¡Y el ganador es…………! ¡EL COLOR DEL SABOR DE LA TIERRA, presentado con el lema
de VEO EL SABOR! Resonó en la sala el nombre de la composición ganadora y el lema de su
autor. Se hizo un silencio tras el ¡oh! prolongado inicial. Todo el mundo se miró con su vecino
de silla, intentando ver si el autor del poema ganador de la flor natural del concurso anual de
poemas de Balcón de la Sierra estaba a su lado. Algunos, al ver que nadie se levantaba a su
alrededor, lanzaron sus miradas y las desperdigaron por la sala, buscando al ganador. Pero
nadie se levantó ni se movió. Por lo visto el ganador-autor no estaba allí.
Balcón de la Sierra era un pueblecito de quince mil habitantes, colgado de la serranía
próxima a Ciudad Blanca, que, en verano, acogía a otros tantos veraneantes. Sus calles, llenas
de macetas y flores, invitaban a los paseantes a caminar entre su belleza y colorido. Años atrás
le habían dado un premio al pueblo por esa razón.
Pero Balcón era más conocido por otro tipo de flores. Allí en los años 60 había pasado
varios veranos el poeta japonés Yukio Mishima, invitado por uno de los prohombres de Ciudad
Blanca, y después de 1970 cuando dejó de venir, el alcalde instituyó un premio al mejor poema
con su nombre. Era el Loto de Mishima, la flor natural del concurso, y se dilucidaba durante las
fiestas del pueblo, en medio del verano, en la canícula.
Y ese día se había fallado el concurso, al que habían sido invitados dos conocidos
poetas que habían formado parte del jurado. En el polideportivo municipal, al que se le habían
colocado para el acto más de quinientas sillas, la asistencia siempre estaba garantizada, se
acababa de leer el nombre y el titulo ganador. En las últimas veinte ediciones, los ganadores
habían sido nombres de carne y hueso. Pero en esta ocasión, el triunfador había sido un lema,
y la gente escudriñaba al público. No se sabía quién era, y habían pasado dos minutos y nadie
aparecía. ¡El ganador no estaba en la sala! Nadie recordaba un caso así.
–Como no aparece el ganador, vamos a abrir el sobre del lema ¡VEO EL SABOR! que
contiene el nombre del autor– dijo el alcalde.
Un alguacil acercó una caja que aquel abrió y tras leer algunos sobres, extrajo uno.
Rompió con dificultad el borde y se hizo con el cartón que había en su interior, mientras
miraba y sonreía a sus más próximos en actitud desenfadada.
–El lema ¡VEO EL SABOR! corresponde a Arnaldo Conde con su poema “El color del
sabor de la tierra” — leyó alto y claro.
Mientras leía, de píe, detrás de la mesa donde estaba situado el jurado, en una de las
sillas de la primera fila, se iba levantando poco a poco, muy pausadamente, a pulso, justo
delante del alcalde, apoyando las manos en los brazos del asiento, un joven de unos quince
años, bien vestido, con un polo azul y unos pantalones de pinzas, discretos zapatos de piel
vuelta.
Un rumor invadió el caliente aire de la tarde del polideportivo. Primero desde las primeras
filas, después progresivamente hasta la totalidad del pabellón: ¡Es Arnaldo, el autista, es
Arnaldo, el autista!
A este rumor le siguió otro: –¡No puede ser, no puede ser! ¡Creo que no sabe escribir!
Y a estos dos rumores, fácilmente entendibles, siguió un tercero, caótico, ininteligible,
identificable con la sorpresa, la duda, la incomprensión, que se extendió por todo el ambiente.
No duró mucho, se fue extinguiendo y se hizo un ominoso silencio.
El alcalde, con su cartón aun entre los dedos se veía sorprendido, sin saber que hacer; él que
tenía el llamado don de gentes y una gran capacidad para desenvolverse en público.
Arnaldo, una vez que se incorporo de la silla y alcanzo la vertical, salvó los pocos metros que le
separaban del alcalde, siempre despacio, y se subió, algo envarado al estrado de la mesa
presidencial.
Arnaldo era autista, asistía a un centro de Ciudad Blanca, y sus padres, junto con él y
otro hermano, veraneaban desde hacia muchos años en Balcón de la Sierra. Pasaba por ser
amable, afable, buena persona, pero introvertido y raro, muy raro. Hablaba de vez en cuando
con palabras incomprensibles o en verso y decía cosas que algunas veces los que le oían,
entendían, identificaban las palabras, pero no comprendían el significado de la idea.
–¿Lo has escrito tu? le preguntó alguien.
— No. No lo he escrito yo.
–¿Entonces?
El rumor volvió a invadir el ambiente. Nuevo silencio.
— Señores, según el reglamento del concurso, el que figure como autor en la plica debe
ser el verdadero autor del poema. No se puede practicar la delegación, el plagio o cualquier
figura que no identifique al autor material con el que figura en la plica. El carácter de autista de
Arnaldo Conde parece lógico que le inhabilite para ganar la flor natural. Todos sabemos que
Arnaldo es un excelente muchacho, pero no sabe leer. Según el reglamento, el poema ganador
será ahora el siguiente en la puntuación del jurado. Gracias Arnaldo. Siéntate. Veamos el
siguiente.
–Si es verdad, yo no escribí los versos. Pero yo soy el ganador. Alcalde, espere un poco.
¡Escúcheme, por favor!
–Siéntate Arnaldo. Siéntate. No puedes ganar el concurso. Tranquilízate y siéntate.
— Estoy tranquilo. Es verdad que yo no escribí el poema. Usted tiene razón en parte
alcalde. Solo en parte. Vivimos en la misma calle. Siempre le siento, le oigo y le veo pasar.
Y cogiendo Arnaldo el micrófono inalámbrico que tenía en la mano el alcalde,
sorprendido, sin poder reaccionar, con voz clara, mirando al público Arnaldo recitó:
— El color del sabor de la tierra. Poema sinestésico por Arnaldo Conde, autista y
sinestésico: “Paseando el campo, por un camino, lento y pausado el ritmo, cruzaba el
río…………. “
……………… Arnaldo recito apasionadamente, de memoria, de su enorme memoria
eidética, los ochenta versos de su poema, en los que se mezclaban las percepciones
sinestésicas de todos sus sentidos sobre la tierra de la campiña de Balcones, su río, sus mieses
movidas por el viento, sus bosques de pinos, sus caminos pedregosos, sus campos de lavanda,
sus pájaros, sus campesinos. También habló del día en que descubrió que era diferente a las
demás personas porque veía donde otros oyen, saboreaba donde otros ven, utilizaba sentidos
mezclados como no veía en sus vecinos……… Y también de cómo se sentía siendo diferente. De
una estética elemental, de una gran sencillez sin métrica fija, infantil, naïf, dicho con un timbre
que atraía, su dicción arrancó un aplauso cerrado y prolongado de todo el auditorio, que
seguramente no entendía muy bien lo que estaba pasando.
El Alcalde no sabía que hacer. Cuando el aplauso se convirtió en silencio, se vio que
pensaba, dudaba, balbuceaba, pero por fin se arrancó:
–En aplicación del reglamento, y a pesar de que ustedes han aplaudido el poema, de
evidente valor, como así lo ha valorado el jurado, al no poderse garantizar la identidad del
autor con el proponente de la plica, básico para descartar cualquier fraude o plagio, este
jurado pasa a declarar ganador al siguien ….
–Perdone Alcalde– dijo uno de los miembros del jurado– yo propongo que dejemos
en suspenso la decisión, y en frío mañana analicemos tranquilamente que ha pasado. Que siga
la fiesta, nos espera la barbacoa. Yo no conozco a Arnaldo Conde, pero el poema ya lo han
oído. El ha reconocido que no lo ha escrito. Intentemos desliar mañana la madeja.
–No hay madeja que desliar, señor. Todo esta clarísimo. Yo no he escrito el poema. Lo
ha escrito don Juan Landete, el notario de Ciudad Blanca, amigo de mi padre.
–Si es que esta clarísimo, no traslademos esto a mañana. Ha dicho quien lo ha escrito y
no es él. ¡Es un plagio! — sentenció el alcalde.
–Mi padre me dijo: Arnaldo, me gusta el poema que me has recitado el dia de tu
cumple para el Loto de Mishima. Como no sabes escribir, no te van a creer los jurados. Vete a
ver a Juan, el notario, nuestro amigo, se lo recitas, y que tome nota de su puño y letra y de fe
de que es tuyo, de que tú eres el autor.
La ovación se prolongó muchos minutos en el aire de la tarde del Loto de Mishima.
Luis Vázquez-Pena