Un tierno relato sobre la relación entre dos hermanos y Las reglas del juego. Maravilloso.
Davi barrió la mesa con su brazo y lanzó todos los rotuladores al suelo. Cayeron formando una fila que parecía una serpiente multicolor arrastrándose por el salón hasta esconder la cabeza bajo el sofá. Davi es genial y hace cosas geniales incluso sin querer, como la serpiente de rotuladores. Mamá ni se había enterado. Últimamente no se enteraba de nada. Mejor, pensé. Así yo podría recogerlo todo antes de que ella lo viera y así no se preocuparía y podríamos ir al partido sin problema. Porque hoy tenemos entrenamiento. Por eso está enfadado Davi. Porque hoy es miércoles y los miércoles no son días de entrenamiento, pero el entrenador hizo un cambio y este miércoles sí que jugamos al baloncesto.
Me encanta el baloncesto. A Davi también. Eso dice mamá. Pero nunca quiere jugar con nosotros. Sólo le gusta verlo en la televisión y leer libros y revistas sobre baloncesto. Pero nunca quiere jugar con nosotros.
Davi es genial y sería un gran árbitro porque conoce todas las normas. Conoce más normas que el entrenador.
Cuando viene a los entrenamientos se sienta en la primera fila y aunque parece que no mira después nos cuenta todas las faltas que hemos hecho. Si hacemos muchas se pone nervioso. Por eso yo no quiero hacer faltas.
Hoy Davi no quiere hablar de faltas ni de tiros libres ni de nada porque está enfadado. Porque los miércoles no son días de entrenamiento. Yo quiero pasármelo bien pero es más difícil si sé que Davi está nervioso. Mamá está sentada a su lado y me sonríe y saluda con la mano desde las gradas, como si no pasara nada. Pero yo sé que está nervioso y cuando Álex me hace un pase yo tiro pero no encesto. Después Silvio Torres me quita la pelota. Vamos perdiendo y encima yo me caigo y el otro equipo va y mete otra canasta. Entonces Álex me grita diciendo que estoy embobado y que es un rollo tenerme en el equipo porque soy demasiado bajito para el baloncesto y a mí me entran ganas de llorar pero no lloro.
Davi tampoco llora nunca. Davi es genial. Es muy fuerte y muy valiente. Y sabe muchas cosas. Más que el entrenador.
Por eso, cuando Álex me grita y yo tengo ganas de llorar Davi se levanta y se acerca a la cancha para hablar con él. Le explica que no soy bajito porque mido casi un metro veinte y mi estatura está en la media para un niño de mi edad. También le habla de Spud Webb, que medía sólo un metro sesenta y ocho y que jugó con el Atlanta y el Minnesota y que ganó el concurso de mates de la NBA en 1986. Y habló de Isaiah Thomas que midiendo sólo un metro setenta y cinco participó varias veces en el All-Star Game.
Todas esas cosas nos cuenta Davi, porque él es genial y sabe muchas cosas, y yo ya no tengo ganas de llorar. Mamá sonríe mucho desde la grada y esta vez sé que es una sonrisa de verdad.
Álex se pone colorado. Silvio Torres y Monchi y los otros se ríen por lo bajo. El entrenador me da una palmada en la espalda y seguimos con el partido, que, de repente, es uno de los mejores partidos que jugamos nunca. Ganamos por dos puntos y para celebrarlo, mamá nos compra un helado en el camino de vuelta a casa.
El helado nos quita el hambre, aunque mamá y papá quieren preparar la cena. Dan muchas vueltas en la cocina y hablan bajito y no se enteran de que he vaciado la caja de los juguetes y de que está todo tirado. Últimamente no se enteran de nada. Luego vienen hacia nosotros, con cara rara, y pienso que habrá bronca por lo de los juguetes, pero no.
Papá pone una mano en la barriga de mamá y nos dice que vamos a tener otro hermanito o hermanita. Yo miro a Davi. Él no está mirando a ninguna parte, como siempre. Pregunto si el nuevo hermano va a ser como Davi y mamá se pone a llorar. No me gusta que mamá esté triste. Por eso le digo que no pasa nada, que sería genial que el nuevo hermano fuera como Davi pero que estaré contento igual aunque no lo sea. Entonces papá llora también. Davi no. Él no llora nunca. Es muy fuerte y muy valiente. Davi es genial.
María Carmen Caamaño López