Fuera de concurso nos llega esta reflexión sobre el amor, las parejas y la vida adulta de mano de S.F., a la que le gusta definirse como persona autista pero que es, sobre todo, una persona con amor que dar. Esperamos que os guste.
¿Cómo se tiran fichas? Dices mientras clavas tu puñal en mi corazón, asegurándome que no le gusto, que es normal que me hable de esa manera. Que porque todos los chicos del instituto se dedicaran a insultarme, no significa que todos me tengan que tratar así. Él solo está siendo majo. Lo normal.
Rozo la treintena y aún estoy esperando mi primera vez. Mi primer beso. Mi primera cita. Mi primer novio.
Mientras tanto, la gente de mi edad ya se casa y tiene hijos, pero ni mi propia familia me invita a celebrar mi primera despedida de soltera porque consideran que soy un lastre que les va a aguar la fiesta.
¿Cuándo fue la primera vez que alguien me tiró fichas? ¿O nadie lo ha hecho jamás? ¿Y cómo se tiran? ¿Me compro una caja de fichas de Parchís y se las tiro al chico que me gusta, o cómo va eso?
Tú, querido cerebro mío, eres diferente al de los demás. Ya te lo dijo aquel chico cuando ni siquiera me interesaba ligar. Y menos mal, porque hoy en día, mis ideales feministas rechazarían cualquier frase de ese tipo. Necesitas que te digan las cosas de forma explícita. Y la única vez que un chico intentó ligar conmigo de forma explícita, huyo de mí como una gacela porque… no sé… ¿porque no tenía experiencia?
Y aquí estoy, sin trabajo, sin amigos, sin independencia, compuesta y sin novio. Pero sobre todo compuesta, eso siempre.
Esa es la realidad que vivimos muchos adultos autistas. Muchos no tendremos pareja jamás, pero sabemos que nos tenemos a nosotros mismos y a nuestros intereses especiales, para aprender intensamente y para hacernos más sabios cada día.
Cuando me preguntaban de pequeña eso de «¿Qué quieres ser de mayor?», una de las numerosas cosas que respondía era: «Mamá». Sí, siempre he tenido ese instinto maternal. Pero dime, querido cerebro mío, cómo voy a tener hijos si no tengo con quién. Afortunadamente, vivimos en el siglo XXI, en el que no solo existe la adopción (con todos los tediosos trámites que conlleva), sino también otros métodos para conseguir traer una vida a este mundo.
Sin embargo, yo sigo teniendo ese anhelo de tener a alguien a quien rodear por la espalda y abrazar cada día, con quien decidir qué nombre poner a nuestros hijos (aunque siempre es una ventaja ponerle el nombre que a ti te dé la gana, claro), a quien mirar cada mañana al despertar.
Rozo la treintena, alrededor tengo gente de mi edad que ya ha formado una familia. También el siglo XXI nos permite retrasar cada vez más la maternidad. Pero, ¿para qué me voy a engañar? Yo tengo demasiado amor que dar, a mis seres queridos, pero también a mis futuros hijos y, por qué no, a su padre.
No pierdo la esperanza. Sé que algún día aparecerá mi media naranja para exprimir nuestro amor al máximo. Para poder, al fin, tener mi primera vez.
S.F.