEA, que imagina, en esta ficción, cómo podría ser el futuro de sus nietos. Una historia maravillosa. Esperamos que os guste.
Cómo pasa el tiempo exactamente esa era la frase predilecta de mi abuela. Ahora que lo pienso tenía razón. Entonces no entendía qué quería decir pero actualmente, como adulto que soy, capto sin problema su significado. Otra célebre frase recurrente de mi santa madre que pronunciaba con cierta frecuencia…Hasta que no llegue la sangre al río, no me llaméis, dejó huella en la familia. Por aquel entonces vivíamos en una casa, cuya calle cuesta a abajo conducía a un cercano y caudaloso río. Imaginaros la escena. Pánico teníamos todos los hermanos de ver regueros de sangre corriendo hasta la rivera del río. Ahora lo pienso y me sonrío.
El tiempo vuela sin parar.
La verdad es que veo como mi pelo lentamente va cambiando de color tirando a blanco. He oído decir a mi padre que su abuelo tenía el pelo blanco hasta de joven, pero él está calvo, calvo, y bien calvo de lo estricto que ha sido. Claro que madre mucho más guapa y simpática. Es un solete. De pequeño, la pobrecilla se creía que estaba sordo porque me llamaba, y yo, ni caso. Me encontraba absorto en mi mundo, tan feliz como una lagartija en la cálida noche de verano.
Me pusieron de nombre Lucas. Soy el penúltimo de una gran familia, aunque me llaman el grandullón. Mi pubertad fue movidita. Iba descubriendo mi cuerpo, podéis imaginaros. Si no vi mil veces La Molinera Viciosa… Accedía por teléfono y automáticamente ella respondía gentilmente a mis innumerables llamadas sin faltar a una. Ahí estaba en televisión la bella amiga, hasta que llegó la factura a mi padre. Todavía hoy recito el diálogo que tenía la molinera con los hombres de la comarca. Imitando sus voces en tono alto disfruto de aquella época. La mujer era muy generosa en todo y con todos, por eso su fama llegó hasta el valle. Horas y horas interactuando con la moza. Tenía el pelo de oro, siempre sonriente. Me caía muy, pero que muy bien. Hicimos una gran amistad. Me cuesta creer que mi padre se opusiera, porque solía animarme a que tuviera más amiguitos. Pero os preguntaréis: ¿cómo fue mi paso a la edad adulta?.
Bien, iré al grano. Mi primer amor, trabajo, y viaje. ¡Uffff qué fuerte! aunque mola.
Fueron pasando los años y mi único amor, surgió un mágico primero de junio en la parada del autobús camino del trabajo. Ella era una chica observadora, como yo. Con dos ojos, como yo, pero con una mirada dulce y llena de ternura. Coincidíamos todos los días de la semana a la misma hora. La verdad que me fijé en Beatriz porque me pareció diferente al resto de criaturas. Callada, sonriente, y hasta guapa, al menos para mí. Guapísima. Me puse a ello.
Físicamente se parecía a la famosa molinera. Sin embargo su carácter era totalmente diferente. Decidí, tras meses de atenta observación, dar un paso más. Me costó mucho pero mereció la pena. Entonces se inició nuestro romance convirtiendo las ilusiones en pasiones. Íbamos al cine porque nos fascinaba ese maravilloso mundo. Pero sobre todo dábamos largos paseos cogidos de la mano con independencia del tiempo que hiciera. Al principio tardé en conocer el valor del dinero. No era capaz de entender como cinco monedas relucientes valían menos que un billete viejo y arrugado. Bea, pacientemente, me explicó aquello del valor facial.
Respecto a mi primer trabajo fue en una farmacia de la amiga de mi madre. Pero desde niño me sentí atraído por la naturaleza y los animales. Empecé a mandar cartas a la National Geographic hasta Naciones Unidas. Desconozco las razones del silencio. Naturalmente que yo perseveré en la aventura, y remití a todos los parques zoológicos de la Unión Europea, cartas y cartas. Al fin me contestó el de Londres, pero por no dominar el idioma, lamentablemente se quedó mi expectativa en una intentona sin más. Aquí sí que tengo que hacer un breve comentario. La falta de apoyo del Director creo fue la causa del infortunio dado que jamás pudo reunirse conmigo al estar viajando por todo el mundo. Sin embargo siempre me quedará la duda en mi mente de lo que hubiera podido suceder en caso contrario.
Finalmente el primer viaje fue un regalo de Navidad que nunca olvidaré. Realicé con mis padres un Safari en Kenia pero esa historia será para otra ocasión. Por supuesto que hubo ayuda de los abuelos respectivos y sacrificios por parte de mis padres. Fueron pagando a plazos.
Con el transcurso del tiempo llegué a conocer que mi padre durante todo un año tomaba el mismo autobús, una parada anterior a la de casa, autobús que me llevaba al trabajo. Por consiguiente, él estaba al tanto del asunto con Bea porque me seguía a distancia hasta el día que consideró que ya no era necesario. Se conoce que maduré.
Os tengo que confesar que me casé con mi primero y único amor. Bea, se especializó en medicina intensiva. En mi caso dejé el mundo animal por el universo del silicio. Trabajo en una multinacional perteneciente a Silicon Valley. Mi inglés técnico es suficiente para la labor que llevo a cabo, porque lo que verdaderamente me gusta supone una afición que transformo en pura pasión. Concentrarme en lo que me interesa siempre fue mi principal fortaleza. Y por supuesto mi tozudez, la consecuencia de todo ello.
De camino al trabajo conecto la radio y de repente suena una canción de los Hollies: Bus Stop. Qué casualidad. ¿verdad? Una de las preferidas de mi abuelo.
Con el paso del tiempo me di cuenta que no hay que hacer lo que uno quiere, sino querer con pasión lo que uno hace. ¿Cómo lo veis?
José Luis Roca