Desde Argentina nos lleva el relato «Mamá, ¿qué voy a hacer cuando él sea grande?», de Ángeles de Cristófano, una historia de autismo, sí, pero sobre todo una historia de familia, de amor fraternal, de cariño y de miradas al futuro. Esperamos que os guste.
– “Mamá, mi hermano no quiere jugar conmigo”.
Esa fue una de las primeras frases que hizo click en mi cabeza. Celes apenas tenía 2 años y ya se daba cuenta que su hermano mayor, de 3 años y medio, era diferente a ella.
– “Mamá, cuando yo sea grande voy a construir un edificio. En un piso voy a vivir yo, con mi esposo y mis hijos y en el piso de arriba va a vivir Esteban.»
Ella con 5 años ya planeaba el futuro con su hermano cerca.
-“Mamá, que va a pasar con Esteban cuando ustedes se mueran? Yo quiero tener una familia. ¿Tiene que vivir en mi casa?»
A sus 10 años comprendía que no somos eternos. Y la responsabilidad de cuidar a su hermano la daba por hecho
-Mamá. Yo quiero tener hijos. ¿Mis hijos van a tener autismo?
Recuerdo la primera reunión que tuvimos en el Jardín de Infantes explicando porqué necesitaba ir con un acompañante. Mi esposo en un momento expresó su preocupación porque quería algo que no era natural: sobrevivir a su hijo para cuidarlo.
¿Por qué ellos tuvieron tan claro desde un principio que Esteban iba a necesitar ayuda de por vida?
¿Por qué entendieron que el futuro era algo que debían planificar desde el primer día?
¿Por qué yo no pensaba en su futuro como ellos?
Quizás porque no tenía idea de como vivir el presente.
Entonces ellos me enseñaron.
Me mostraron que somos una familia y que “todos juntos” podemos. Y avanzamos y crecimos. Y aprendimos.
Como en toda casa, tuvimos que tomar decisiones de cosas simples, por ejemplo la calefacción. La primera reacción fue: ¡¡estufas no!! Porque a Esteban le atraen las cosas calientes y se puede quemar. La segunda reacción fue: estufas sí, tenemos que enseñarle en casa. Y con la consigna de prepararlo para el mundo nos fuimos animando a que conozca lo que es un balcón, un ascensor… Nos animamos a ir al cine, al teatro, a un recital. No sin temor, no sin pensar “cerca de la puerta por si tenemos que irnos en mitad de la función”.
Y seguimos avanzando.
Y llegamos a la adolescencia y ocurrió un milagro. A sus 15 años comenzó a ir sólo al baño. Y me dije, ya no pido más, ya me puedo ir tranquila de este mundo…
Pero nos dio más. Empezó a bañarse, a secarse y cambiarse prácticamente sólo. Y yo no pedí más.
Pero nos regaló más. Mirando el cielo de noche descubrió la Luna creciente y me dijo “parece una sonrisa” e intentó sonreír.
Y hoy estamos transitando cambios en los dos.
Y Celes me sigue preguntando: – «Mamá, ¿qué voy a hacer cuándo él sea grande?»
Y entonces me preocupo por el futuro. Por el futuro de los dos. Y sí que pido más. Pido lo que cualquier mamá.
Que disfruten sus vidas, que se amen y se cuiden.
Que nunca les falte un hogar ni un plato de comida.
Que tomen buenas decisiones.
Que las dificultades no sean tan grandes.
Que se rodeen de amigos y de gente buena que los acompañen cuando mamá y papá ya no caminemos a su lado.
Ángeles de Cristófano