Mi amigo Agua
Por Kinjote
Para mí la muerte era un monstruo que se tragaba a las personas que salían de casa. Esa fue mi pesadilla recurrente desde aquella tarde en la que mi padre abrió la puerta para salir corriendo y subirse en una camioneta negra que lo esperaba. Nunca más volvió. No sabía cuánto me había afectado su pérdida hasta que el primer día del retorno a clases me petrifiqué ante el marco de la puerta, todo empezó a girar y me faltó la respiración. Mi mamá inmediatamente me llevó a la tina del baño y me dejó largo rato relajándome y jugando. Allí comenzó mi amistad con Agua.
– Hola soy Pedro.
– Hola soy Agua, entré a tu casa por la tubería y me gusta viajar por todo el mundo.
– ¿No es peligroso allá afuera? Una vez mi papá salió por la mañana y ya nunca volvió: el mundo se lo comió.
Pasaron varios meses en los que no pude salir de la casa sin desmayarme. En las noches Agua dentro del vaso sobre mi mesa de noche velaba mis sueños. Me contaba sus aventuras convertido en rio cantarín, fuerte ola marina o lluvia. Y fue precisamente una tarde de lluvia cuando pude salir al jardín, Agua tocó a mi ventana transformado en cientos de gotitas y me invitó a salir. Al abrir la puerta un charco me dio la bienvenida sobre el tapete donde escrito en inglés se leía Welcome al revés. Poco a poco fui empapándome de Agua como si fuera un escudo protector. Abrí los brazos en forma de aspas y comencé a girar mientras el mundo permanecía sereno bajo mis pies. Cuando mi madre llegó de hacer las compras en el supermercado me vio jugando bajo la lluvia y corrió a abrazarme. Agua se asomó en sus ojos en forma de lágrima dándome un guiño.
Pasaron algunos años sin que volvieran los ataques de pánico ante los espacios abiertos. Mi amigo Agua me acompañaba en las fuentes de las plazas, en las sopas del almuerzo o en los lavamanos de cada baño que utilizaba. Me sentía seguro y protegido. Pero cuando cumplí quince años una sequía fuerte azotó mi país. Por varias semanas no llovió una gota, en todos los locales restringían los baños, las fuentes dejaron de cantar en los parques. Mi amigo se notaba preocupado. Una mañana muy soleada cuando abrí la puerta de la calle volví a sufrir la misma sensación de inseguridad. Busqué desesperado a mi amigo pero sólo veía plantas marchitas y tierra cuarteada. Mi boca estaba seca y comencé a marearme. Cerré rápido la puerta y fui a la nevera para hablar con mi amigo Agua que se refrescaba en una jarra formando parte de una limonada fría.
– La Tierra se está calentando mucho Pedro y ya no puedo usar mi magia de forma armónica. En algunos sitios como ahora en tu país me cuesta llegar y en otros lo hago en demasía.
– ¿Qué puedo hacer para ayudarte amigo Agua?
– Sólo sé que todos están preocupados por mí en los polos del planeta. Allí me gustaba dormir largo tiempo y ahora el calor me despierta y caigo en el mar a pedazos.
Luego de varios meses la sequía disminuyó y pude volver a salir a la calle. La sensación de inseguridad crecía dentro de mí cuando el calor apretaba. Me acostumbré a llevar a mi amigo Agua dentro de una botellita para que me acompañara a todos sitios y parar los mareos cuando llegaban. Agua me hacía cosquillas en el estómago cada vez que lo tomaba para animarme y alejar las nubes negras de mis pensamientos. Decidí que no quería volver a estar encerrado en casa ante próximas sequias. Cuando me gradué de bachiller decidí estudiar protección ambiental en la universidad. Ahora formo parte de un grupo de activistas que vamos presentando a mi amigo Agua como un aliado de todos nuestros procesos vitales. Ya no siento miedo de salir al mundo. Sé que no me podrá comer pues de aquí a diez años haré al planeta un lugar más seguro… mientras pueda contar con mi amigo Agua. Ya no tengo pesadillas.
Joaquín Pereira